sábado, 23 de julio de 2016

Un paseo más.

                Hace ya dos semanas que ella se marchó. Simplemente se fue.

            Llegué un día a casa después del trabajo y ella me esperaba en la cocina con sus maletas preparadas.

                -“Me marcho a casa de mi madre, ya no lo soporto más”- Dijo. “Llevo mucho pensándolo, necesito tiempo”

                Necesito tiempo necesito tiempo… ¡qué estupidez!, ¡qué  recurso tan manido!, ¡qué mentira tan cruel! Es la mayor de las cobardías que puedes hacer a alguien a quien un día amaste y que sabes que aún te quiere: dejarlo colgado, esperando un regreso que sabes que no ocurrirá. Nadie que de verdad piense que puede volver se marcha llevándose sus libros y dejando las llaves en la mesa, justo dónde siguen catorce días después.

                Supongo que ya estoy un poco mejor. Ayer abrí las ventanas (aunque siendo sincero, fue porque el olor a cerrado en mi habitación estuvo a punto de dejarme calvo cuando volví del baño) y hace  16 horas y media que no entro a su perfil de Facebook, a este ritmo dejaré de pensar en ella en un año y cuatro meses. En serio, lo he calculado.

                No puedo seguir así, necesito ir a comprar, y hoy he tenido que tirar la leche por el retrete  antes de que cobrara vida y me atacara. Tengo que salir a despejarme, así que me armo de valor y aunque son las 11 de la noche, me pongo una chaqueta, cojo mi mp3, la llave de casa y salgo por la puerta.

                Siempre me ha gustado caminar de noche por la ciudad, acaba de llover hace unas horas y se respira un aire fresco y tranquilo. No hay mucha gente en las calles y las luces se ven difuminadas en la limpia atmósfera.

                La primera canción que suena en mis auriculares es “Bad Moon Rising” de los Creedens. Alzo la mirada hacia la luna llena y pienso que parece tener una belleza tranquila, como si quisiera consolarme. No tengo ninguna meta en mi mente, así que me dirijo hacia la universidad, que se encuentra muy cerca de mi casa.

                Al pasar por delante de la fachada de la biblioteca veo algunas luces encendidas. Supongo que algunos estudiantes apuran la última noche antes de un examen mientras miran por la ventana cómo algunos de sus compañeros se emborrachan en los pubs cercanos.

                Acaba “Demons” (Imagine Dragons) y comienza “Cry me a river” mientras pienso que yo debería estar en la universidad, pero que no seguí estudiando por su culpa. Cuando acabé mi carrera quería estudiar un máster, pero ella quería que nos fuéramos a vivir juntos y necesitábamos trabajar para pagar los gastos, de modo que busqué un trabajo en una tienda y comencé a ahorrar para hacer el máster en el futuro. Cuatro años después tengo cuatrocientos euros en el banco, un alquiler que pagar a solas y una oportunidad perdida de haber perseguido mis sueños.

                Vale, lo admito, ahora estoy siendo cruel e infantil. Aquello no fue culpa suya. Después de 3 años de noviazgo yo también quería vivir con ella. La había conocido en tercero de carrera por un amigo en común al que hace años que no veo, la historia de siempre. De hecho creo que a Alejandro le gustaba ella, y que yo se la robé, aunque nunca lo supe seguro.

En cuestión de un mes nos vimos de forma fortuita tres o cuatro veces y siempre tuvimos conversaciones de horas, en las que comprendí que teníamos tantas cosas en común que no la podía dejar escapar. Después del tercer encuentro le pedí el teléfono y dos días más tarde fuimos al cine y nos besamos por primera vez.

Mientras “Enter Sandman” de Metallica me golpea recordándome que no debo pensar en Marta ni regodearme en el pasado, cruzo el parque al que solíamos venir por las tardes a pasar el día con su sobrino y comienzo a creer que tendré que mudarme de ciudad si no quiero pensar en ella. En el parque hay bastante gente pese a la hora. Por el camino central avanza una pareja que se da la mano mientras ella apoya la cabeza en el hombro del chico. Espero que sean felices y que ella nunca “olvide” llevarse las llaves al irse a casa de su madre. ¡Joder! Me estoy volviendo un imbécil. Ella es preciosa y se la ve muy enamorada, y él obviamente está en una nube. Aunque quizá algo tenga que ver el que esté aprovechando su altura para escudriñar entre  el escote de ella. R.E.M canta “Bad Day” en mis oídos mientras me obligo a desearles suerte mentalmente.

Sigo avanzando hacia el norte por una calle que solía recorrer casi a diario para ir a trabajar, y lo digo en pasado porque supongo que a estas alturas ya me habrán despedido. Al parecer dejarme guiar por mis pies me está llevando por las zonas de la ciudad que me son familiares. Un autobús se detiene en una parada frente a mí y mis ojos se fijan en una chica que está sentada en la última fila.

