viernes, 24 de febrero de 2017

Odiseo




En ocasiones las leyendas que nos llegan están fragmentadas y dispersas, pues los cronistas sólo pueden contar aquello que conocen, y el mismo desgaste de la palabra tiende a borrar los hechos con los años.

En una de estas historias perdidas se cuenta como, en una ocasión durante su interminable periplo, Odiseo llegó a una inmensa isla cuyo nombre desconocía y, en la busca desesperada de agua y alimentos decidió avanzar valle adentro desde la playa para reponer víveres y proseguir su viaje de regreso a Ítaca. Quisieron los azares caprichosos de Tiqué, o más probablemente las imposiciones malditas de Poseidón, que Odiseo se viera separado de su tripulación entre espesas nieblas que cubrían un valle.

Agotado de andar durante horas sin rumbo, decidió dormir y esperar que la luz del alba aclarara la niebla y le enseñara el camino para volver con sus hombres. Su sorpresa fue mayúscula cuando, efectivamente, el amanecer lo liberó del yugo neblinoso pero sólo para mostrarle que se encontraba en una profunda hondonada de varios centenares de metros, imposible de escalar en ningún punto. Supo en ese instante que se encontraba atrapado en otra prueba divina, pues parecía imposible que aquel lugar hubiera surgido de forma natural. El gigantesco prado rodeado de níveas paredes de granito no parecía tener ninguna entrada transitable, algo imposible ya que por algún lugar debía haber entrado él durante la noche pasada.

Maldijo entre dientes a su destino, a los dioses, y en última instancia a su propio orgullo, pues no podía olvidar que, aunque aquellos castigos eran exagerados incluso para la veleidosidad divina, era su propio orgullo el que había precipitado su condena: sólo una vez había provocado a los dioses y, al parecer, lo estaría pagando por siempre.

Durante sus primeras exploraciones en busca de una salida tardó muy poco en encontrar a los otros habitantes de la hondonada: Al parecer los dioses lo habían designado como compañero de un rebaño de ovejas gigantes. De casi dos metros hasta la cruz, los regios animales pastaban tranquilamente cerca de la pared oeste, aprovechando los primeros rayos del sol de la mañana, y no se molestaron si quiera en observar por segunda vez a su nuevo vecino.

Durante días compartió de buena fe con sus ovinas compañeras una pequeña cascada que manaba entre la piedra para saciar su sed, pero al tercer día el hambre comenzó a ser insoportable, y aún a riesgo de insultar a algún otro dios, decidió que no podía seguir alimentándose con puñados de hierba y se animó a tratar de ordeñar a la que consideró más mansa del pequeño rebaño.

El animal resultó ser mucho más cordial de lo esperado y se dejó hacer sin un quejido. La leche con la que llenó el odre, a priori destinado para víveres para su barco, era cálida y sabrosa a la vez, su textura grasa le sació la tripa pero sin llenarla en exceso y supo, sin lugar a duda, que aquellos animales debían de tener algún origen divino, pues ninguna cosa que hubiera comido antes, incluso en los palacios de Calipso, lo había saciado jamás de aquella manera.

Una semana después, la idea de matar alguna de aquellos hermosos animales y probar su carne apareció en su mente, pero no tardó en arrepentirse de pensar así sobre unos seres que no habían hecho otra cosa que acogerlo y alimentarlo. Quizá para acallar su culpabilidad decidió tratar de construirles un refugio con las rocas y pequeños árboles que se repartían por todo el claro. Trabajó durante días pero al terminar, se acostó contento y caliente, compartiendo refugio con los profundos ronquidos del macho y líder de la manada como melodía de fondo.

