viernes, 16 de diciembre de 2016

Que te toque la lotería

Francis se encontraba en la cama, mirando fijamente al techo sin poder dormir, perdido en sus pensamientos. Es bien sabido que las más brillantes ideas atacan a traición justo antes de que el cerebro se desconecte para dormir, y a veces lo hacen con tanta violencia que logran arrancar una  tregua al sueño.

“Mañana tengo que coger el autobús para ir a trabajar, tengo el coche en el taller… a saber lo que me va a costar la broma”

“Creo que si alguna vez pudiera crear un arma mágica, haría una espada que corte como el filo del papel. Con lo que corta esa mierda sería invencible.”

“Creo que este año para ganar la liga, más que jugar con dos delanteros, vamos a necesitar un francotirador en defensa que acabe con los del otro equipo, porque vaya racha que llevamos”

“¿Por qué dicen que el león es el rey de la selva, si vive en la sabana? ¿Son republicanos los suricatos?”

“No sé si mi novia está roncando o invocando a Cthulu, pero es curioso ver cómo hace que se muevan las cortinas al compás de sus … respiraciones fuertes”

“¿Si le meto mano se enfadará? Ni siquiera me apetece pero es que me aburro tanto… debería estar por contrato que en caso de insomnio la pareja no puede romper el récord de horas de sueño sin levantarse ni para ir al baño… creo que lleva pañales o no lo entiendo”

“Mira… un mosquito, el que faltaba para la fiesta. Creo que es el mismo de ayer… le voy a llamar Rusty. Al menos me hace más caso que mi gato, y me sale más barato alimentarlo”


Al final, perdió la batalla contra el sueño y aquellas maravillosas ideas cayeron en el olvido, para ser reemplazadas por el sonido del despertador, apenas cuatro horas después.

Francis se levantó y se bañó a toda prisa. Prefería apurar el tiempo en la cama, aunque casi siempre se arrepentía por llegar siempre apurado a trabajar. Mientras se vestía intentó ponerle la camiseta con el sándwich aún en la boca, con el esperado resultado de una camiseta manchada, y, cómo se daría cuenta en el autobús, una segunda puesta del revés.

Salió por la puerta con un yogurt en la mano y la cartera en la otra, rezando para llegar a tiempo. Aunque ya sabía que lo conseguiría, había hecho de fichar a las 7.59 todo un arte.

Fue un día como otro cualquiera en la factoría, y al salir decidió volver a casa caminando, ya que hacía buen tiempo y así podría pasar por la tienda a comprobar el boleto de la lotería y comprar el de esa semana. Nunca le tocaba, y siempre compraba el siguiente casi sin pararse en pensarlo. Era un “quizás” semanal, un motivo extra para levantarse cada lunes. Si lo pensabas así, eran 3 euros bien invertidos.

La pantalla se iluminó y Francis tardó casi dos segundos en darse cuenta que la dependienta no le devolvía el boleto y miraba a la pantalla con los ojos del tamaño de los de una protagonista de un ánime.

-Señor… está premiado… es un primer premio… es… ¡¡Es usted millonario!!

Lo primero que hizo fue llamar a su madre. Bueno, realmente fue lo segundo, lo primero fue caer de espaldas y tirar una estantería de revistas. Después llamó a su novia Laura y le dijo que lo esperara antes de salir a trabajar a su turno nocturno en el hospital.

Los primeros meses fueron de una felicidad absoluta. Se mudaron juntos a un ático perfecto, no demasiado lujoso, a cinco minutos del centro en un precioso vecindario. Viajaron por medio mundo en su luna de miel, después de casarse en el Caribe, invitando a todos sus familiares a la boda. Había dado suficiente dinero a su madre para que se retirara y aún así tenían suficiente para vivir lujosamente el resto de sus vidas. Cien millones eran mucho dinero que gastar.

Luego decidieron volver a cierta normalidad. Laura echaba de menos su trabajo. Aunque ser enfermera era duro y estresante, era su vocación desde niña y lo adoraba. Él decidió volver a la universidad, estudiar inglés y apuntarse a un equipo de baloncesto cómo cuando tenía dieciséis años. Llevaba mucho tiempo en un trabajo de mierda y pensaba recuperar el tiempo.

Aún así, se aburría. Estudiar sin presión no era un reto, y su pareja estaba muy cansada para acompañarle cuando salía de fiesta con los nuevos amigos de Francis, que disponían de la energía de los jóvenes que no habían cumplido los veinte. Al problema de la falta de tiempo en pareja se unieron las nuevas amistades de Francis, la mayoría más interesada en su dinero que en él mismo. Y comenzó a cometer errores.

Llegaba a casa absolutamente borracho y con la tarjeta de crédito humeando. Luego comenzó a tomar otras cosas con las que apenas había flirteado cuando era un adolescente estúpido. Por supuesto, su mujer no era estúpida y sabía que su marido se estaba hundiendo en barrena, pero cuando hablaban del tema él negaba la realidad, o aún peor, se enfadaba y se marchaba dando un portazo. Fué una de esas ocasiones cuando cometió el error definitivo.

A cambio de una noche de mal sexo con una rubia espectacular echó por la borda doce años de convivencia con una mujer que le había querido cuando apenas llegaban a fin de mes. Que le había apoyado durante la enfermedad de su padre y que le acompañaba al cine a ver Star Wars pese a no distinguir un Sith de un orco.

Esa noche tiró por la borda casi media vida, y la mitad de su dinero. La cantidad  que el juez determinó que debía entregarle a Laura tras el divorcio. El resto se fue por el cuello de la botella de vodka, en regalos estúpidos a rubias y morenas que no lo querían y en cuatro coches que consumían más gasolina que un portaviones avanzando río arriba, con las correspondientes multas de tráfico, por supuesto.

Pero sin duda el golpe definitivo fue ver en Facebook que Laura había comenzado a salir con ese médico tan guapo y talentoso que había estado detrás de ella desde la primera cena de navidad del hospital donde trabajaban.

Al menos en una cosa triunfó: probablemente fue el hombre que más rápidamente dilapidó tanto dinero. Tres años después de su divorcio se había quedado dormido llorando mientras veía fotos del hijo de Laura en el ordenador, acostado en su habitación de infancia, dónde su madre le había recogido.


Ring… Ring… Ring…



Francis abrió un ojo con dificultad…

 -Joder… ¿qué hora es?
-La hora de ir a trabajar, perezoso. Y de que apagues ese maldito despertador, que es mi día libre y quiero dormir.- Le contestó Laura
-Coño… ¡vaya mierda de pesadilla!
-Ya me la contarás después cariño, por cierto, acuérdate de coger el bonobús en mi bolso.  Ahora vete o no llegarás a trabajar… y antes dame un beso.
-Te quiero cariño.


Francis salió a toda prisa por la puerta, con el bonobús apretado fuertemente en su mano. Mientras tanto, en su cartera, olvidada en la mesita, la esquina de un boleto de lotería sobresalía entre dos billetes.


lunes, 28 de noviembre de 2016

Camino al Norte

El fuego crepitaba en el interior de la cueva, mientras los dos compañeros se calentaban las manos y preparaban la comida suya y de Enrich, que se encontraba en la entrada como vigía. Este tenía una pesada capa sobre sí para luchar contra la implacable lluvia que caía más allá de la tela que habían colocado para evitar que se viera desde lejos el brillo de la luz.


