La situación era maldito caos.
En unos
lugares, los habitantes del mundo esclavizaban a sus semejantes buscando los
beneficios económicos. Trabajando durante 17 horas por un salario miserable,
los desafortunados morían de puro agotamiento mientras al otro lado del planeta
otros se lucraban con su muerte.
Continentes
enteros estaban condenados al hambre por los intereses de unas pocas naciones.
Los niños morían antes de alcanzar edad suficiente para caminar, mientras que
sus padres tenían una esperanza de vida tres veces menor que en los países
opresores. Lo que en un país seguían siendo post adolescentes mimados en otro
eran ancianos que miraban la muerte a los ojos.
Las riquezas
de regiones pobres eran robadas a punta de arma mientras los líderes locales
miraban a otro lado, silenciados con drogas, prostitutas y las migajas que no
necesitaban aquellos que convertían el país de sus padres en un erial.
Naciones
enteras habían olvidado su cultura y orgullo, una verdadera fortuna en
conocimiento, hundiéndose en la estulticia y la incultura. Sus ciudadanos
estaban cada vez más gordos y apolillados, mientras los televisores les vendían
remedios falaces para ser hermosos,
inteligentes y atractivos sin esfuerzo. En
la vivienda de al lado, mientras tanto, familias enteras eran obligadas a vivir
en la calle por no poder pagar una miseria que no serviría a nadie ni para
comprar el último teléfono de moda.
Unos locos
mataban a manos llenas por religiones e ideales marchitos, tratando de frenar
el avance del tiempo con unos ideales erróneos, usando las herramientas de
destrucción que el mismo avance les ofrecía. Manipulando mensajes de paz, unos
pocos empujaban a jóvenes a inmolarse para asesinar a supuestos enemigos, obviando que eran los
gobernantes de los asesinados los que les vendían sus propias armas mientras
los líderes de ambos bandos vivían en la opulencia.
En los
púlpitos, religiosos y ateos, predicaban contra el pecado, con las manos
cargadas de anillos de oro manchadas de sangre. Ordenando sobre la vida y la
muerte de la gente, sin importarles realmente las consecuencias de sus palabras
más allá de la salud en sus cuentas bancarias.
Durante
generaciones el mundo había sido esquilmado, arrasando como langostas y dejando
desiertos a su paso, sin pensar en el futuro de las próximas generaciones. Los
abuelos recordaban animales que los nietos jamás verían mientras el humo de las
factorías hacían caer como piedras inertes desde el cielo.
Mientras tanto, los gobernantes invertían fortunas en crear armas capaces de reducir a cenizas el mundo entero en lugar de tratar de solucionar las enfermedades terminales que afligían a su mundo.
….
Los
ojos tras la pantalla se entornaron, confusos.
No
entendía nada. Aquel mundo era un sinsentido y no sabía por qué.
Ya
tenía mucha experiencia jugando y creía que esta vez lo había hecho todo bien.
Había configurado un mundo rico y una raza inteligente y poderosa sin excesos.
En
otras partidas había creado seres cuya inteligencia era extrema, o con un
físico ideal. Había creado seres que habitaban en el mar y en los cielos,
algunos con mente de colmena y otros seres sin capacidad de raciocinio más allá
del elemental. Incluso había creado seres sin capacidad para sentir, pensando
que los sentimientos siempre parecían complicar la vida. Habían sido los
cuarenta y cinco minutos más aburridos de su vida. Al parecer los sentimientos
eran la base de la evolución y del desarrollo. Sin amor, sin odio, sin furia ni
empatía, aquellas criaturas habían resultado ser unos monos bípedos sentados en
una piedra con las manos en la entrepierna durante horas.
Algunos
de aquellas partidas habían fracasado porque sus creaciones no habían podido
adaptarse a un cambio climático. Otros había sido destruidos por otra raza
inteligente evolucionada a posteriori o se habían ido apagando por si solas
debido a problemas de diseño. Por ahí tenía algunas partidas dónde todo el
mundo había sido barrido a fuego y destrucción por un meteorito errante. Eran
demasiados factores los que había que tener en cuenta y aquel juego era
demasiado complicado, demasiado realista.
Alguna
ocasión, incluso, había sido él mismo el que había destruido su creación, ya
fuera por aburrimiento o porque creía que no veía forma de solucionar los
problemas que le habían surgido. Con el tiempo, sin embargo, había llegado a la
conclusión que mientras menos afectara a la partida, menos probabilidades había
de que un efecto mariposa acabara por complicarlo todo unos momentos después.
Sin
embargo, en esta ocasión creía que había encontrado el perfecto equilibrio, la
configuración perfecta entre la naturaleza y las capacidades de sus pupilos.
Pero aquellos estúpidos se habían empecinado en destruirse. Casi desde los
albores de su historia se habían empecinado en desarrollar formas más y más
efectivas en matarse unas a otras. La evolución técnica casi nunca había venido
por el interés de buscar más alimento o mejores condiciones, sino por la forma
más eficaz de acabar con el enemigo. Había visto algunas partidas en las que
sin querer se habían hecho descubrimientos que les había llevado a la
destrucción, pero nunca había visto a nadie que viviera siempre en el filo de
la navaja.
Puso
la mano sobre el botón rojo que borraría la partida y que le aliviaría tantos
dolores de cabeza, pero en el último momento se detuvo, pensando que quizá
podría aprender para su próxima partida. Con un pensamiento dejó la imagen a un
lado, en espera, y ya más adelante se pasaría a ver cómo le iba a aquel mundo
sin su intervención.
Cansado,
se dejó llevar por sus pensamientos, flotando en el vacío para descansar en
espera de la siguiente partida.