Se trata de una chica mona, pero no espectacular, con gafas, pelo negro y largo. Vamos, que si estuviera para esas cosas, sería justo mi prototipo, no como mi ex. Esta chica del bus, a la que mentalmente he llamado Liz, está con la cabeza apoyada en la esquina y su mochila abrazada contra el pecho. Tiene una mirada pensativa y cansada, como si terminara una larga jornada y fuera de vuelta a casa. Me llama la atención que no esté mirando el teléfono, algo casi extraterrestre, y me entran ganas de sentarme a su lado y compartir con ella mi auricular derecho ya que estoy seguro de que le encantaría “Big Girls Cry” de Sía.

                El autobús cierra las puertas y continúa su ruta. Obviamente yo no estoy dentro sentado junto a Liz y siento que no es la primera vez que pierdo una oportunidad. Me encojo de hombros y continúo caminando sin rumbo, escuchando “Good Golly Miss Molly” de Little Richard, y empujado por el ritmo acelero el paso mientras un grupo de chicas asiáticas salen de un pub irlandés. Al menos dos van totalmente borrachas y charlan entre ellas a una velocidad imposible mientras pasan a mí alrededor.

Me siento como si pasara entre un grupo de colegialas ya que ninguna me llega más arriba del pecho. Por un momento sonrío ya que me hace gracia ser arrastrado por un tsunami de asiáticas borrachas. Desde luego sería un final épico. Los Beatles finalizan “A Day in The Life” y Jhonny Cash comienza “Hurt”, supongo que mi mp3 ha decidido que lo que tocan son canciones melancólicas.

            Unos treinta minutos después llego al puente que pasa sobre la estación de tren. No estoy muy lejos de mi casa así que supongo que debo haber caminado en círculos, algo que no me extraña ya que realmente soy muy malo orientándome. Miro mi mp3 y al lado del nombre de la canción veo que aún me queda un veinte por ciento de batería, de modo que sigo caminando y escuchando “Man in the Mirror” de Michael Jackson.

           Siempre me ha gustado las vistas desde este puente, e incluso a veces me siento en la parada de autobús que está justo en medio sólo para disfrutar del paisaje, mirando a los altos edificios y hoteles de ambos extremos. Siendo más joven me imaginaba viviendo en uno de los áticos, montando fiestas y poniendo la música a todo trapo. Por su puesto nunca he tenido dinero suficiente para hacer algo así, y además mi gusto musical no suele triunfar en las fiestas, porque por buenas que sean “Roulette” de System of a Dawn o “Be my baby” de The Ronettes no son canciones para eso.

           Cinco por ciento de batería y me dirijo a mi casa escuchando “I Want to Break Free” de Queen acortando camino por un par de callejones. Por algún motivo acelero el paso, ya que siento que debo volver a casa antes de que acabe la música.

             Sentadas frente a un bar hay dos chicas bastante monas, una rubia y otra morena. Mientras la primera se maquilla, la otra charla por el teléfono. Obviamente deben de ser habituales del local, ya que les han dejado sacar los vasos llenos a la calle, que tienen en el suelo, justo entre las piernas. Es extraño, pero la escena me resulta familiar, supongo que no es la primera vez que me cruzo con ellas.

            Llego a un semáforo frente a mi casa justo cuando comienza “No puedo vivir sin ti” de Coque Malla. Adoro esta canción pero en este momento es como una puñalada. Acelero y cruzo la calle sin fijarme en el tráfico.

            En ese momento un coche me encandila con sus faros cuando estoy a medio camino de la otra acera. Segundos más tarde el mp3 agota su batería y cae al suelo sin que yo llegue a escuchar el final de la canción…

             Hace ya dos semanas que ella se marchó. Simplemente se fue.

         Llegué un día a casa después del trabajo y ella me esperaba en la cocina con sus maletas preparadas.


          -“Me marcho a casa de mi madre, ya no lo soporto más”- Dijo. “Llevo mucho pensándolo, necesito tiempo”…

sábado, 9 de julio de 2016

Amanecer a las cinco de la mañana

Amanecer a las cinco de la mañana

 Seguro que alguna vez te has despertado en un lugar nuevo y completamente desconocido, sudando desconcertado y preguntándote ¿Qué hago yo aquí? El terror de no recordar en qué momento entraste en aquel lugar, cuando decidiste que a la mañana siguiente amanecerías en aquella cama.

La luz de la madrugada entra por la ventana y te despierta inmisericorde. Cinco de la madrugada y apenas has descansado. Automáticamente te asalta un segundo sentimiento: la soledad. De repente te das cuenta de que no recuerdas a tu familia, a tus amigos, tu antigua casa. Tu espalda se queja y tus ojos no quieren abrirse.  Miras a la pared buscando la foto de tu novia, la imagen de tus amigos en aquel concierto o el póster de Pulp Fiction, y solo te saluda el color blanco, o si eres realmente desafortunado, un espantoso papel de pared estampado.