De no haber sido por la preocupación por su tripulación, su mujer, su hijo y su patria, podría haber disfrutado de aquella vida tranquila y sin preocupaciones, pero el amor y las obligaciones venían a diario a recordarle que debía volver al mundo al que pertenecía. No pasaba noche en que no pensara en abrazar a su amada, y raro era el día en que la brisa no le traía caricias con olor a lavanda, el mismo aroma que siempre desprendía Penélope al entrar en su alcoba tras bañarse por las mañanas. Aquellos recuerdos lo castigaban como puñaladas, recordándole lo mucho que había perdido por culpa de la búsqueda de poder y riqueza de un tirano.

Tres lunas después, un suceso vino a acabar con su tranquila vida. De repente el Sol pareció eclipsarse y con un agudo chirrido que retumbó en todo el prado dos gigantescas águilas, de más de diez metros desde una punta a otra de las alas, se lanzaron contra una de las ovejas más ancianas, la empujaron contra el suelo y con un misericordioso picotazo en la yugular acabaron con su sufrimiento.

Durante varios minutos las águilas se dieron un festín con la carne de su presa antes de prestar atención por primera vez al humano:

                -¿Quién eres?- Dijo una con un tono profundo y cavernoso.

               -Y ¿Qué haces en nuestro prado? Continuó la segunda con una voz idéntica a su compañera, casi como si compartieran una misma mente.

                -Soy Odiseo, y me encuentro perdido en este valle sin salida. No es por mi propio designio que me encuentro aquí, más bien soy una víctima de la mala suerte y me encuentro perdido. ¿Sois por un casual las águilas divinas, aquellas que sirven a  Zeus?

                -¡Ten más respeto al hablar de nuestro señor, mortal! Y si, somos las sirvientas del alto tronante, las mensajeras del señor del Olimpo. ­- En ese momento ambos animales alzaron la vista hacia su rebaño y luego hacia el refugio construido por Odiseo, viendo por primera vez los restos de la actividad humana en el claro.

                -Llevas aquí mucho tiempo, por lo que vemos, supongo que está en los seres humanos tratar de cambiar incluso lo que es perfecto.

                -Sin embargo has sido amable con nuestro alimento, y además has resistido la tentación de alimentarte de una carne que no estaba reservada para ti. Te has mostrado noble y cauto, y por eso te concederemos un deseo. Pero sé precavido, pues no somos todopoderosas y estamos atadas a nuestras obligaciones.

                Largos minutos se sucedieron mientras el héroe trataba de realizar una buena elección hasta que al final, Odiseo dijo, seguro de sí mismo:

                -Deseo que me trasportéis a mi casa, a Ítaca, en vuestras espaldas.

            -Mucho me temo que eso no podemos hacerlo, pues sería contradecir los dictados de Poseidón, hermano de nuestro señor. Además, ningún mortal está destinado, ni estará jamás, a usar como montura a los sirvientes de Zeus Egíoco, el terrible. Pide otra cosa.

                -Enseñadme, pues, el camino hacia mi barco y mi tripulación.

                Tras mirarlo intensamente, ambas águilas comenzaron a reír.

               -¡En verdad eres tan sagaz como se rumorea humano!, pues al habernos pedido primero algo irrealizable, ahora nos vemos, por honor, obligadas a aceptar tu petición, aunque ello no haga del todo feliz a Poseidón. Hecho pues, síguenos sin más demora y te mostraremos el paso entre las rocas, oculto a ojos mortales hasta el día de hoy, para que puedas ir en busca de tu amada, pues lleva mucho tiempo esperándote.

                -Sin duda afortunado eres, que tienes una esposa que es capaz de esperarte durante tan largo tiempo. –Añadió jocosa una de las aves.