-Maldita sea, apenas nos quedan comida o municiones. Mañana tendremos que volver hacia el pueblo que vimos antes y ver si encontramos algo.

-No creo, seguramente que se llevaron todo al marcharse, y no tenemos tiempo para ponernos a fundir el cobre y forjar perdigones.

-Da igual, dudo que nos encontremos muchos pueblos una vez entremos en las montañas, tenemos que intentarlo. Puede que fueran exterminados y no les diera tiempo de huir con las provisiones.

                   -¡Joder! ¡No digas eso Drew¡

               -¿Qué más da? Son ellos o nosotros, y si no escaparon a tiempo sin duda están muertos, pero nosotros podremos aprovecharnos de eso. ¡Y deja de llamarme Drew! ¡Soy Andrew! ¿Te gustaría que te llamara enano?

                - ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Por cierto Drew… ¿alguna vez has matado a alguien?

                -Estúpido… Si… he matado a algunas de esas cosas, a bastante debo decir.

                -No me refiero a eso, digo si has matado personas.

                -Si… he matado a tres.

                -¿Cómo fue?

                -¿A qué viene esto Hawk? No es algo que me guste recordarlo sinceramente.

               -Es que tengo miedo… puede que nos encontremos con algún saqueador o algo así… y no sé si podré defenderme.

               -Podrás… o morirás. A ver… Precisamente a la primera persona que maté fue un saqueador. Aunque ahora que lo pienso, creo que era más bien un niño asustado que trataba de conseguir algo de comer.

               -¿Qué pasó? ¿Por qué…?

               -¡Cállate! No me interrumpas capullo… Yo había ido a mear y oí un disparo así que corrí de vuelta al claro y me lo encontré apuntando a mi madre y mi hermano con una escopeta, con esta escopeta de hecho. Así que corrí gritando hacia él y le apuñalé. Fue una estupidez y estuve a punto de morir, pero creo que él estaba tan aterrorizado como yo y no pudo dispararme a tiempo.

                El tercero que tuve que matar fue a mi hermano Neil.

           -¿Qué…? Perdona.- Se interrumpió al ver la furibunda mirada de su compañero.

         -El primer disparo lo había herido de gravedad en el estómago, en realidad ya estaba sentenciado, pero yo tuve que acabar con su sufrimiento. El segundo, fue exactamente 15 segundos antes de matar a mi hermano. Para poder sobrevivir tuve que matarme a mí mismo antes de ayudar a mi hermano. Tuve que asesinarme para poder sobrevivir. Sé que suena cómo una estupidez pero así es como lo siento. La persona que agarró aquel cuchillo no era la misma que un minuto después lo enfundó tras limpiarlo. Incluso perdí a mi madre ese día. A partir de entonces fue apagándose poco a poco, así que podría decirse que en realidad he matado a cuatro.

                -No podías hacer otra cosa, no debes culparte.

               -No lo hago, hice lo que debía para sobrevivir. El mundo había cambiado con la llegada de esas cosas, pero no lo comprendí del todo hasta ese día. Ya no había médicos, ni gobierno, ni posibilidades para los débiles, ¡joder! Ni siquiera hay ya recaudadores de impuestos.

                -¿Que eran esos recaudadores?

                -Según mi padre, unos bastardos que venían cada mes a robarte el fruto de tu trabajo para mantener a unos parásitos. Es curioso porque mi propio padre era el señor de un gran condado y tenía sus propios recaudadores, pero jamás le oí hablar mal de ellos. Supongo que todo el mundo se queja de que la suela de la bota del que es más poderoso no le deja ver el sol. Y hasta eso cambió después de aquel Agosto.
                -¿Que le pasó a tu padre?

                -Murió defendiendo el castillo por lo que sé. Había llegado hacía una semana el mensaje de que los invasores eran alérgicos al cobre y sus aleaciones, que morían cómo ratas con su contacto, así que había arrancado y pelado todos los cables de la ciudad salvo los fundamentales para las luces y las armas automáticas del castillo. Equipó a todo el que mundo con espadas de bronce, que era más resistente que el cobre, fundió miles de balas y se preparó para resistir hasta la llegada de las ayudas. No resistieron ni una noche, aunque debo decir que se llevó a muchos por delante, pero eran demasiados… Aunque el mensaje no mentía, ya sabes que aún así esas mierdas no son fáciles de matar… Ya sabes cómo son. Dónde parece haber uno en realidad hay 10, Se esconden en la oscuridad y hacen esas cosas tan raras… mi madre decía que es magia, que son monstruos de los cuentos antiguos, pero mi padre decía que eran hombres con armas poderosas, aunque estoy seguro que esa noche cambió de idea, al menos en lo que respecta a lo de que eran hombres.

                -Drew… siento haberte hecho recordar esto… Dime… ¿Por qué vamos hacia el norte?

                -Ya lo sabes… pero aprecio el intento por cambiar de tema.

            -No en serio, ¿qué crees que hay al Norte? He oído muchas versiones pero nadie lo sabe seguro.

          -Es verdad, Einrich cree que hay algo en el Norte que es mortal para esas cosas. Otros dicen que unas cuantas naciones han creado un poderoso ejército que avanza hacia el sur con soldados con armaduras de bronce, espadas, lanzas, escopetas e incluso tanques que disparan tanta metralla que los enemigos no tienen ninguna posibilidad. Un estúpido incluso me dijo que había recuperado los planes de exploración espacial y están construyendo una gran arca para llevarnos a todos a otro planeta… gilipolleces.

                -Entonces… ¿por qué vas hacia el norte? ¿Qué crees tú?

             -Yo creo que no hay nada, creo que al norte de aquí sólo hay más y más norte. Es más sencillo así. Y si luego encuentro la salvación, diré que era exactamente eso lo que andaba buscando. Así es más sencillo. Si haces planes e imaginas demasiado, acabas por frustrarte y rendirte. Y tampoco podemos quedarnos parados, y para mí el Norte es tan bueno como el Éste, cuando avanzo no necesito mirar atrás.

                -¡Joder calláos ya malditos loros!- Tronó la voz de Einrich desde la entrada. -¡Y acostaos ya, que Drew tiene que sustituirme dentro de tres horas!


                -Mierda tío… ¡Me llamo Andrew¡


sábado, 24 de septiembre de 2016

El jugador

La situación era maldito caos.

En unos lugares, los habitantes del mundo esclavizaban a sus semejantes buscando los beneficios económicos. Trabajando durante 17 horas por un salario miserable, los desafortunados morían de puro agotamiento mientras al otro lado del planeta otros se lucraban con su muerte.

Continentes enteros estaban condenados al hambre por los intereses de unas pocas naciones. Los niños morían antes de alcanzar edad suficiente para caminar, mientras que sus padres tenían una esperanza de vida tres veces menor que en los países opresores. Lo que en un país seguían siendo post adolescentes mimados en otro eran ancianos que miraban la muerte a los ojos.

Las riquezas de regiones pobres eran robadas a punta de arma mientras los líderes locales
miraban a otro lado, silenciados con drogas, prostitutas y las migajas que no necesitaban aquellos que convertían el país de sus padres en un erial.

Naciones enteras habían olvidado su cultura y orgullo, una verdadera fortuna en conocimiento, hundiéndose en la estulticia y la incultura. Sus ciudadanos estaban cada vez más gordos y apolillados, mientras los televisores les vendían remedios  falaces para ser hermosos, inteligentes y atractivos sin esfuerzo.  En la vivienda de al lado, mientras tanto, familias enteras eran obligadas a vivir en la calle por no poder pagar una miseria que no serviría a nadie ni para comprar el último teléfono de moda.