Lanzas tu mano hacia la izquierda para coger tu teléfono y comprobar la hora y el dolor te sacude al golpear la pared: ahora no tienes mesa dónde poner tus cosas al lado de la cama, así que toca levantarse y coger el móvil del escritorio. Lo siento, ya es tarde y te has desvelado, de modo que abres tu portátil y comienzas a escribir.

Hace meses que no escribes más de un párrafo y no sabes cómo empezar. Sonríes. Por fin un sentimiento que te resulta familiar.

Según las ideas van apareciendo y tus dedos flotan, tu memoria va regresando. No te han secuestrado y te han abandonado en ese lugar desconocido: tú decidiste venir. Hace unos meses, quizá unos años, comenzaste a ahorrar y hacer planes, pensando en buscar un futuro mejor, o  huir de un pasado complicado.

Decidiste con dolor dejar atrás a tu familia, a tus amigos, a tu mascota y a tu antiguo amor, incluso a tu preciada colección de libros. Otros quizá echen de menos su consola o su coche. Seguramente muchos si algo no añoran son el amor fallido que dejaron atrás, los problemas familiares, el paro, la monotonía y la falta de esperanza, No todo lo que tenías podía ser bueno o no te habrías marchado.

Monotonía… supongo que no es tan fácil huir de ella, ha venido contigo en la maleta, junto al disco duro portátil y tus dos libros favoritos. Los primeros días permaneció escondida debajo de la cama del hostal, agazapada para atacar cuando menos lo esperaras.

Te quedan 2 horas para vestirte y salir hacia el trabajo…

Cuando recuerdas esto último otras cosas vienen con ello: tienes un trabajo, quizá no el de tus sueños, pero suficiente para vivir por ti mismo y permitirte algún lujo, algo que quizá antes no podías: por fin algo bueno. Y así se te activa otra parte de la memoria.

No estás sólo, viniste con amigos, los cuales te han apoyado y soportado en tus malos momentos. Estás conociendo gente nueva, algunos, con suerte llegarán a ser tus amigos y permanecerán en tu vida, otros pasarán dejando atrás buenos y malos recuerdos.

También, afortunadamente, no eres un inmigrante como fueron tus abuelos, hablas cada dos días con tu familia, que siempre te pregunta cómo te va, y si necesitas algo. Tu madre coge el teléfono al primer tono, si no cuelga sin querer en el intento. Tu hermana te manda fotos de tu perro y tu padre, ¡oh milagro! Está aprendiendo a usar el teléfono móvil.

Por supuesto tus amigos siguen ahí, más lejos pero al lado. Seguís hablando durante horas por el mismo estúpido grupo de Whatsapp, pasando chorradas, contándote que si una quiere matar a su jefe o que si el otro ha encontrado algún chiste de humor negro… por describirlo suavemente. Lo mismo de siempre, y aunque sea a cinco mil kilómetros, se agradece.

La distancia, si sirve para algo, es para demostrarte quien está a tu lado pase lo que pase. Alguien dijo (y si nadie lo ha hecho yo reclamo la patente) que el hogar no es un lugar, sino la gente que siempre te acompaña y que hace tu vida mejor. No estás sólo, no realmente, y nunca lo estarás mientras tengas a esa gente pensando en ti. Estas lejos, que no es lo mismo. Estas viviendo una aventura, no un secuestro. Estas tratando de buscarte la vida, no malgastándola.

Has conocido gente que lleva aquí años y son felices. Han prosperado, han encontrado nuevos amigos, pareja, un pub donde ir tras el trabajo, un rincón favorito de la ciudad. También estas conociendo gente nacida aquí, que te ayuda y te guía. Buena gente, cómo alguna que está a muchos kilómetros y que hacen que Canarias siempre sea tu hogar. A veces te encuentras gente mala, por supuesto, personas con la que quieres tener la menor relación posible… nada nuevo bajo el sol, no podemos tener nosotros el monopolio de la estupidez.

Ya es la hora de irte a trabajar, la ducha te sienta bien, y el desayuno aún mejor. Te vistes, conectas los auriculares al móvil y sales hacia el trabajo. De nuevo, eres  afortunado y trabajas a menos de diez minutos caminando de tu casa, otros tienen un largo trayecto en autobús. El pequeño paseo y la buena música te acaban de levantar el ánimo. Ojalá hiciera buen tiempo, pero muchacho, sabías dónde venías ¿no?


Comienzas un nuevo día, con nueva gente, y nuevas esperanzas, sonriente sabiendo que, pese a que a veces me gane el desaliento, estas avanzando.


PD: Este relato, aunque adornado y con algunos detalles ficticios, es una historia basada en hechos reales, en mi vida y en la de algunos que, como yo, decidieron dar un salto hacia el vacío buscando mejorar en su vida,