jueves, 28 de enero de 2016

La enfermedad

          Antoine llevaba dos meses trabajando en aquel tugurio ilegal y ya estaba hasta las narices de aguantar borrachos, jugadores empedernidos e indeseables difíciles de calificar, pero necesitaba el dinero. Tenía dos hijos que mantener y una mujer que se había marchado con un pijo hacía ya tres años, en los que ni siquiera se había acordado del cumpleaños de los gemelos. Él nunca se había considerado un gran marido, aunque al menos le había sido fiel, pero desde luego, había sido mucho mejor padre que la innombrable. Su primo, el dueño de aquel local de juego, le había advertido que tendría que tratar con algunas personas bastante curiosas pero no lo había preparado para aquella gente. Antoine nunca habría creído que acabaría trabajando para la oveja negra de la familia, pero allí ganaba cinco veces más que en la pizzería dónde trabajaba antes, aunque jamás le diría a sus hijos que había acabado allí. Al fin y al cabo sólo faltaban doce años para que Will y Anthonie fueran a la universidad, así que en quince o veinte podría salir de aquella cloaca, ironizaba para si mismo.

          Lo único que se exigía para entrar a aquel sótano escondido bajo una tienda de animales de Crimson Road era enseñar el dinero antes de entrar, o bien tener una cuenta en la casa, algo que por lo general acababa con el “cliente” perdiendo el coche, la casa o las piernas, según la cantidad de dinero. El primo Rick no era mal tipo, pero era muy serio con aquellas cosas. Antoine actuaba como la mano derecha del jefe (no quería saber que había sido del anterior encargado) , y con él trabajaban cinco chicas en las mesas de juego y seis chavales “de seguridad” que hacían las labores de cobrador por un dinero extra. En su opinión su primo debía de ser algún jefecillo de la mafia o algo así, pero a Antoine no le interesaba ni quería saber absolutamente nada al respecto.

          El trabajo del encargado consistía básicamente en tratar con los clientes, invitarles a copas para que perdieran el control de lo que jugaban, vigilar que no se hicieran trampas y, sobre todo, decidir cuando debían actuar los chicos de seguridad. Por lo general se trataba de un trabajo sencillo, aquellos que venían al local sabían perfectamente dónde entraban y entendían perfectamente las normas de la casa, o no tardaban en hacerlo.

        Aquel martes era un día tranquilo, todos los clientes estaban convenientemente borrachos y apostando la herencia de sus hijos, de modo que Antoine se dedicó a estudiar a las próximas víctimas de la pobreza.

          En la única mesa ocupada habían un par de pequeños empresarios que pretendían impresionar a un tercero a base sus ropas más caras y de gastar un dinero que probablemente no tenían. Junto a ellos habían dos habituales, niñatos ricos de cuna que estaban estudiando en la universidad y cuyos padres no tenían ni idea de que en los gastos de sus hijos se incluían las pérdidas al poker. En las máquinas tragaperras estaba Asth, cómo cada día.

          Antoine no sabía de dónde sacaba el dinero pero aquel tipo pagaba con sus pérdidas la factura diaria en licor. Al contrario que otros habituales, aquel tipo era extremadamente callado. Se limitaba a entrar al anochecer, pagar todas sus copas y vaciaba sus bolsillos jugando en las máquinas o el BlackJack, a media noche se marchaba y al día siguiente repetía de nuevo el mismo proceso, cada día sin excepción. Siempre llegaba impecablemente vestido, con traje y corbata. Antoine había advertido que solía tener mala cara al llegar, pálida y enfermiza, aunque tras tomar un par de copas mejoraba visiblemente. Era extraño, pensó, pero al terminar la noche era de los pocos clientes que podía caminar recto, y jamás se lamentaba de sus pérdidas. La mayor parte de las trifulcas ocurrían a esa hora, cuando los clientes se negaban a marcharse antes de recuperar sus pérdidas, o bien estaban demasiado borrachos para aceptar la derrota. Sin embargo Asth se limitaba a marcharse tranquilamente, despedirse de las chicas con aquellos juveniles y pícaros ojos azules y salir por la puerta.

          La noche pasó rápidamente, y Antoine llamó a un taxi para que le llevara a casa, ya que su coche estaba en el taller desde hacía días. Al pasar cerca del estadio observó a una figura que caminaba con los hombros encogidos, protegiéndose de la nieve. Cuando estuvo más cerca comprobó que era el señor Asth. Seguramente no le había quedado dinero para pagar un taxi, y Antoine supuso que no le haría mal ayudarle, de modo que pidió al conductor que parara junto al hombre.

— ¿Señor Asth, quiere que le lleve?
— Mmm... esto... Antoine ¿Verdad? Se lo agradezco, la verdad es que hace algo de fresco para ir de paseo.