Unos locos mataban a manos llenas por religiones e ideales marchitos, tratando de frenar el avance del tiempo con unos ideales erróneos, usando las herramientas de destrucción que el mismo avance les ofrecía. Manipulando mensajes de paz, unos pocos empujaban a jóvenes a inmolarse para asesinar a  supuestos enemigos, obviando que eran los gobernantes de los asesinados los que les vendían sus propias armas mientras los líderes de ambos bandos vivían en la opulencia.

En los púlpitos, religiosos y ateos, predicaban contra el pecado, con las manos cargadas de anillos de oro manchadas de sangre. Ordenando sobre la vida y la muerte de la gente, sin importarles realmente las consecuencias de sus palabras más allá de la salud en sus cuentas bancarias.

Durante generaciones el mundo había sido esquilmado, arrasando como langostas y dejando desiertos a su paso, sin pensar en el futuro de las próximas generaciones. Los abuelos recordaban animales que los nietos jamás verían mientras el humo de las factorías hacían caer como piedras inertes desde el cielo.

Mientras tanto, los gobernantes invertían fortunas en crear armas capaces de reducir a cenizas el mundo entero en lugar de tratar de solucionar las enfermedades terminales que afligían a su mundo.



….
                Los ojos tras la pantalla se entornaron, confusos.

                No entendía nada. Aquel mundo era un sinsentido y no sabía por qué.

             Ya tenía mucha experiencia jugando y creía que esta vez lo había hecho todo bien. Había configurado un mundo rico y una raza inteligente y poderosa sin excesos.

             En otras partidas había creado seres cuya inteligencia era extrema, o con un físico ideal. Había creado seres que habitaban en el mar y en los cielos, algunos con mente de colmena y otros seres sin capacidad de raciocinio más allá del elemental. Incluso había creado seres sin capacidad para sentir, pensando que los sentimientos siempre parecían complicar la vida. Habían sido los cuarenta y cinco minutos más aburridos de su vida. Al parecer los sentimientos eran la base de la evolución y del desarrollo. Sin amor, sin odio, sin furia ni empatía, aquellas criaturas habían resultado ser unos monos bípedos sentados en una piedra con las manos en la entrepierna durante horas.

             Algunos de aquellas partidas habían fracasado porque sus creaciones no habían podido adaptarse a un cambio climático. Otros había sido destruidos por otra raza inteligente evolucionada a posteriori o se habían ido apagando por si solas debido a problemas de diseño. Por ahí tenía algunas partidas dónde todo el mundo había sido barrido a fuego y destrucción por un meteorito errante. Eran demasiados factores los que había que tener en cuenta y aquel juego era demasiado complicado, demasiado realista.

                Alguna ocasión, incluso, había sido él mismo el que había destruido su creación, ya fuera por aburrimiento o porque creía que no veía forma de solucionar los problemas que le habían surgido. Con el tiempo, sin embargo, había llegado a la conclusión que mientras menos afectara a la partida, menos probabilidades había de que un efecto mariposa acabara por complicarlo todo unos momentos después.
               
           Sin embargo, en esta ocasión creía que había encontrado el perfecto equilibrio, la configuración perfecta entre la naturaleza y las capacidades de sus pupilos. Pero aquellos estúpidos se habían empecinado en destruirse. Casi desde los albores de su historia se habían empecinado en desarrollar formas más y más efectivas en matarse unas a otras. La evolución técnica casi nunca había venido por el interés de buscar más alimento o mejores condiciones, sino por la forma más eficaz de acabar con el enemigo. Había visto algunas partidas en las que sin querer se habían hecho descubrimientos que les había llevado a la destrucción, pero nunca había visto a nadie que viviera siempre en el filo de la navaja.

                Puso la mano sobre el botón rojo que borraría la partida y que le aliviaría tantos dolores de cabeza, pero en el último momento se detuvo, pensando que quizá podría aprender para su próxima partida. Con un pensamiento dejó la imagen a un lado, en espera, y ya más adelante se pasaría a ver cómo le iba a aquel mundo sin su intervención.


                Cansado, se dejó llevar por sus pensamientos, flotando en el vacío para descansar en espera de la siguiente partida.


sábado, 23 de julio de 2016

Un paseo más.

                Hace ya dos semanas que ella se marchó. Simplemente se fue.

            Llegué un día a casa después del trabajo y ella me esperaba en la cocina con sus maletas preparadas.

                -“Me marcho a casa de mi madre, ya no lo soporto más”- Dijo. “Llevo mucho pensándolo, necesito tiempo”

                Necesito tiempo necesito tiempo… ¡qué estupidez!, ¡qué  recurso tan manido!, ¡qué mentira tan cruel! Es la mayor de las cobardías que puedes hacer a alguien a quien un día amaste y que sabes que aún te quiere: dejarlo colgado, esperando un regreso que sabes que no ocurrirá. Nadie que de verdad piense que puede volver se marcha llevándose sus libros y dejando las llaves en la mesa, justo dónde siguen catorce días después.

                Supongo que ya estoy un poco mejor. Ayer abrí las ventanas (aunque siendo sincero, fue porque el olor a cerrado en mi habitación estuvo a punto de dejarme calvo cuando volví del baño) y hace  16 horas y media que no entro a su perfil de Facebook, a este ritmo dejaré de pensar en ella en un año y cuatro meses. En serio, lo he calculado.

                No puedo seguir así, necesito ir a comprar, y hoy he tenido que tirar la leche por el retrete  antes de que cobrara vida y me atacara. Tengo que salir a despejarme, así que me armo de valor y aunque son las 11 de la noche, me pongo una chaqueta, cojo mi mp3, la llave de casa y salgo por la puerta.

                Siempre me ha gustado caminar de noche por la ciudad, acaba de llover hace unas horas y se respira un aire fresco y tranquilo. No hay mucha gente en las calles y las luces se ven difuminadas en la limpia atmósfera.

                La primera canción que suena en mis auriculares es “Bad Moon Rising” de los Creedens. Alzo la mirada hacia la luna llena y pienso que parece tener una belleza tranquila, como si quisiera consolarme. No tengo ninguna meta en mi mente, así que me dirijo hacia la universidad, que se encuentra muy cerca de mi casa.

                Al pasar por delante de la fachada de la biblioteca veo algunas luces encendidas. Supongo que algunos estudiantes apuran la última noche antes de un examen mientras miran por la ventana cómo algunos de sus compañeros se emborrachan en los pubs cercanos.

                Acaba “Demons” (Imagine Dragons) y comienza “Cry me a river” mientras pienso que yo debería estar en la universidad, pero que no seguí estudiando por su culpa. Cuando acabé mi carrera quería estudiar un máster, pero ella quería que nos fuéramos a vivir juntos y necesitábamos trabajar para pagar los gastos, de modo que busqué un trabajo en una tienda y comencé a ahorrar para hacer el máster en el futuro. Cuatro años después tengo cuatrocientos euros en el banco, un alquiler que pagar a solas y una oportunidad perdida de haber perseguido mis sueños.