                -Aunque más afortunado serías si tuvieras una que te viniera a buscar. –Completó la chanza la segunda


                -Soy, sin duda, más afortunado de lo que pensáis, pues sé de buena tinta que mi amada más valiente y sagaz que yo es. Y si de ella dependiera ya ha tiempo que habría salido a mi encuentro, habría superado mis mismas pruebas sin dudar y nos estaríamos besando a mitad de este maldito periplo. Sin embargo obligaciones con mi pueblo y mi hijo la atan, así que debo de ser yo el que ande esta vereda a su encuentro. Más no os engañéis, pues ella es mil veces más valerosa que yo, y su nombre merece estar en las leyendas muy por encima del mío.


viernes, 16 de diciembre de 2016

Que te toque la lotería

Francis se encontraba en la cama, mirando fijamente al techo sin poder dormir, perdido en sus pensamientos. Es bien sabido que las más brillantes ideas atacan a traición justo antes de que el cerebro se desconecte para dormir, y a veces lo hacen con tanta violencia que logran arrancar una  tregua al sueño.

“Mañana tengo que coger el autobús para ir a trabajar, tengo el coche en el taller… a saber lo que me va a costar la broma”

“Creo que si alguna vez pudiera crear un arma mágica, haría una espada que corte como el filo del papel. Con lo que corta esa mierda sería invencible.”

“Creo que este año para ganar la liga, más que jugar con dos delanteros, vamos a necesitar un francotirador en defensa que acabe con los del otro equipo, porque vaya racha que llevamos”

“¿Por qué dicen que el león es el rey de la selva, si vive en la sabana? ¿Son republicanos los suricatos?”

“No sé si mi novia está roncando o invocando a Cthulu, pero es curioso ver cómo hace que se muevan las cortinas al compás de sus … respiraciones fuertes”

“¿Si le meto mano se enfadará? Ni siquiera me apetece pero es que me aburro tanto… debería estar por contrato que en caso de insomnio la pareja no puede romper el récord de horas de sueño sin levantarse ni para ir al baño… creo que lleva pañales o no lo entiendo”

“Mira… un mosquito, el que faltaba para la fiesta. Creo que es el mismo de ayer… le voy a llamar Rusty. Al menos me hace más caso que mi gato, y me sale más barato alimentarlo”


Al final, perdió la batalla contra el sueño y aquellas maravillosas ideas cayeron en el olvido, para ser reemplazadas por el sonido del despertador, apenas cuatro horas después.

Francis se levantó y se bañó a toda prisa. Prefería apurar el tiempo en la cama, aunque casi siempre se arrepentía por llegar siempre apurado a trabajar. Mientras se vestía intentó ponerle la camiseta con el sándwich aún en la boca, con el esperado resultado de una camiseta manchada, y, cómo se daría cuenta en el autobús, una segunda puesta del revés.

Salió por la puerta con un yogurt en la mano y la cartera en la otra, rezando para llegar a tiempo. Aunque ya sabía que lo conseguiría, había hecho de fichar a las 7.59 todo un arte.

Fue un día como otro cualquiera en la factoría, y al salir decidió volver a casa caminando, ya que hacía buen tiempo y así podría pasar por la tienda a comprobar el boleto de la lotería y comprar el de esa semana. Nunca le tocaba, y siempre compraba el siguiente casi sin pararse en pensarlo. Era un “quizás” semanal, un motivo extra para levantarse cada lunes. Si lo pensabas así, eran 3 euros bien invertidos.

La pantalla se iluminó y Francis tardó casi dos segundos en darse cuenta que la dependienta no le devolvía el boleto y miraba a la pantalla con los ojos del tamaño de los de una protagonista de un ánime.

-Señor… está premiado… es un primer premio… es… ¡¡Es usted millonario!!

Lo primero que hizo fue llamar a su madre. Bueno, realmente fue lo segundo, lo primero fue caer de espaldas y tirar una estantería de revistas. Después llamó a su novia Laura y le dijo que lo esperara antes de salir a trabajar a su turno nocturno en el hospital.

Los primeros meses fueron de una felicidad absoluta. Se mudaron juntos a un ático perfecto, no demasiado lujoso, a cinco minutos del centro en un precioso vecindario. Viajaron por medio mundo en su luna de miel, después de casarse en el Caribe, invitando a todos sus familiares a la boda. Había dado suficiente dinero a su madre para que se retirara y aún así tenían suficiente para vivir lujosamente el resto de sus vidas. Cien millones eran mucho dinero que gastar.