           Resultó que su acompañante vivía tan sólo a unas manzanas de su propia vivienda de modo que el traslado no se encareció demasiado. En una educada y algo reservada conversación descubrieron que ambos estaban solteros, y, al parecer, ambos habían tenido problemas con la mujer a la que habían amado, aunque el jugador no se había explayado en detalles, evidentemente incómodo.

— Ha sido un placer, espero que podamos charlar más otro día — Se despidió más por educación Antoine que por un verdadero interés.
— Por supuesto, seguramente nos veamos pronto.

          A la mañana siguiente, Antoine salió a dar su paseo de costumbre y sus pasos le llevaron inconscientemente hacia la zona en la que Asht se había bajado del taxi. Al pasar bajo un puente peatonal, observó con desagrado que un vagabundo estaba cruzado durmiendo bajo unos cartones de lado a lado, de modo que tendría que saltarle para poder continuar. Al pasar un pié sobre el durmiente, golpeó sin querer uno de los cartones y se quedó de piedra, el vagabundo era el señor Asth. Sin embargo, se encontraba en un estado lamentable, con los ojos hinchados y unas extrañas marcas pálidas y verduscas poblaban su rostro. Asustado, Antoine pensó que quizá alguien le había dado una paliza anoche y lo había abandonado allí. Sin embargo, al tocarlo con la mano, Asht se despertó, y al ver aquellos ojos completamente negros, sin rastro de el color azul grisáceo habitual, cualquier preocupación fue reemplazado por el pánico y salió corriendo. Al salir del puente se encontró a aquel hombre de tez necrotizada cerrándole el paso.

—No se preocupe, no le va a pasar nada. No tengo nada contra usted.

         Apenas quince minutos después, se encontraba tomando un café en un bar cercano y observando cómo aquel... ¿hombre? Se tomaba un whisky con hielo pese a ser las nueve y media de la mañana.

— ¿Que...?¿Que es usted?¿Cómo me ha convencido de que venga aquí?¿Me ha hipnotizado o algo así?
—Las dos últimas preguntas tienen una respuesta muy sencilla, es usted idiota y demasiado cotilla para su propio bien. Las otras son algo más... complejas.
—No... en serio, me ha hecho algo... me ha dicho que fuéramos a tomar una copa y he venido, aunque mi mente me gritaba que corriera.

        Cómo cualquier afroamericano de New Orleans, y más aún uno con una abuela de origen haitiano, había crecido con historias de vudú, y aunque no era un creyente, era difícil quitarse la loza de cientos de años de tradiciones. Ahora todos las creencias que había descartado como tonterías volvían a su mente con fuerza.

— No eres un zombi... ¿Que eres?¡Joder!

           Asth le dedicó de nuevo una mirada penetrante con aquellos ojos que volvían a ser azules.

—Soy un demonio
Aquello le cayó como un jarro de agua, devolviéndole a la realidad. Todo aquello era imposible.