                Vale, lo admito, ahora estoy siendo cruel e infantil. Aquello no fue culpa suya. Después de 3 años de noviazgo yo también quería vivir con ella. La había conocido en tercero de carrera por un amigo en común al que hace años que no veo, la historia de siempre. De hecho creo que a Alejandro le gustaba ella, y que yo se la robé, aunque nunca lo supe seguro.

En cuestión de un mes nos vimos de forma fortuita tres o cuatro veces y siempre tuvimos conversaciones de horas, en las que comprendí que teníamos tantas cosas en común que no la podía dejar escapar. Después del tercer encuentro le pedí el teléfono y dos días más tarde fuimos al cine y nos besamos por primera vez.

Mientras “Enter Sandman” de Metallica me golpea recordándome que no debo pensar en Marta ni regodearme en el pasado, cruzo el parque al que solíamos venir por las tardes a pasar el día con su sobrino y comienzo a creer que tendré que mudarme de ciudad si no quiero pensar en ella. En el parque hay bastante gente pese a la hora. Por el camino central avanza una pareja que se da la mano mientras ella apoya la cabeza en el hombro del chico. Espero que sean felices y que ella nunca “olvide” llevarse las llaves al irse a casa de su madre. ¡Joder! Me estoy volviendo un imbécil. Ella es preciosa y se la ve muy enamorada, y él obviamente está en una nube. Aunque quizá algo tenga que ver el que esté aprovechando su altura para escudriñar entre  el escote de ella. R.E.M canta “Bad Day” en mis oídos mientras me obligo a desearles suerte mentalmente.

Sigo avanzando hacia el norte por una calle que solía recorrer casi a diario para ir a trabajar, y lo digo en pasado porque supongo que a estas alturas ya me habrán despedido. Al parecer dejarme guiar por mis pies me está llevando por las zonas de la ciudad que me son familiares. Un autobús se detiene en una parada frente a mí y mis ojos se fijan en una chica que está sentada en la última fila.

Se trata de una chica mona, pero no espectacular, con gafas, pelo negro y largo. Vamos, que si estuviera para esas cosas, sería justo mi prototipo, no como mi ex. Esta chica del bus, a la que mentalmente he llamado Liz, está con la cabeza apoyada en la esquina y su mochila abrazada contra el pecho. Tiene una mirada pensativa y cansada, como si terminara una larga jornada y fuera de vuelta a casa. Me llama la atención que no esté mirando el teléfono, algo casi extraterrestre, y me entran ganas de sentarme a su lado y compartir con ella mi auricular derecho ya que estoy seguro de que le encantaría “Big Girls Cry” de Sía.

                El autobús cierra las puertas y continúa su ruta. Obviamente yo no estoy dentro sentado junto a Liz y siento que no es la primera vez que pierdo una oportunidad. Me encojo de hombros y continúo caminando sin rumbo, escuchando “Good Golly Miss Molly” de Little Richard, y empujado por el ritmo acelero el paso mientras un grupo de chicas asiáticas salen de un pub irlandés. Al menos dos van totalmente borrachas y charlan entre ellas a una velocidad imposible mientras pasan a mí alrededor.

Me siento como si pasara entre un grupo de colegialas ya que ninguna me llega más arriba del pecho. Por un momento sonrío ya que me hace gracia ser arrastrado por un tsunami de asiáticas borrachas. Desde luego sería un final épico. Los Beatles finalizan “A Day in The Life” y Jhonny Cash comienza “Hurt”, supongo que mi mp3 ha decidido que lo que tocan son canciones melancólicas.

            Unos treinta minutos después llego al puente que pasa sobre la estación de tren. No estoy muy lejos de mi casa así que supongo que debo haber caminado en círculos, algo que no me extraña ya que realmente soy muy malo orientándome. Miro mi mp3 y al lado del nombre de la canción veo que aún me queda un veinte por ciento de batería, de modo que sigo caminando y escuchando “Man in the Mirror” de Michael Jackson.

           Siempre me ha gustado las vistas desde este puente, e incluso a veces me siento en la parada de autobús que está justo en medio sólo para disfrutar del paisaje, mirando a los altos edificios y hoteles de ambos extremos. Siendo más joven me imaginaba viviendo en uno de los áticos, montando fiestas y poniendo la música a todo trapo. Por su puesto nunca he tenido dinero suficiente para hacer algo así, y además mi gusto musical no suele triunfar en las fiestas, porque por buenas que sean “Roulette” de System of a Dawn o “Be my baby” de The Ronettes no son canciones para eso.

           Cinco por ciento de batería y me dirijo a mi casa escuchando “I Want to Break Free” de Queen acortando camino por un par de callejones. Por algún motivo acelero el paso, ya que siento que debo volver a casa antes de que acabe la música.

             Sentadas frente a un bar hay dos chicas bastante monas, una rubia y otra morena. Mientras la primera se maquilla, la otra charla por el teléfono. Obviamente deben de ser habituales del local, ya que les han dejado sacar los vasos llenos a la calle, que tienen en el suelo, justo entre las piernas. Es extraño, pero la escena me resulta familiar, supongo que no es la primera vez que me cruzo con ellas.

            Llego a un semáforo frente a mi casa justo cuando comienza “No puedo vivir sin ti” de Coque Malla. Adoro esta canción pero en este momento es como una puñalada. Acelero y cruzo la calle sin fijarme en el tráfico.

            En ese momento un coche me encandila con sus faros cuando estoy a medio camino de la otra acera. Segundos más tarde el mp3 agota su batería y cae al suelo sin que yo llegue a escuchar el final de la canción…

             Hace ya dos semanas que ella se marchó. Simplemente se fue.

         Llegué un día a casa después del trabajo y ella me esperaba en la cocina con sus maletas preparadas.


          -“Me marcho a casa de mi madre, ya no lo soporto más”- Dijo. “Llevo mucho pensándolo, necesito tiempo”…

sábado, 9 de julio de 2016

Amanecer a las cinco de la mañana

Amanecer a las cinco de la mañana

 Seguro que alguna vez te has despertado en un lugar nuevo y completamente desconocido, sudando desconcertado y preguntándote ¿Qué hago yo aquí? El terror de no recordar en qué momento entraste en aquel lugar, cuando decidiste que a la mañana siguiente amanecerías en aquella cama.

La luz de la madrugada entra por la ventana y te despierta inmisericorde. Cinco de la madrugada y apenas has descansado. Automáticamente te asalta un segundo sentimiento: la soledad. De repente te das cuenta de que no recuerdas a tu familia, a tus amigos, tu antigua casa. Tu espalda se queja y tus ojos no quieren abrirse.  Miras a la pared buscando la foto de tu novia, la imagen de tus amigos en aquel concierto o el póster de Pulp Fiction, y solo te saluda el color blanco, o si eres realmente desafortunado, un espantoso papel de pared estampado.

Lanzas tu mano hacia la izquierda para coger tu teléfono y comprobar la hora y el dolor te sacude al golpear la pared: ahora no tienes mesa dónde poner tus cosas al lado de la cama, así que toca levantarse y coger el móvil del escritorio. Lo siento, ya es tarde y te has desvelado, de modo que abres tu portátil y comienzas a escribir.

Hace meses que no escribes más de un párrafo y no sabes cómo empezar. Sonríes. Por fin un sentimiento que te resulta familiar.

Según las ideas van apareciendo y tus dedos flotan, tu memoria va regresando. No te han secuestrado y te han abandonado en ese lugar desconocido: tú decidiste venir. Hace unos meses, quizá unos años, comenzaste a ahorrar y hacer planes, pensando en buscar un futuro mejor, o  huir de un pasado complicado.