Luego decidieron volver a cierta normalidad. Laura echaba de menos su trabajo. Aunque ser enfermera era duro y estresante, era su vocación desde niña y lo adoraba. Él decidió volver a la universidad, estudiar inglés y apuntarse a un equipo de baloncesto cómo cuando tenía dieciséis años. Llevaba mucho tiempo en un trabajo de mierda y pensaba recuperar el tiempo.

Aún así, se aburría. Estudiar sin presión no era un reto, y su pareja estaba muy cansada para acompañarle cuando salía de fiesta con los nuevos amigos de Francis, que disponían de la energía de los jóvenes que no habían cumplido los veinte. Al problema de la falta de tiempo en pareja se unieron las nuevas amistades de Francis, la mayoría más interesada en su dinero que en él mismo. Y comenzó a cometer errores.

Llegaba a casa absolutamente borracho y con la tarjeta de crédito humeando. Luego comenzó a tomar otras cosas con las que apenas había flirteado cuando era un adolescente estúpido. Por supuesto, su mujer no era estúpida y sabía que su marido se estaba hundiendo en barrena, pero cuando hablaban del tema él negaba la realidad, o aún peor, se enfadaba y se marchaba dando un portazo. Fué una de esas ocasiones cuando cometió el error definitivo.

A cambio de una noche de mal sexo con una rubia espectacular echó por la borda doce años de convivencia con una mujer que le había querido cuando apenas llegaban a fin de mes. Que le había apoyado durante la enfermedad de su padre y que le acompañaba al cine a ver Star Wars pese a no distinguir un Sith de un orco.

Esa noche tiró por la borda casi media vida, y la mitad de su dinero. La cantidad  que el juez determinó que debía entregarle a Laura tras el divorcio. El resto se fue por el cuello de la botella de vodka, en regalos estúpidos a rubias y morenas que no lo querían y en cuatro coches que consumían más gasolina que un portaviones avanzando río arriba, con las correspondientes multas de tráfico, por supuesto.

Pero sin duda el golpe definitivo fue ver en Facebook que Laura había comenzado a salir con ese médico tan guapo y talentoso que había estado detrás de ella desde la primera cena de navidad del hospital donde trabajaban.

Al menos en una cosa triunfó: probablemente fue el hombre que más rápidamente dilapidó tanto dinero. Tres años después de su divorcio se había quedado dormido llorando mientras veía fotos del hijo de Laura en el ordenador, acostado en su habitación de infancia, dónde su madre le había recogido.


Ring… Ring… Ring…



Francis abrió un ojo con dificultad…

 -Joder… ¿qué hora es?
-La hora de ir a trabajar, perezoso. Y de que apagues ese maldito despertador, que es mi día libre y quiero dormir.- Le contestó Laura
-Coño… ¡vaya mierda de pesadilla!
-Ya me la contarás después cariño, por cierto, acuérdate de coger el bonobús en mi bolso.  Ahora vete o no llegarás a trabajar… y antes dame un beso.
-Te quiero cariño.


Francis salió a toda prisa por la puerta, con el bonobús apretado fuertemente en su mano. Mientras tanto, en su cartera, olvidada en la mesita, la esquina de un boleto de lotería sobresalía entre dos billetes.


lunes, 28 de noviembre de 2016

Camino al Norte

El fuego crepitaba en el interior de la cueva, mientras los dos compañeros se calentaban las manos y preparaban la comida suya y de Enrich, que se encontraba en la entrada como vigía. Este tenía una pesada capa sobre sí para luchar contra la implacable lluvia que caía más allá de la tela que habían colocado para evitar que se viera desde lejos el brillo de la luz.


-Maldita sea, apenas nos quedan comida o municiones. Mañana tendremos que volver hacia el pueblo que vimos antes y ver si encontramos algo.