—No me tome el pelo, en serio, ¿que droga toma?
—Lo digo en serio, soy un demonio. Existimos, como los ángeles.
—¿Y los elfos?
—¿Quién toma el pelo a quién ahora? No, esos son seres de ficción, aunque seguramente inspirada en una imagen romántica de los ángeles ahora que lo dices.
—Eso quiere decir que... eres malvado.
—No exactamente... o si... Verás, tanto los demonios como los otros somos... expresiones del espíritu humano... la... representación de los extremos del alma humana. Nosotros representamos todas las perversiones y maldades que pueden realizar los hombres, los ángeles representan la otra cara de la moneda por así decirlo. No podemos ser más malignos que los propios humanos. Lo que significa que podemos ser muy malvados supongo.
—No te creo, es imposible, tu no puedes ser un demonio, los demonios son rojos y con cuernos...
—Estoy disfrazado, — le cortó secamente— No... los demonios tenemos tantas formas como pecados tiene el ser humano. De todas maneras esta no es mi forma real, y yo tampoco soy del todo un demonio... ya no.
—Dijiste que lo eras, no te entiendo — Dijo, cada vez más nervioso Antoine, que ahora comprobaba que las manchas de la cara de aquel loco se movían lentamente.
—Lo dejé, renuncié... por amor. Conocí a una mujer en uno de mis paseos por el mundo para alimentarme de pecado... y me enamoré. Ella era perfecta, y yo no podía perderla, así que renuncié a mis legados y me... “humanicé”.
—¿Por una mujer? Desde luego, son capaces de conseguir lo que quieren pero esto...
—Ella era maravillosa, y me amaba de verdad, sin reservas, aunque por supuesto, no sabía lo que yo había sido. Ella amaba al humano en que me había convertido, y yo trataba de ser una buena pareja, lo hice lo mejor que pude, pero al final la perdí.
—¿Que ocurrió?
—Comencé a morir.
—¿Qué?
— Nunca fui del todo humano, en el fondo, no tengo alma, tengo... algo distinto, un vacío, una... necesidad, y esa necesidad se alimenta de pecado. De repente dejé de alimentarla y me volví más humano, pero comencé a morir. Una mañana en que ella se había ido de vacaciones con unas amigas me levanté como ves y no supe que hacer. Comencé a investigar que me había pasado, hablé com médicos, con mediums e incluso traté de contactar con los ángeles, pero estos me rehuían. Hasta que finalmente uno de los míos decidió regodearse en mi dolor y me explicó lo que me pasaba. Al parecer, gracias a la lujuria que había sentido por mi esposa mi muerte había avanzado muy lentamente, pero al final, mi naturaleza estaba cobrándome factura he iba a desaparecer.
—Y ¿Qué hiciste?
—Lo único que podía hacer, volví a pecar. Comencé a beber más de la cuenta, a drogarme, a jugar... una vez, desesperado por detener mi muerte, me acosté con otra mujer. Lo que yo no sabía es que Anna estaba pensando en dejarme. Ella me amaba y me perdonaba aunque era difícil vivir con un borracho y ludópata, pero no pudo perdonarme cuando me descubrió en la cama con otra, de modo que la perdí para siempre.
—¿Y desde entonces vives así? Entiendo que los tuyos no te ayuden, pero... ¿ no te pueden ayudar los ángeles?
—Jajajaja ¿esos estúpidos estirados? Nosotros tenemos un dicho: Sólo hay una puerta para entrar al cielo, pero cientos para entrar al infierno, y si no, siempre puedes entrar por la ventana. No... los ángeles son demasiado... estrictos, rechazan todo aquello que no se corresponde con su ideal. Los demonios por el contrario son más liberales, pero yo rechacé ser uno de ellos y no puedo volver aunque quisieran acogerme de nuevo. Sólo me queda morir, o mejor dicho, desaparecer, ya que nosotros no morimos cómo ustedes. No tenemos alma que trascienda, así que simplemente desaparecemos. Estoy desando morir, no soy ni ángel ni demonio ni humano, estoy condenado.
—¿Y por qué no mueres? Solamente tendrías que dejar de pecar y por fin descansarías. Obviamente estas sufriendo.
— Es por culpa de algo que tienen los humanos, de una enfermedad que todos teneis y que yo contraje al estar con ustedes. Estoy enfermo de esperanza aún espero que ella vuelva a mí, aunque sé que es imposible. Aún la amo y espero que ella me ame de nuevo.


jueves, 21 de enero de 2016

Cuentos antiguos.

          El valle de Khorin es uno de esos lugares sin interés para nadie salvo para aquellos que viven en ellos. Ninguna ruta comercial importante cruzaba aquellas montañas, no se producía nada especialmente importante y su suelo no era fabulosamente fértil. En ocasiones las mareas de la guerra y la política inundaban aquel suelo, pero al descender todo volvía a su lugar. Todo lo importante, al menos.
          
           Los ancianos decían que cuando eran jóvenes podías despertar siendo miembro de un poderoso imperio una mañana, haber sido conquistado por algún jefecillo guerrero a media semana y, tres días después, ser un fervoroso seguidor de algún profeta de tres al cuarto. Todo eso sin que todo ello cambiara para nada la vida de los lugareños, salvo en que eran bastante más pobres, ya que cada gobernante venía con sus recaudadores de impuestos, los únicos que realmente se preocupaban por aparecer regularmente por el valle.
     
           Aunque hay varias aldeas por toda la zona, la única población importante estaba a los pies de las montañas del norte y se llamaba Garel, en honor a los primeros habitantes del valle. Nadie sabía cuando habían llegado los garelianos, ni como había construido aquel pueblo ni la fortaleza que se erigía en la pared de la montaña. Las construcciones antiguas parecían surgir directamente desde las raíces de roca del suelo, sin que los bloques de piedra pudieran distinguirse unos de otros, como si crecieran así de forma natural. La inquisición había declarado que la fortaleza de Garel y la decena de pequeños templos repartidos por el valle adoraban a antiguos dioses heréticos y debían de ser abandonadas a su suerte, para que se deshicieran en polvo con el tiempo gracias al poder divino, aunque las construcciones parecían empecinadas en resistir. 

         El único motivo por el que la iglesia permitía que Garel siguiera habitado era por su situación privilegiada que controlaba el único paso que cruzaba la cordillera de Erath. Más allá del paso había un profundo bosque que se extendía durante días de marcha, y después, tan sólo un páramo helado de cientos de kilómetros hacia el este. Ninguna misión de exploración había vuelto, aunque las antiguas leyendas decían que los garelianos habían llegado de más allá de la tundra helada, huyendo hacia en este en busca de nuevos territorios, escapando del frío.