Decidiste con dolor dejar atrás a tu familia, a tus amigos, a tu mascota y a tu antiguo amor, incluso a tu preciada colección de libros. Otros quizá echen de menos su consola o su coche. Seguramente muchos si algo no añoran son el amor fallido que dejaron atrás, los problemas familiares, el paro, la monotonía y la falta de esperanza, No todo lo que tenías podía ser bueno o no te habrías marchado.

Monotonía… supongo que no es tan fácil huir de ella, ha venido contigo en la maleta, junto al disco duro portátil y tus dos libros favoritos. Los primeros días permaneció escondida debajo de la cama del hostal, agazapada para atacar cuando menos lo esperaras.

Te quedan 2 horas para vestirte y salir hacia el trabajo…

Cuando recuerdas esto último otras cosas vienen con ello: tienes un trabajo, quizá no el de tus sueños, pero suficiente para vivir por ti mismo y permitirte algún lujo, algo que quizá antes no podías: por fin algo bueno. Y así se te activa otra parte de la memoria.

No estás sólo, viniste con amigos, los cuales te han apoyado y soportado en tus malos momentos. Estás conociendo gente nueva, algunos, con suerte llegarán a ser tus amigos y permanecerán en tu vida, otros pasarán dejando atrás buenos y malos recuerdos.

También, afortunadamente, no eres un inmigrante como fueron tus abuelos, hablas cada dos días con tu familia, que siempre te pregunta cómo te va, y si necesitas algo. Tu madre coge el teléfono al primer tono, si no cuelga sin querer en el intento. Tu hermana te manda fotos de tu perro y tu padre, ¡oh milagro! Está aprendiendo a usar el teléfono móvil.

Por supuesto tus amigos siguen ahí, más lejos pero al lado. Seguís hablando durante horas por el mismo estúpido grupo de Whatsapp, pasando chorradas, contándote que si una quiere matar a su jefe o que si el otro ha encontrado algún chiste de humor negro… por describirlo suavemente. Lo mismo de siempre, y aunque sea a cinco mil kilómetros, se agradece.

La distancia, si sirve para algo, es para demostrarte quien está a tu lado pase lo que pase. Alguien dijo (y si nadie lo ha hecho yo reclamo la patente) que el hogar no es un lugar, sino la gente que siempre te acompaña y que hace tu vida mejor. No estás sólo, no realmente, y nunca lo estarás mientras tengas a esa gente pensando en ti. Estas lejos, que no es lo mismo. Estas viviendo una aventura, no un secuestro. Estas tratando de buscarte la vida, no malgastándola.

Has conocido gente que lleva aquí años y son felices. Han prosperado, han encontrado nuevos amigos, pareja, un pub donde ir tras el trabajo, un rincón favorito de la ciudad. También estas conociendo gente nacida aquí, que te ayuda y te guía. Buena gente, cómo alguna que está a muchos kilómetros y que hacen que Canarias siempre sea tu hogar. A veces te encuentras gente mala, por supuesto, personas con la que quieres tener la menor relación posible… nada nuevo bajo el sol, no podemos tener nosotros el monopolio de la estupidez.

Ya es la hora de irte a trabajar, la ducha te sienta bien, y el desayuno aún mejor. Te vistes, conectas los auriculares al móvil y sales hacia el trabajo. De nuevo, eres  afortunado y trabajas a menos de diez minutos caminando de tu casa, otros tienen un largo trayecto en autobús. El pequeño paseo y la buena música te acaban de levantar el ánimo. Ojalá hiciera buen tiempo, pero muchacho, sabías dónde venías ¿no?


Comienzas un nuevo día, con nueva gente, y nuevas esperanzas, sonriente sabiendo que, pese a que a veces me gane el desaliento, estas avanzando.


PD: Este relato, aunque adornado y con algunos detalles ficticios, es una historia basada en hechos reales, en mi vida y en la de algunos que, como yo, decidieron dar un salto hacia el vacío buscando mejorar en su vida,

lunes, 29 de febrero de 2016

Cruzando el río.

         El Reino del Alba había sido sacudido por guerras, pestes y sufrimiento desde los tiempos míticos a los que apenas alcanzaba la memoria. Sus fronteras estaban tan alejadas que ni siquiera aquellos que se consideraban sus gobernantes tenían claro el límite de sus dominios. Por todo el territorio la gente sufría durante años la incompetencia de aquellos que deberían haber velado por su felicidad, mientras estos guerreaban con sus pares por tierras yermas y ciudades destruidas por las propias guerras dirigidas a conquistarlas. Aquel estado de las cosas era tan inamovible que los habitantes creían que era su destino inalterable, marcado por los dioses creadores, ausentes del mundo por propia voluntad.

         Algunas leyendas hablaban de que más allá del horizonte, en dirección al anochecer existía un río que representaba la frontera entre la nación del Alba y el Reino del Crepúsculo. Aquella corriente de agua era extraordinariamente caudalosa y violenta en todo su recorrido, de modo que aquellos dos reinos estaban tan alejados como si estuvieran en mundos distintos. Tanto era así que el nombre real de este segundo reino era desconocido por los habitantes del Reino del Alba, y si lo llamaban Reino del Crepúsculo era simplemente porque querían creer que más allá del río debía existir algo diferente.

        En ocasiones algunas personas, cansadas del sufrimiento de sus vidas, decidían abandonar sus escasas posesiones en busca del río y del reino más allá de este, el único lugar que conocían que les ofrecía alguna esperanza de mejora. Partían sin mapas ni guías, pues nadie conocía el paradero del río. Algunos dirigían sus pasos hacia las cadenas montañosas del Este, con la lógica de que el río más grande del mundo debía nacer de las montañas más altas. Otros recorrían la costa, en espera de encontrar la desembocadura. Unos pocos preferían dejarse llevar por el azar en espera de un golpe de suerte. Lo cierto es que la gran mayoría volvía a sus casas agotados, pero había un pequeño número del que se perdía la pista.

        Esos escasos elegidos descubrían que el río era casi imposible de cruzar ya que la caudalosa corriente estaba repleta de remolinos y rápidos y todo su recorrido estaba protegido por escarpados precipicios imposibles de descender. Muchos descubrían que la etapa más larga de su viaje comenzaba cuando por fín encontraban el río, buscando sin descanso un paso hacia más allá de la corriente, y la mayoría llegaba a desesperar pensando que tal lugar no existía. Tantos suplicios y penalidades pasaban que, llegados a este punto, la mayoría de los caminantes perdían los recuerdos de su vida, de modo que muchos decían que el aire húmedo que surgía del río tenía la capacidad de borrar la memoria, y que en caso de caerse al agua, el desafortunado perdería todas sus vivencias e incluso su personalidad y esperanzas, lo que explicaba por qué nadie sobrevivía a caer al río, ya que simplemente se dejaban arrastrar y se ahogaban.

         Pero existía. En un punto indeterminado del recorrido, el río olvidaba su terrible carácter y avanzaba plácido por una amplia llanura, y justo en el centro, un ojo experto podría encontrar un pequeño paso, unos escasos metros en los que los constantes remolinos se relajaban lo suficiente para que algunos pudieran intentar el cruce. Aún con esto, lo cierto es que el trayecto era muy largo y difícil, por lo que aquellos que trataban de cruzar sin ayuda nunca conseguían hacerlo. Llevarlos más allá de aquel punto era el trabajo del barquero.