-No creo, seguramente que se llevaron todo al marcharse, y no tenemos tiempo para ponernos a fundir el cobre y forjar perdigones.

-Da igual, dudo que nos encontremos muchos pueblos una vez entremos en las montañas, tenemos que intentarlo. Puede que fueran exterminados y no les diera tiempo de huir con las provisiones.

                   -¡Joder! ¡No digas eso Drew¡

               -¿Qué más da? Son ellos o nosotros, y si no escaparon a tiempo sin duda están muertos, pero nosotros podremos aprovecharnos de eso. ¡Y deja de llamarme Drew! ¡Soy Andrew! ¿Te gustaría que te llamara enano?

                - ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Por cierto Drew… ¿alguna vez has matado a alguien?

                -Estúpido… Si… he matado a algunas de esas cosas, a bastante debo decir.

                -No me refiero a eso, digo si has matado personas.

                -Si… he matado a tres.

                -¿Cómo fue?

                -¿A qué viene esto Hawk? No es algo que me guste recordarlo sinceramente.

               -Es que tengo miedo… puede que nos encontremos con algún saqueador o algo así… y no sé si podré defenderme.

               -Podrás… o morirás. A ver… Precisamente a la primera persona que maté fue un saqueador. Aunque ahora que lo pienso, creo que era más bien un niño asustado que trataba de conseguir algo de comer.

               -¿Qué pasó? ¿Por qué…?

               -¡Cállate! No me interrumpas capullo… Yo había ido a mear y oí un disparo así que corrí de vuelta al claro y me lo encontré apuntando a mi madre y mi hermano con una escopeta, con esta escopeta de hecho. Así que corrí gritando hacia él y le apuñalé. Fue una estupidez y estuve a punto de morir, pero creo que él estaba tan aterrorizado como yo y no pudo dispararme a tiempo.

                El tercero que tuve que matar fue a mi hermano Neil.

           -¿Qué…? Perdona.- Se interrumpió al ver la furibunda mirada de su compañero.

         -El primer disparo lo había herido de gravedad en el estómago, en realidad ya estaba sentenciado, pero yo tuve que acabar con su sufrimiento. El segundo, fue exactamente 15 segundos antes de matar a mi hermano. Para poder sobrevivir tuve que matarme a mí mismo antes de ayudar a mi hermano. Tuve que asesinarme para poder sobrevivir. Sé que suena cómo una estupidez pero así es como lo siento. La persona que agarró aquel cuchillo no era la misma que un minuto después lo enfundó tras limpiarlo. Incluso perdí a mi madre ese día. A partir de entonces fue apagándose poco a poco, así que podría decirse que en realidad he matado a cuatro.

                -No podías hacer otra cosa, no debes culparte.

               -No lo hago, hice lo que debía para sobrevivir. El mundo había cambiado con la llegada de esas cosas, pero no lo comprendí del todo hasta ese día. Ya no había médicos, ni gobierno, ni posibilidades para los débiles, ¡joder! Ni siquiera hay ya recaudadores de impuestos.

                -¿Que eran esos recaudadores?

                -Según mi padre, unos bastardos que venían cada mes a robarte el fruto de tu trabajo para mantener a unos parásitos. Es curioso porque mi propio padre era el señor de un gran condado y tenía sus propios recaudadores, pero jamás le oí hablar mal de ellos. Supongo que todo el mundo se queja de que la suela de la bota del que es más poderoso no le deja ver el sol. Y hasta eso cambió después de aquel Agosto.
                -¿Que le pasó a tu padre?