        La familia de Marcus había vivido en una granja en las afueras de Garel durante muchas generaciones, trabajando la tierra y tratando de prosperar y salir adelante. El padre llevaba toda la mañana dando de comer a los animales y preparando las herramientas para el trabajo cuando su mujer la llamó para comer. En la mesa lo esperaba su mujer Alicia, su hija menor, Yolanda y Marcus, el hijo mediano, que aún estaba convaleciente por una grave enfermedad que había estado apunto de llevárselo, por lo que no había podido ayudarlo en las tareas de la granja en las últimas semanas. El mayor, Ángel, había ido temprano a comprar víveres al pueblo y no volvería hasta el anochecer.

         
          El almuerzo fue tan magnifico cómo siempre, y Dale pensó que sin duda su esposa podría hacer auténticas maravillas si no tuvieran una despensa tan menguada después del invierno. Marcus se acercó a él mientras estaba recostado, descansando un rato antes de volver al trabajo.

— Padre, ¿puedo preguntarle algo?

           Dale, abrió los ojos y arqueó una ceja, acostumbrado a las inquietudes intelectuales de su hijo, algo poco habitual en los jóvenes del valle.

— Claro hijo, ¿Qué quieres?
— No se bien como decirlo… ¿puede hablarme de los dioses?
— ¿De los dioses? Bueno, ¿por qué no esperas a que acabe la semana y vayamos al templo? Seguro que el sacerdote podrá contestarte mejor tus dudas.
— No, no hablo de Ra, el dios del imperio. He ido a las clases dominicales y el sacerdote me ha contado su historia, hablo de los dioses antiguos, de los dioses de los garelianos. Quiero que me hable de los dioses de su padre.
— ¿De mi padre? Mejor di del abuelo del abuelo de mi abuelo, hace cientos de años que nadie cree en los dioses antiguos. ¿Por qué quieres saber de ellos?
— Simple curiosidad — Contestó Marcus  — Por favor, me interesa bastante.
—De acuerdo, pero te aviso que no se mucho, tan sólo algunos cuentos y leyendas. De hecho conozco sólo los principales, porque los garelianos tenían decenas de dioses.
—Cuénteme lo que sepa padre, se lo agradecería.
—Bien... veamos

           Lo primero que debes saber es que los nombres de los dioses antiguos se han perdido, ya que sólo los sacerdotes de cada dios conocían su nombre auténtico, con el que podían invocarlo y pedirle que intercedieran por ellos. Según mi abuelo aquellos sacerdotes tenían poder para cambiar el terreno, curar a los moribundos e incluso invocar la tormenta desde su mano. Por supuesto seguramente son cuentos, ya te he dicho que todo eso son cosas que él nunca vio, pero si que creo que los garelianos estaban mas cerca de sus dioses que nosotros.

          Según las historias existían muchos dioses: dioses de la naturaleza, de la familia, dioses guerreros, dioses de la sabiduría… sin embargo habían seis dioses supremos. Te contaré la historia tal como la recuerdo:

              Los dos hermanos gemelos, los primeros en nacer del vacío, están sentados en dos tronos en la cima de la montaña mas alta del mundo. En un trono, el anciano de barba cana mira hacia el oeste, hacia la noche y hacia el invierno. En el otro trono, el niño de hermosa melena pelirroja mira al este, hacia el día y hacia el verano. Según dicen, el primero usa un bastón tallado del primer árbol para apoyar sus cansados brazos, mientras que el segundo juega con una gran espada forjada con el hierro expulsado por primer volcán que moldeó el mundo. Eran adorados y respetados por todos los dioses y ellos controlaban el movimiento de los cielos y del tiempo.            
             
En los bosques vive “La Señora de la foresta”, la siguiente en poner el pie en el mundo, justo un segundo por detrás de sus hermanos y esposos gemelos. Junto a ellos creó la vida salvaje y las corrientes de agua. Decían que vive danzando entre los bosques, acompañada por un búho y un zorro dorado. Por dónde pisa nacen nuevos brotes y allí dónde se oye su voz la primavera pervive. Todos los garelianos la amaban y respetaban, aunque también era temida ya que la vida salvaje siempre tiene dos caras y puede ser peligrosa incluso sin quererlo.

             De el siguiente no sé mucho, pero según mi abuelo era muy temido y se hablaba poco de él. Fue el último en surgir del vacío por elección propia y pese a esto los garelianos creían que en realidad era el más anciano. Decían que andaba por los caminos de forma pausada y era el único que nunca había estado atado a ningún tiempo o lugar. Es el único que no tiene nombre para llamarlo ni sacerdocio que le adore pues nadie quiere tener que ver con el señor de la muerte y podredumbre. Con apariencia de anciano decrépito pero con una fuerza imposible de vencer, en ocasiones se le puede ver caminando encapuchado, cantando con una voz profunda y hermosa, una trampa para cualquiera que le preste oídos.
           