         El barquero era el único que había visto la otra rivera y había vuelto de nuevo a la nación del Alba, aunque nadie sabía si su lugar de origen era un lugar o el otro. Él era el único que había recibido permiso de los gobernantes del Reino del Anochecer para realizar aquel trayecto y ningún otro conocía el río tan bien como él. Cada vez que algún viajero llegaba a la orilla se encontraba un pequeño muelle de madera de color similar al marfil o al hueso, situado justo en una abertura del escarpado acantilado. Guiados por el instinto o bien por el agotamiento, todos se sentaban a esperar la llegada del barquero. Este llegaba a intervalos irregulares, y en ocasiones hacía esperar durante mucho tiempo a los caminantes, pero si algo era absolutamente inamovible era su petición de un pago por el paso. Siempre exigía dos monedas, le daba igual que fueran de oro, plata o bronce, pero siempre debían ser dos monedas iguales. Muchos llegaban totalmente arruinados y trataban de negociar, rogar e incluso amenazar, pero el barquero era alguien curtido y estricto, y jamás cedía a nadie que no pudiera pagar. Aquellos que no podían volvían sobre sus pasos o, casi siempre, trataban de cruzar por su cuenta, siempre con fatales resultados. Lo que nunca nadie había hecho era no intentar cruzar, ni siquiera con la ayuda del barquero, hasta la llegada del pescador.

         Un día, el barquero llegó como siempre en espera de nuevos clientes y se encontró con que en el extremo del muelle se encontraba sentado un hombre de aspecto juvenil y descansado. En raras ocasiones pasaba, algunos tenían suerte y encontraban “la ruta rápida” hacia el muelle, de modo que llegabas en buenas condiciones al embarcadero. Como siempre el barquero amarró su pequeña y plana embarcación y esperó a que su cliente le hablara, pero este se dedicó a mirar el paisaje mientras silvaba una alegre tonada y balanceaba sus pies colgados sobre el agua. El barquero sabía perfectamente que desde aquel punto no se divisaba la otra orilla, de modo que pensó que no tardaría en acercarse a él, sin embargo pasaron las horas, un pequeño grupo de caminantes llegó, pagó, cruzó y el barquero no volvió a pensar en aquel extraño joven pelirrojo, atento a los peligros del río.

         Días después, de regreso al embarcadero, se encontró con el pelirrojo de nuevo en el mismo lugar, aunque en esta ocasión tenía una rudimentaria caña de pescar en las manos y había remangado su pantalón para que no se mojara. Meneando la cabeza sorprendido, el barquero se apoyó en el remo y observó a su compañero de embarcadero, pero le llegaron nuevos pasajeros y tuvo que partir. Aquello se repitió durante días, e incluso, llevado por la curiosidad, el barquero comenzó a hacer mas viajes de los habituales, en espera de que el pescador rompiera por fin su silencio. Sin embargo, por primera vez en su vida, fue él el que dió el primer paso y se acercó al pescador: amarró su barca, colocó el remo en el suelo del embarcadero, y se sentó al lado del pelirrojo.

— Buenos días — Comenzó, pensando que era una forma de comenzar una conversación como cualquier otra.
— Muy buenos la verdad, ¿Que tal?
— Bien... — Aquello era más difícil de lo que creía — ¿Esto... que hace usted aquí?
— Pescar.
— Ya claro, pero... ¿por qué? Quiero decir... todos quieren cruzar y usted ni siquiera lo has intentado desde que llegó.
— Oh... bueno, estoy esperando a alguien. Eso creo al menos.
— ¿Eso cree? ¿A quién espera? Disculpe si me meto dónde no me llaman pero...
— No lo sé, no me acuerdo, pero estoy seguro de que ella llegará algún día.

El barquero, acostumbrado a la amnesia habitual en sus clientes, asintió comprensivo.

— Supongo que tampoco recuerda su nombre ¿verdad?
— Recuerdo que ella me llamaba Tommy, asi que supongo que me llamaré Thomas o algo similar. Es curioso, pero sólo recuerdo eso de ella, y que debo esperarla.
— Bueno, usted sabrá... bueno, disculpe que si le he molestado, vuelvo a mi trabajo. Si otro día le apetece hablar suelo estar por aquí. Y por supuesto, cuando llegue su amiga y decida cruzar sólo tiene que avisarme.
— Gracias, se lo agradezco, estos peces son muy callados y a veces me apetece una buena conversación

—¿Es usted la esposa del señor Thomas Sandler?

La chica rubia de largas ojeras, sentada en una silla al borde de la cama de hospital, asintió.

— Señora, tenemos que hablar sobre el estado de su marido.
— ¿Que quiere decir?
— Bueno... su esposo lleva en estado de coma varios meses, y no hay esperanzas de que vuelva en sí. Además aunque lo hiciera, muy probablemente pierda casi todo el uso de su cuerpo el resto de su vida. Creo que debería plantearse el que lo desconectemos de la respiración asistida, no hay esperanzas de recuperación y usted aún es joven y no creo que sea bueno que pase aquí su vida. Entiendo que no es una decisión fácil.
—¿Quiere que mate a mi marido? ¿Está loco?
— Señora, su marido ya esta muerto, le pido que lo deje marchar. La dejo tranquila. — El doctor sabía que en aquel momento aquella chica lo odiaba, pero la experiencia le había enseñado que en casos así era necesario que alguien usara la absoluta frialdad de la lógica, y en estos casos siempre le tocaba al médico, ya que los familiares no solían ser capaces de hacerlo. Seguramente aún tardaría mucho tiempo en tomar la decisión, pero tarde o temprano llegaría el momento, y era mejor que lo fuera digiriendo con antelación.


—¡Oh Tommy! La culpa es mía, si no me hubieras esperado, si yo no hubiera llegado tarde no estarías asi. — Dijo por enésima vez —Te quiero Thomas, siempre lo haré, pero creo que estoy siendo egoista atandote aquí, debo dejarte ir y yo debo seguir con mi vida, lo siento. Hasta pronto mi amor— Tras estó, María besó a su esposo y salió en busca del doctor.


          En un embarcadero lejano, el pescador sintió cómo un beso en el aire le llegaba con la brisa y dos monedas tintinearon en su bolsillo. Sonriendo, lanzó una última vez el anzuelo, esperó unos minutos y al ver que no picaba nada, recogió el sedal, dejó la caña sobre el embarcadero y se acercó al barquero con las dos monedas en su puño cerrado.


         Minutos después, María volvió junto a su marido, sólo para encontrarse cómo un médico daba fé del fallecimiento de Thomas.

       Cuando las enfermeras retiraron el desfibrilador la máscara de oxígeno de su marido, le permitieron acercarse a él, y entre las lágrimas le pareció que su marido sonreía.

jueves, 18 de febrero de 2016

Oscuridad

¿Alguna vez te has despertado a media noche y has sentido miedo?

Piénsalo, no mientas, te ha pasado. ¿Verdad?