                -Murió defendiendo el castillo por lo que sé. Había llegado hacía una semana el mensaje de que los invasores eran alérgicos al cobre y sus aleaciones, que morían cómo ratas con su contacto, así que había arrancado y pelado todos los cables de la ciudad salvo los fundamentales para las luces y las armas automáticas del castillo. Equipó a todo el que mundo con espadas de bronce, que era más resistente que el cobre, fundió miles de balas y se preparó para resistir hasta la llegada de las ayudas. No resistieron ni una noche, aunque debo decir que se llevó a muchos por delante, pero eran demasiados… Aunque el mensaje no mentía, ya sabes que aún así esas mierdas no son fáciles de matar… Ya sabes cómo son. Dónde parece haber uno en realidad hay 10, Se esconden en la oscuridad y hacen esas cosas tan raras… mi madre decía que es magia, que son monstruos de los cuentos antiguos, pero mi padre decía que eran hombres con armas poderosas, aunque estoy seguro que esa noche cambió de idea, al menos en lo que respecta a lo de que eran hombres.

                -Drew… siento haberte hecho recordar esto… Dime… ¿Por qué vamos hacia el norte?

                -Ya lo sabes… pero aprecio el intento por cambiar de tema.

            -No en serio, ¿qué crees que hay al Norte? He oído muchas versiones pero nadie lo sabe seguro.

          -Es verdad, Einrich cree que hay algo en el Norte que es mortal para esas cosas. Otros dicen que unas cuantas naciones han creado un poderoso ejército que avanza hacia el sur con soldados con armaduras de bronce, espadas, lanzas, escopetas e incluso tanques que disparan tanta metralla que los enemigos no tienen ninguna posibilidad. Un estúpido incluso me dijo que había recuperado los planes de exploración espacial y están construyendo una gran arca para llevarnos a todos a otro planeta… gilipolleces.

                -Entonces… ¿por qué vas hacia el norte? ¿Qué crees tú?

             -Yo creo que no hay nada, creo que al norte de aquí sólo hay más y más norte. Es más sencillo así. Y si luego encuentro la salvación, diré que era exactamente eso lo que andaba buscando. Así es más sencillo. Si haces planes e imaginas demasiado, acabas por frustrarte y rendirte. Y tampoco podemos quedarnos parados, y para mí el Norte es tan bueno como el Éste, cuando avanzo no necesito mirar atrás.

                -¡Joder calláos ya malditos loros!- Tronó la voz de Einrich desde la entrada. -¡Y acostaos ya, que Drew tiene que sustituirme dentro de tres horas!


                -Mierda tío… ¡Me llamo Andrew¡


sábado, 24 de septiembre de 2016

El jugador

La situación era maldito caos.

En unos lugares, los habitantes del mundo esclavizaban a sus semejantes buscando los beneficios económicos. Trabajando durante 17 horas por un salario miserable, los desafortunados morían de puro agotamiento mientras al otro lado del planeta otros se lucraban con su muerte.

Continentes enteros estaban condenados al hambre por los intereses de unas pocas naciones. Los niños morían antes de alcanzar edad suficiente para caminar, mientras que sus padres tenían una esperanza de vida tres veces menor que en los países opresores. Lo que en un país seguían siendo post adolescentes mimados en otro eran ancianos que miraban la muerte a los ojos.

Las riquezas de regiones pobres eran robadas a punta de arma mientras los líderes locales
miraban a otro lado, silenciados con drogas, prostitutas y las migajas que no necesitaban aquellos que convertían el país de sus padres en un erial.

Naciones enteras habían olvidado su cultura y orgullo, una verdadera fortuna en conocimiento, hundiéndose en la estulticia y la incultura. Sus ciudadanos estaban cada vez más gordos y apolillados, mientras los televisores les vendían remedios  falaces para ser hermosos, inteligentes y atractivos sin esfuerzo.  En la vivienda de al lado, mientras tanto, familias enteras eran obligadas a vivir en la calle por no poder pagar una miseria que no serviría a nadie ni para comprar el último teléfono de moda.

Unos locos mataban a manos llenas por religiones e ideales marchitos, tratando de frenar el avance del tiempo con unos ideales erróneos, usando las herramientas de destrucción que el mismo avance les ofrecía. Manipulando mensajes de paz, unos pocos empujaban a jóvenes a inmolarse para asesinar a  supuestos enemigos, obviando que eran los gobernantes de los asesinados los que les vendían sus propias armas mientras los líderes de ambos bandos vivían en la opulencia.