            El dios más adorado por los garelianos, pese a ser el único que no atiende a los ruegos ni rezos es “El Exiliado”, también llamado “El Creador”. Surgido de la imaginación de los cuatro grandes, el exiliado habitó durante milenios entre las estrellas, como cualquier otra criatura, siendo la creación más amada por los otros dioses. Tantos fueron los dones que recibió que decidió crear el mismo un pueblo al que devolver tanto amor, y fue así como fueron creados los humanos. Sin embargo sus padres se horrorizaron pues había creado a esas criaturas sin contar con su consejo ni su poder, por lo que eran criaturas imperfectas, que traerían consigo el desorden a la creación de los cuatro primeros, sin capacidad para crecer o morir, los humanos estaban a punto de ser destruidos por los otros dioses cuando el creador se interpuso entre ellos y el puño justiciero de los dioses y rogó por su salvación, ya que aunque él mismo estaba horrorizado por su creación, era injusto que fueran destruidos por sus errores. Fue así como los cuatro primeros accedieron a otorgar sus dones a los humanos, y estos pudieron integrarse en el mundo sin poner en peligro la creación, dotados de la capacidad de crear vida, de morir, y de elegir su camino en el proceso. Tras la crisis, el dios se dio cuenta de que si seguía en el mundo la tentación de volver a crear sería demasiado fuerte y pondría de nuevo en peligro al mundo, por lo que decidió auto exiliarse, para gran pesar de su pueblo.

             "El Guardián" fue el hermano menor del creador. Fue este el que le enseñó la belleza del universo junto a el exploró toda la creación. Fue sin duda el dios que mejor conoció los secretos del universo, más incluso que sus padres, y aunque su poder no le permitía alterar o recrear la creación de estos, decidió que sería él el encargado de proteger el mundo, ya fuera de los peligros nacidos del vacío, o bien de cualquier criatura malvada y peligrosa. Para los garelianos era el dios de la guerra y de la justicia, el encargado de castigar a los criminales y proteger a los débiles. Además, justo antes de partir, el creador le pidió a su hermano que extendiera su vigilancia a los humanos, pues sabía que existen males que ni siquiera los dioses conocen y sus criaturas necesitarían ayuda en su ausencia. El vigilante, que compartía el temor, prometió mantenerse a la espera de cualquier peligro y soplar su cuerno para alertar a los humanos cuando el enemigo llegara.


 
          Mi abuelo me habló de algunos más, el herrero, el soñador, los amantes y algunos otros pero eran poco importantes y ya mi abuelo sabía poco de ellos. Puede que el anciano Morel de la granja vecina pueda contarte más historias, aunque no creo que sea bueno que vayas preguntando estas cosas, ya sabes que los curas son un poco sensibles, podrías ganarte un buen cogotazo si el sacerdote te escucha hablado sobre estos temas. Pero dime ¿por qué me preguntas sobre los dioses?

—Por nada importante — Contestó Marcus tras una ligera duda, encogiéndose de hombros.
—No me engañes, has encontrado algún libro de tu abuelo en el desván o algo así ¿verdad? —añadió cariñosamente su padre.
— Que va, es una tontería en serio, es que anoche tuve un sueño sobre uno de esos dioses, supongo que había oído alguna vez algo sobre ellos, aunque no recuerdo cuando.
— ¿Un sueño? Que raro... ¿y con cual soñaste?
— Por su descripción creo que fue “El Guardián”.
— Y... ¿Que pasaba? — Preguntó Dale con un tono extraño.
— No pasaba gran cosa, simplemente él estaba de espaldas, mirando hacia el cielo apoyado en un árbol. Cuando traté de acercarme desapareció, sentí que aparecía a mi espalda. Intenté darme la vuelta pero no pude, no llegó a tocarme pero de algún modo me impidió mirarlo. Entonces me dijo una palabra, no recuerdo cual, y me desperté. Como dije, era una tontería, sólo tenía curiosidad.
— Bueno hijo, son sueños simplemente, en otro momento volvemos a hablar, déjame descansar un rato ¿vale?
— Gracias padre, que descanse.

        Mientras su hijo se alejaba, Dale permitió que la inquietud que sentía llegara a su expresión. Había una historia sobre los dioses antiguos que no había contado a su hijo, algo que su abuelo le había relatado cómo una canción infantil, como una nana para dormir a los niños.

 Ve a la cama a descansar mi niño,
y no huyas de los dioses.
Estos te conocen, 
y saben lo que en la vida te espera.
Sueña con el anciano, cariño mío,
y largos años vivirás.
Duerme y mira al niño,
y hermano pronto tu tendrás.
Si la dama en sueños te visita
el amor sin duda conocerás.
Soñar con el creador,
descanso reparador te dará.
Ver al vigilante,
Guerra, muerte y sangre traerá.