Y ese miedo, ¿a que se debe? Estás en tu habitación, el lugar del mundo que mejor conoces. Todas y cada una de las cosas que te rodean han sido colocadas ahí por ti, seguramente puedes estirar la mano y coger lo que necesitas sin pensar en ello, y sin embargo, ahí sigues, aterrado bajo las mantas. Probablemente a tu lado está tu pareja, y tras la pared, en la habitación de al lado, tus padres o tus hijos, y sin embargo su presencia no te tranquiliza, sigues sintiendo miedo ¿Por qué?¿Qué te pasa?¿Que ha cambiado?

Sólo hay algo nuevo, algo que no controlas, la oscuridad. El miedo a la oscuridad ataca directamente a nuestros instintos, es un miedo animal, que sobrepasa las murallas de la racionalidad. La oscuridad no puede hacerte daño, pero da igual lo mucho que te lo repitas, el miedo siempre volverá. Puedes devolverlo a las cavernas de tu alma durante un tiempo, pero algún día, sin esperarlo, fallará la electricidad, o te despertará un ruido extraño y ahí estará de nuevo, al acecho.

Es difícil no sentir miedo cuando no sabemos qué nos rodea, cuando no sabemos qué puede pasar. Es por eso que no hay mayor oscuridad que el futuro, el no saber qué pasará mañana, qué será de nuestras vidas. Ambas cosas nos producen el mismo tipo de miedo irracional.

Muchas veces nos encontramos al borde de la oscuridad: al terminar el instituto y estar a punto de entrar en la universidad, al acabar la carrera, cuando creemos que alguien nos empieza a gustar, antes de comenzar un trabajo, antes de abandonar a nuestra pareja, antes de mudarnos a otro lugar... En estas ocasiones es cuando nos sentamos al borde del abismo y sólo vemos oscuridad.

A nuestras espaldas, la luz cubre nuestro pasado, lo vemos todo con claridad, nuestras familias, nuestros amigos, el amor... Es fácil ver todo lo que hemos hecho y pensar: “en esto me equivoqué” “En aquel momento debí haber hecho esto otro” “Debí haber sido más valiente” A la luz de la experiencia vemos nuestros fallos y nuestros aciertos. En frente nuestro, sin embargo, sólo hay incertidumbre.

Nadie puede saber que pasará en el futuro, es la oscuridad más impenetrable. Así que corremos el riesgo de quedarnos allí sentados, aterrorizados de avanzar, de saltar a la oscuridad. A muchos les pasa. A mi me ha pasado.

Como digo, es imposible no tener miedo al futuro. Pero hay algo que, si tienes suerte, llegas a comprender. Esa oscuridad que se extiende ante ti, no es más que tu propia sombra. Las alegrías y experiencias del pasado brillan a tu espalda, y es tu propia sombra, la sombra de lo que has vivido, la que te asusta y no te deja avanzar. Nadie sabe que pasará mañana, pero la oscuridad no la pone el futuro, la pones tú mismo. Es algo natural y no se puede evitar, pero si que hay una forma de despejar las sombras, seguir avanzando.

jueves, 28 de enero de 2016

La enfermedad

          Antoine llevaba dos meses trabajando en aquel tugurio ilegal y ya estaba hasta las narices de aguantar borrachos, jugadores empedernidos e indeseables difíciles de calificar, pero necesitaba el dinero. Tenía dos hijos que mantener y una mujer que se había marchado con un pijo hacía ya tres años, en los que ni siquiera se había acordado del cumpleaños de los gemelos. Él nunca se había considerado un gran marido, aunque al menos le había sido fiel, pero desde luego, había sido mucho mejor padre que la innombrable. Su primo, el dueño de aquel local de juego, le había advertido que tendría que tratar con algunas personas bastante curiosas pero no lo había preparado para aquella gente. Antoine nunca habría creído que acabaría trabajando para la oveja negra de la familia, pero allí ganaba cinco veces más que en la pizzería dónde trabajaba antes, aunque jamás le diría a sus hijos que había acabado allí. Al fin y al cabo sólo faltaban doce años para que Will y Anthonie fueran a la universidad, así que en quince o veinte podría salir de aquella cloaca, ironizaba para si mismo.

          Lo único que se exigía para entrar a aquel sótano escondido bajo una tienda de animales de Crimson Road era enseñar el dinero antes de entrar, o bien tener una cuenta en la casa, algo que por lo general acababa con el “cliente” perdiendo el coche, la casa o las piernas, según la cantidad de dinero. El primo Rick no era mal tipo, pero era muy serio con aquellas cosas. Antoine actuaba como la mano derecha del jefe (no quería saber que había sido del anterior encargado) , y con él trabajaban cinco chicas en las mesas de juego y seis chavales “de seguridad” que hacían las labores de cobrador por un dinero extra. En su opinión su primo debía de ser algún jefecillo de la mafia o algo así, pero a Antoine no le interesaba ni quería saber absolutamente nada al respecto.

          El trabajo del encargado consistía básicamente en tratar con los clientes, invitarles a copas para que perdieran el control de lo que jugaban, vigilar que no se hicieran trampas y, sobre todo, decidir cuando debían actuar los chicos de seguridad. Por lo general se trataba de un trabajo sencillo, aquellos que venían al local sabían perfectamente dónde entraban y entendían perfectamente las normas de la casa, o no tardaban en hacerlo.

        Aquel martes era un día tranquilo, todos los clientes estaban convenientemente borrachos y apostando la herencia de sus hijos, de modo que Antoine se dedicó a estudiar a las próximas víctimas de la pobreza.

          En la única mesa ocupada habían un par de pequeños empresarios que pretendían impresionar a un tercero a base sus ropas más caras y de gastar un dinero que probablemente no tenían. Junto a ellos habían dos habituales, niñatos ricos de cuna que estaban estudiando en la universidad y cuyos padres no tenían ni idea de que en los gastos de sus hijos se incluían las pérdidas al poker. En las máquinas tragaperras estaba Asth, cómo cada día.

          Antoine no sabía de dónde sacaba el dinero pero aquel tipo pagaba con sus pérdidas la factura diaria en licor. Al contrario que otros habituales, aquel tipo era extremadamente callado. Se limitaba a entrar al anochecer, pagar todas sus copas y vaciaba sus bolsillos jugando en las máquinas o el BlackJack, a media noche se marchaba y al día siguiente repetía de nuevo el mismo proceso, cada día sin excepción. Siempre llegaba impecablemente vestido, con traje y corbata. Antoine había advertido que solía tener mala cara al llegar, pálida y enfermiza, aunque tras tomar un par de copas mejoraba visiblemente. Era extraño, pensó, pero al terminar la noche era de los pocos clientes que podía caminar recto, y jamás se lamentaba de sus pérdidas. La mayor parte de las trifulcas ocurrían a esa hora, cuando los clientes se negaban a marcharse antes de recuperar sus pérdidas, o bien estaban demasiado borrachos para aceptar la derrota. Sin embargo Asth se limitaba a marcharse tranquilamente, despedirse de las chicas con aquellos juveniles y pícaros ojos azules y salir por la puerta.

          La noche pasó rápidamente, y Antoine llamó a un taxi para que le llevara a casa, ya que su coche estaba en el taller desde hacía días. Al pasar cerca del estadio observó a una figura que caminaba con los hombros encogidos, protegiéndose de la nieve. Cuando estuvo más cerca comprobó que era el señor Asth. Seguramente no le había quedado dinero para pagar un taxi, y Antoine supuso que no le haría mal ayudarle, de modo que pidió al conductor que parara junto al hombre.