En los púlpitos, religiosos y ateos, predicaban contra el pecado, con las manos cargadas de anillos de oro manchadas de sangre. Ordenando sobre la vida y la muerte de la gente, sin importarles realmente las consecuencias de sus palabras más allá de la salud en sus cuentas bancarias.

Durante generaciones el mundo había sido esquilmado, arrasando como langostas y dejando desiertos a su paso, sin pensar en el futuro de las próximas generaciones. Los abuelos recordaban animales que los nietos jamás verían mientras el humo de las factorías hacían caer como piedras inertes desde el cielo.

Mientras tanto, los gobernantes invertían fortunas en crear armas capaces de reducir a cenizas el mundo entero en lugar de tratar de solucionar las enfermedades terminales que afligían a su mundo.



….
                Los ojos tras la pantalla se entornaron, confusos.

                No entendía nada. Aquel mundo era un sinsentido y no sabía por qué.

             Ya tenía mucha experiencia jugando y creía que esta vez lo había hecho todo bien. Había configurado un mundo rico y una raza inteligente y poderosa sin excesos.

             En otras partidas había creado seres cuya inteligencia era extrema, o con un físico ideal. Había creado seres que habitaban en el mar y en los cielos, algunos con mente de colmena y otros seres sin capacidad de raciocinio más allá del elemental. Incluso había creado seres sin capacidad para sentir, pensando que los sentimientos siempre parecían complicar la vida. Habían sido los cuarenta y cinco minutos más aburridos de su vida. Al parecer los sentimientos eran la base de la evolución y del desarrollo. Sin amor, sin odio, sin furia ni empatía, aquellas criaturas habían resultado ser unos monos bípedos sentados en una piedra con las manos en la entrepierna durante horas.

             Algunos de aquellas partidas habían fracasado porque sus creaciones no habían podido adaptarse a un cambio climático. Otros había sido destruidos por otra raza inteligente evolucionada a posteriori o se habían ido apagando por si solas debido a problemas de diseño. Por ahí tenía algunas partidas dónde todo el mundo había sido barrido a fuego y destrucción por un meteorito errante. Eran demasiados factores los que había que tener en cuenta y aquel juego era demasiado complicado, demasiado realista.

                Alguna ocasión, incluso, había sido él mismo el que había destruido su creación, ya fuera por aburrimiento o porque creía que no veía forma de solucionar los problemas que le habían surgido. Con el tiempo, sin embargo, había llegado a la conclusión que mientras menos afectara a la partida, menos probabilidades había de que un efecto mariposa acabara por complicarlo todo unos momentos después.
               
           Sin embargo, en esta ocasión creía que había encontrado el perfecto equilibrio, la configuración perfecta entre la naturaleza y las capacidades de sus pupilos. Pero aquellos estúpidos se habían empecinado en destruirse. Casi desde los albores de su historia se habían empecinado en desarrollar formas más y más efectivas en matarse unas a otras. La evolución técnica casi nunca había venido por el interés de buscar más alimento o mejores condiciones, sino por la forma más eficaz de acabar con el enemigo. Había visto algunas partidas en las que sin querer se habían hecho descubrimientos que les había llevado a la destrucción, pero nunca había visto a nadie que viviera siempre en el filo de la navaja.

                Puso la mano sobre el botón rojo que borraría la partida y que le aliviaría tantos dolores de cabeza, pero en el último momento se detuvo, pensando que quizá podría aprender para su próxima partida. Con un pensamiento dejó la imagen a un lado, en espera, y ya más adelante se pasaría a ver cómo le iba a aquel mundo sin su intervención.


                Cansado, se dejó llevar por sus pensamientos, flotando en el vacío para descansar en espera de la siguiente partida.