         
           A muchísimos kilómetros, sentado en una alta rama, una figura ataviada con una armadura de cuero oscuro que parecía rielar y adaptarse a las sombras, vigilaba más allá de los límites del bosque. Sus cambiantes ojos, que pasaban de ser unos hermosos ojos humanos de color violeta a otros sesgados y amarillos semejantes a los de los reptiles observaban sin descansar buscando las señales que tanto temía, y por primera vez estaba encontrándolas. Nervioso, jugueteaba con un largo cuerno que tenía entre sus manos, sabiendo que muy pronto llegaría el momento de llamar a las armas a aquellos destinados a luchar por la supervivencia de la humanidad.


sábado, 2 de enero de 2016

Un mensaje en la playa

           Amanda se había mudado hacía unos meses a aquel pequeño pueblo a pocos kilómetros al oeste de Wyndham con sus padres. Para una chica de apenas catorce años el mudarse a aquella esquina de Australia desde la gigantesca Nueva York había sido un shock, aunque sabía que sus padres eran felices con aquel cambio de vida y ella había tratado de aceptarlo lo mejor posible.

           Lo peor era el aburrimiento. En Jastonville no había mucho que hacer para los jóvenes, todo el ocio se concentraba en Wyndham, a la que tenían que ir incluso para estudiar. Aunque era un pueblo costero, no tenía una playa decente, tan sólo una pequeña cala rocosa casi a una hora de camino a pié, por lo que resultaba mucho más sencillo ir en autobús a otros pueblos cercanos. Sin embargo a Amanda le encantaba salir a pasear con su perro por lo que prefería ir caminando hasta la cala y darse un chapuzón cuando el tiempo lo permitía.

          Una tarde nublada de octubre, estaba sentada en su rincón favorito de la cala cuando Rocky vino hacia ella moviendo la cola con algo verde y alargado en la boca. Al acercarse vio que era una de esas botellas de cristal verde grueso y casi opacas que estaban casi desaparecidas de las tiendas desde hacía años. Rocky soltó su tesoro en los pies de Amanda y se quedó mirando hacia su amiga con esa mirada de adoración que solo puede tener un perro saciado de jugar.

          Amanda cogió la botella y vio que parecía muy vieja y desgastada, cómo si hubiera sido pulida por las olas durante muchos años. Poniéndola al trasluz vio que estaba vacía salvo por un extraño cilindro. Aquello parecía la nota en la botella de las historias de piratas, y sus ojos se abrieron sorprendidos al abrir la botella y encontrarse precisamente eso: una amarillenta y desgastada nota, escrita en la parte trasera de una etiqueta de vino, seguramente la original de la propia botella. La nota estaba escrita sobre el delicado papel con una letra imprecisa, de un color rojizo desvaído.

Hola, me llamo Kevin, tengo quince años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico.

Hace unos días fue mi cumpleaños, o eso creo, porque no puedo llevar bien la cuenta del día en que estoy, pero creo que ya debe haber pasado el día uno de mayo. Es curioso pero no me he acordado hasta ahora de mi cumpleaños. ¿Estarán mis padres buscándome? ¿Me habrán comprado algo para mi cumpleaños esperando para regalármelo? ¿estarán vivos? ¿Me está buscando alguien? No quiero ningún regalo, sólo quiero volver a casa con mi familia.

Por favor, si alguien lee esto que me busque, no sé cuanto aguantaré. Cada vez estoy más delgado y débil. Por suerte la herida no se me ha infectado, supongo que hasta en una isla remota hay milagros.

14/05/1957 Aprox.

           Amanda miró la nota impresionada con aquel tesoro que había encontrado. Obviamente aquella nota había llegado a aquella playa arrastrada por las corrientes, quizá después de recorrer medio mundo durante años. Aunque puede que también llevara mucho tiempo en aquella cala esperando que alguien lo encontrara mientras un niño languidecía en una isla perdida.

            Estaba anocheciendo, así que volvió a su casa, dispuesta a investigar en Internet por si encontraba alguna noticia al respecto de aquel mensaje. Durante horas navegó en la red buscando historias de naufragios, pero no encontró nada. Aquello la frustró, ya que imaginaba que los periódicos habrían publicado algo si un chaval hubiera sido rescatado de una isla desierta. 

                 Era difícil quitarse de la cabeza la historia de Kevin, por lo que Amanda pasó los siguientes días investigando e incluso acudió a la biblioteca para revisar la hemeroteca, pensando que quizá la noticia no habría sido digitalizada. Pero su búsqueda fue infructuosa. Finalmente pensó que si las corrientes habían llevado una botella a la cala quizá habrían llevado otras al mismo lugar.

            Cuando llegó el fin de semana preparó todo para pasarlo revisando la cala de un lado a otro, incluso se llevó a Rocky por si tenía suerte de nuevo, y vaya si la tuvo. En dos días encontró cuatro botellas, de las cuales Rocky fue el responsable de encontrar la mitad. Pese a su ansiedad, Amanda prefirió esperar a tener el mayor número posible y leerlas en casa con tranquilidad.