— ¿Señor Asth, quiere que le lleve?
— Mmm... esto... Antoine ¿Verdad? Se lo agradezco, la verdad es que hace algo de fresco para ir de paseo.

           Resultó que su acompañante vivía tan sólo a unas manzanas de su propia vivienda de modo que el traslado no se encareció demasiado. En una educada y algo reservada conversación descubrieron que ambos estaban solteros, y, al parecer, ambos habían tenido problemas con la mujer a la que habían amado, aunque el jugador no se había explayado en detalles, evidentemente incómodo.

— Ha sido un placer, espero que podamos charlar más otro día — Se despidió más por educación Antoine que por un verdadero interés.
— Por supuesto, seguramente nos veamos pronto.

          A la mañana siguiente, Antoine salió a dar su paseo de costumbre y sus pasos le llevaron inconscientemente hacia la zona en la que Asht se había bajado del taxi. Al pasar bajo un puente peatonal, observó con desagrado que un vagabundo estaba cruzado durmiendo bajo unos cartones de lado a lado, de modo que tendría que saltarle para poder continuar. Al pasar un pié sobre el durmiente, golpeó sin querer uno de los cartones y se quedó de piedra, el vagabundo era el señor Asth. Sin embargo, se encontraba en un estado lamentable, con los ojos hinchados y unas extrañas marcas pálidas y verduscas poblaban su rostro. Asustado, Antoine pensó que quizá alguien le había dado una paliza anoche y lo había abandonado allí. Sin embargo, al tocarlo con la mano, Asht se despertó, y al ver aquellos ojos completamente negros, sin rastro de el color azul grisáceo habitual, cualquier preocupación fue reemplazado por el pánico y salió corriendo. Al salir del puente se encontró a aquel hombre de tez necrotizada cerrándole el paso.

—No se preocupe, no le va a pasar nada. No tengo nada contra usted.

         Apenas quince minutos después, se encontraba tomando un café en un bar cercano y observando cómo aquel... ¿hombre? Se tomaba un whisky con hielo pese a ser las nueve y media de la mañana.

— ¿Que...?¿Que es usted?¿Cómo me ha convencido de que venga aquí?¿Me ha hipnotizado o algo así?
—Las dos últimas preguntas tienen una respuesta muy sencilla, es usted idiota y demasiado cotilla para su propio bien. Las otras son algo más... complejas.
—No... en serio, me ha hecho algo... me ha dicho que fuéramos a tomar una copa y he venido, aunque mi mente me gritaba que corriera.

        Cómo cualquier afroamericano de New Orleans, y más aún uno con una abuela de origen haitiano, había crecido con historias de vudú, y aunque no era un creyente, era difícil quitarse la loza de cientos de años de tradiciones. Ahora todos las creencias que había descartado como tonterías volvían a su mente con fuerza.

— No eres un zombi... ¿Que eres?¡Joder!

           Asth le dedicó de nuevo una mirada penetrante con aquellos ojos que volvían a ser azules.

—Soy un demonio
Aquello le cayó como un jarro de agua, devolviéndole a la realidad. Todo aquello era imposible.

—No me tome el pelo, en serio, ¿que droga toma?
—Lo digo en serio, soy un demonio. Existimos, como los ángeles.
—¿Y los elfos?
—¿Quién toma el pelo a quién ahora? No, esos son seres de ficción, aunque seguramente inspirada en una imagen romántica de los ángeles ahora que lo dices.
—Eso quiere decir que... eres malvado.
—No exactamente... o si... Verás, tanto los demonios como los otros somos... expresiones del espíritu humano... la... representación de los extremos del alma humana. Nosotros representamos todas las perversiones y maldades que pueden realizar los hombres, los ángeles representan la otra cara de la moneda por así decirlo. No podemos ser más malignos que los propios humanos. Lo que significa que podemos ser muy malvados supongo.
—No te creo, es imposible, tu no puedes ser un demonio, los demonios son rojos y con cuernos...
—Estoy disfrazado, — le cortó secamente— No... los demonios tenemos tantas formas como pecados tiene el ser humano. De todas maneras esta no es mi forma real, y yo tampoco soy del todo un demonio... ya no.
—Dijiste que lo eras, no te entiendo — Dijo, cada vez más nervioso Antoine, que ahora comprobaba que las manchas de la cara de aquel loco se movían lentamente.
—Lo dejé, renuncié... por amor. Conocí a una mujer en uno de mis paseos por el mundo para alimentarme de pecado... y me enamoré. Ella era perfecta, y yo no podía perderla, así que renuncié a mis legados y me... “humanicé”.
—¿Por una mujer? Desde luego, son capaces de conseguir lo que quieren pero esto...
—Ella era maravillosa, y me amaba de verdad, sin reservas, aunque por supuesto, no sabía lo que yo había sido. Ella amaba al humano en que me había convertido, y yo trataba de ser una buena pareja, lo hice lo mejor que pude, pero al final la perdí.
—¿Que ocurrió?
—Comencé a morir.
—¿Qué?
— Nunca fui del todo humano, en el fondo, no tengo alma, tengo... algo distinto, un vacío, una... necesidad, y esa necesidad se alimenta de pecado. De repente dejé de alimentarla y me volví más humano, pero comencé a morir. Una mañana en que ella se había ido de vacaciones con unas amigas me levanté como ves y no supe que hacer. Comencé a investigar que me había pasado, hablé com médicos, con mediums e incluso traté de contactar con los ángeles, pero estos me rehuían. Hasta que finalmente uno de los míos decidió regodearse en mi dolor y me explicó lo que me pasaba. Al parecer, gracias a la lujuria que había sentido por mi esposa mi muerte había avanzado muy lentamente, pero al final, mi naturaleza estaba cobrándome factura he iba a desaparecer.
—Y ¿Qué hiciste?
—Lo único que podía hacer, volví a pecar. Comencé a beber más de la cuenta, a drogarme, a jugar... una vez, desesperado por detener mi muerte, me acosté con otra mujer. Lo que yo no sabía es que Anna estaba pensando en dejarme. Ella me amaba y me perdonaba aunque era difícil vivir con un borracho y ludópata, pero no pudo perdonarme cuando me descubrió en la cama con otra, de modo que la perdí para siempre.
—¿Y desde entonces vives así? Entiendo que los tuyos no te ayuden, pero... ¿ no te pueden ayudar los ángeles?
—Jajajaja ¿esos estúpidos estirados? Nosotros tenemos un dicho: Sólo hay una puerta para entrar al cielo, pero cientos para entrar al infierno, y si no, siempre puedes entrar por la ventana. No... los ángeles son demasiado... estrictos, rechazan todo aquello que no se corresponde con su ideal. Los demonios por el contrario son más liberales, pero yo rechacé ser uno de ellos y no puedo volver aunque quisieran acogerme de nuevo. Sólo me queda morir, o mejor dicho, desaparecer, ya que nosotros no morimos cómo ustedes. No tenemos alma que trascienda, así que simplemente desaparecemos. Estoy desando morir, no soy ni ángel ni demonio ni humano, estoy condenado.
—¿Y por qué no mueres? Solamente tendrías que dejar de pecar y por fin descansarías. Obviamente estas sufriendo.
— Es por culpa de algo que tienen los humanos, de una enfermedad que todos teneis y que yo contraje al estar con ustedes. Estoy enfermo de esperanza aún espero que ella vuelva a mí, aunque sé que es imposible. Aún la amo y espero que ella me ame de nuevo.