             Ya había recogido su pequeño campamento y metido todo en la mochila, dispuesta a marchar cuando algo entre las olas le llamó la atención. El sol de la tarde había rebotado en un reflejo verdoso y le había dado en la cara cómo esos niños tontos que se dedicaban a reflejar la luz del sol en sus relojes y molestar a la compañera de clase que les gusta. Al mirar hacia el mar, Amanda vio cómo las olas depositaban una nueva botella en la costa, a unos veinte metros de ella. En ese momento supo que pasara lo que pasase, independientemente de las fechas que dijeran los mensajes, esa sería la última nota que leería.

               Al llegar a su casa subió a su cuarto sin saludar a sus padres y colocó las cinco botellas sobre una mesa, bajo la atenta supervisión de Rocky. Abrió las tres primeras y las colocó por orden antes de leerlas.




Hola, me llamo Kevin, tengo quince años y estoy perdido.

Salí hace dos semanas desde Australia con mis padres en su pequeño velero. Llevábamos menos de dos semanas navegando cuando una gran tormenta nos alcanzó en alta mar. No recuerdo mucho más la verdad: Recuerdo a mi madre gritándome que me quedara en el camarote. Yo mirando por la ventana de la puerta como la botavara golpeaba a mi padre y lo mandaba al agua. Me recuerdo a mi mismo llorando cuando el mundo comenzó a volverse del revés... y recuerdo despertarme en esta isla.

Ojalá supiera dónde estoy o que día es, sólo puedo decir que naufragué el día 10 de marzo de 1957 y que esta isla debe estar en algún lugar del Pacífico. Por favor que alguien venga a buscarme.

              Saber que Kevin era de Australia le sorprendió, especialmente por la ausencia de noticias sobre su desaparición o rescate en los medios australianos, pero supuso que habría sido rescatado por un barco de otra nacionalidad y por eso no había nada en las hemerotecas australianas. Una parte algo aguafiestas de su mente le dijo que aquello era una escusa ridícula, pero la espantó cómo a una mosca molesta y leyó el siguiente mensaje.

Hola, me llamo Kevin, tengo quince años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico.

Este lugar es bastante más grande de lo que pensaba. Iba a ponerle un nombre, pero creo que hacerlo sería cómo aceptar que me quedaré aquí para siempre.

He recuperado las fuerzas y el ánimo, así que llevo unos días explorando, buscando pistas sobre gente que haya podido pasar por aquí. He encontrado el inicio del riachuelo del que he estado bebiendo y hasta me he bañado en agua dulce por primera vez desde que llegué aquí. Ahora que he tenido tiempo para pensar, creo que esta isla se parece mucho a las ilustraciones sobre lugares paradisiacas que he visto en los libros y revistas de viajes de mi padre.

Hace unos días escribí un gran S.O.S. en la playa y he preparado una gran hoguera para encenderla si veo algún barco o avión. Por favor, si ves un fuego en una isla a lo lejos ven a ayudarme.

09/04/1957

Pd: ¡¡Por fin he conseguido hacer fuego!! Tengo las manos destrozadas pero por fin he podido cocinar y comer caliente.


       El segundo mensaje la llenó de ánimo y esperanza. Obviamente su amigo era inteligente y fuerte, sin lugar a dudas había sobrevivido y lo habían rescatado, ahora estaba segura. Colocó el siguiente mensaje ante sí y comenzó a leer con una sonrisa.

Hola, me llamo Kevin, tengo quince años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico.

Hace unos días tuve un accidente, me caí y rodé por una ladera. Había llovido y el terreno cedió a mi peso. Por suerte no me he hecho daño en las piernas, no se que haría si no pudiera caminar. Tengo un profundo corte en la frente y el ojo muy hinchado. Si mi padre viera en que estoy usando su alcohol me mataría, pero no tengo nada más con lo que desinfectarme la herida. Tengo mucho miedo de que se me infecte y no tengo nada con que coserme la herida, aunque creo que no sería capaz de hacerlo, soy un cobarde.

Por favor si alguien encuentra esto que venga a rescatarme, no soporto más, por favor que alguien me ayude.

20/04/1957 Aprox. (lo siento, ya he perdido la cuenta)

             Aquel mensaje era bastante preocupante, pero dado que aún quedaba al menos otro mensaje con una fecha posterior, Amanda hizo de tripas corazón, apartó su flequillo rubio manchado de salitre de la cara y continuó leyendo.

Hola, me llamo Kevin, tengo dieciséis años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico a la que he llamado Felicidad. Cuando se me ocurrió el nombre me dio un ataque de risa tan fuerte que aún me duele el estomago. Creo que es la primera vez que me río en meses.

Es extraño, pero no recuerdo mi propia cara, cuando pienso en mi veo a un anciano de dieciséis años. Pero lo que más me preocupa es que cuando pienso en mi madre la única cara que se me viene a la mente es la última que vi de ella, llorando justo antes de que mi mundo se fuera al infierno. No logro recordarla reír ni reñirme, aunque sé que eran cosas que hacía muchísmo. A mi padre, sin embargo, lo recuerdo tumbado en la cama leyendo, no sé por qué, pero cuando pienso en él esa es la imagen que me viene a la mente.

Hace unos días me pareció ver una vela a lo lejos, pero creo que fueron imaginaciones mías. No quiero creer que alguien pasára tan cerca de mi y no me viera, no puedo pensar eso o me volveré loco. Jamás saldré de aquí, seguramente en unos años encuentren mi cuerpo y me entierren. Espero que mis padres estén bien.

3/07/1957 Aprox.

             Sin saber cómo, Amanda terminó de leer el mensaje abrazada a Rocky entre llantos. Aquella historia no había acabado bien, ahora lo sabía. Ella había llegado casi setenta años tarde recoger los mensajes de su amigo y no había podido salvarlo. Buscando un rayo de esperanza abrió la última botella y comenzó a leer.

Hola, me llamo Kevin, tengo dieciséis años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico. Esta es la sexta carta que escribo y nadie ha venido a buscarme. En estos tres meses me he sentido muy sólo y esta es la única forma que tengo de hablar con alguien, aunque no me conteste, creo que es el único motivo real que tengo para seguir escribiendo estas cartas.

Estoy delgado y enfermo, aunque es difícil ver mi cuerpo bajo tanta suciedad. Ya ni siquiera me baño en el mar salvo para pescar. ¿Que más da? Me he vuelto un experto pescador, y se que frutas y plantas puedo comer. Incluso robo huevos a los pájaros que anidan en el acantilado del este, pero no he podido capturar ninguno. Ahora mismo mataría por comer carne, o por dormir en una cama, o por ver una cara que no fuera la mía. Lo digo en serio, mataría, y me doy miedo a mi mismo.

Me quedan pocas botellas y no sé que haré cuando se me acaben, me volveré loco sin poder hablar contigo, seas quien seas. En mi mente en ocasiones eres mi padre, que me busca isla por isla en un barco nuevo y recoge mis botellas en alta mar. Otras veces eres mi amigo Frank, que reconoce mi letra y moviliza a todo el mundo para encontrarme. Últimamente imagino que eres una chica rubia y guapa llamada Amanda, no es que conozca a nadie así, pero bueno... es de las pocas ilusiones que me quedan ahora mismo. Supongo que soy un idiota, pero por desgracia no hay nadie para que se ría de mí por aquí.

2/06/1957 Aprox.

              Amanda sintió que la golpeaban en el estómago cuando vio su nombre sobre aquel papel amarillento y quebradizo. Obviamente era una coincidencia macabra, no podía ser otra cosa. Ella siempre había sido creyente, y no podía imaginar cómo Dios podía ser tan cruel cómo para hacer algo así. ¿Realmente aquel chico desesperado le había mandado a ella aquellos mensajes, sabiendo que los leería mucho después de morir? Agotada por el llanto, se durmió, prometiéndose que nunca olvidaría a Kevin y que algún día sabría si su amigo habría sobrevivido.

               En la otra punta del mundo, en un pequeño adosado londinense, un anciano de setenta y seis años dictaba a su nieto sus memorias. En ellas relataba cómo había perdido a sus padres, cómo había sobrevivido a solas en una isla, cómo se había hecho aquella profunda cicatriz en la frente y cómo había sido rescatado por un barco inglés mucho tiempo después. En el libro se relataba cómo había trabado amistad con los marineros del barco mercante y cómo había sido aceptado en la tripulación, que lo había adoptado cómo si fuera un hijo de todos ellos.
El anciano, casi ciego por la edad, continuó su relato esperando que algún día ayudara a alguien, y quien sabe si lo leería algún miembro de su familia o amigo que lo había dado por perdido. En su regazo, el anciano tenía una botella cerrada, dentro de la que había un papel escrito, el único recuerdo que se había llevado de la isla.

Hola, me llamo Kevin, tengo dieciséis años y hoy me han rescatado. Según el capitán hoy es diecinueve de agosto, así que he pasado cinco meses en Felicidad.

Me han dicho que me llevarán a mi casa y me ayudarán a volver con mis padres si están vivos, aunque yo estoy seguro de que no lo están, de modo que creo que seguiré con ellos si me lo permiten. Supongo que no me veo con fuerzas para estar sólo de nuevo, al menos por ahora.

Aunque no he sido más feliz en mi vida, por algún motivo me cuesta sonreír, sólo puedo llorar y mirar a mi alrededor temiendo que todo desaparezca, que sea un sueño. Para recordarme que realmente he escapado estoy escribiendo este mensaje. Lo guardaré para siempre en la última botella de mi padre, y cada vez que lo vea recordaré que estoy vivo y libre.

Pd: No lo creerás, pero el barco que me ha rescatado se llama Amanda's Kisses.