viernes, 16 de diciembre de 2016

Que te toque la lotería

Francis se encontraba en la cama, mirando fijamente al techo sin poder dormir, perdido en sus pensamientos. Es bien sabido que las más brillantes ideas atacan a traición justo antes de que el cerebro se desconecte para dormir, y a veces lo hacen con tanta violencia que logran arrancar una  tregua al sueño.

“Mañana tengo que coger el autobús para ir a trabajar, tengo el coche en el taller… a saber lo que me va a costar la broma”

“Creo que si alguna vez pudiera crear un arma mágica, haría una espada que corte como el filo del papel. Con lo que corta esa mierda sería invencible.”

“Creo que este año para ganar la liga, más que jugar con dos delanteros, vamos a necesitar un francotirador en defensa que acabe con los del otro equipo, porque vaya racha que llevamos”

“¿Por qué dicen que el león es el rey de la selva, si vive en la sabana? ¿Son republicanos los suricatos?”

“No sé si mi novia está roncando o invocando a Cthulu, pero es curioso ver cómo hace que se muevan las cortinas al compás de sus … respiraciones fuertes”

“¿Si le meto mano se enfadará? Ni siquiera me apetece pero es que me aburro tanto… debería estar por contrato que en caso de insomnio la pareja no puede romper el récord de horas de sueño sin levantarse ni para ir al baño… creo que lleva pañales o no lo entiendo”

“Mira… un mosquito, el que faltaba para la fiesta. Creo que es el mismo de ayer… le voy a llamar Rusty. Al menos me hace más caso que mi gato, y me sale más barato alimentarlo”


Al final, perdió la batalla contra el sueño y aquellas maravillosas ideas cayeron en el olvido, para ser reemplazadas por el sonido del despertador, apenas cuatro horas después.

Francis se levantó y se bañó a toda prisa. Prefería apurar el tiempo en la cama, aunque casi siempre se arrepentía por llegar siempre apurado a trabajar. Mientras se vestía intentó ponerle la camiseta con el sándwich aún en la boca, con el esperado resultado de una camiseta manchada, y, cómo se daría cuenta en el autobús, una segunda puesta del revés.

Salió por la puerta con un yogurt en la mano y la cartera en la otra, rezando para llegar a tiempo. Aunque ya sabía que lo conseguiría, había hecho de fichar a las 7.59 todo un arte.

Fue un día como otro cualquiera en la factoría, y al salir decidió volver a casa caminando, ya que hacía buen tiempo y así podría pasar por la tienda a comprobar el boleto de la lotería y comprar el de esa semana. Nunca le tocaba, y siempre compraba el siguiente casi sin pararse en pensarlo. Era un “quizás” semanal, un motivo extra para levantarse cada lunes. Si lo pensabas así, eran 3 euros bien invertidos.

La pantalla se iluminó y Francis tardó casi dos segundos en darse cuenta que la dependienta no le devolvía el boleto y miraba a la pantalla con los ojos del tamaño de los de una protagonista de un ánime.

-Señor… está premiado… es un primer premio… es… ¡¡Es usted millonario!!

Lo primero que hizo fue llamar a su madre. Bueno, realmente fue lo segundo, lo primero fue caer de espaldas y tirar una estantería de revistas. Después llamó a su novia Laura y le dijo que lo esperara antes de salir a trabajar a su turno nocturno en el hospital.

Los primeros meses fueron de una felicidad absoluta. Se mudaron juntos a un ático perfecto, no demasiado lujoso, a cinco minutos del centro en un precioso vecindario. Viajaron por medio mundo en su luna de miel, después de casarse en el Caribe, invitando a todos sus familiares a la boda. Había dado suficiente dinero a su madre para que se retirara y aún así tenían suficiente para vivir lujosamente el resto de sus vidas. Cien millones eran mucho dinero que gastar.

Luego decidieron volver a cierta normalidad. Laura echaba de menos su trabajo. Aunque ser enfermera era duro y estresante, era su vocación desde niña y lo adoraba. Él decidió volver a la universidad, estudiar inglés y apuntarse a un equipo de baloncesto cómo cuando tenía dieciséis años. Llevaba mucho tiempo en un trabajo de mierda y pensaba recuperar el tiempo.

Aún así, se aburría. Estudiar sin presión no era un reto, y su pareja estaba muy cansada para acompañarle cuando salía de fiesta con los nuevos amigos de Francis, que disponían de la energía de los jóvenes que no habían cumplido los veinte. Al problema de la falta de tiempo en pareja se unieron las nuevas amistades de Francis, la mayoría más interesada en su dinero que en él mismo. Y comenzó a cometer errores.

Llegaba a casa absolutamente borracho y con la tarjeta de crédito humeando. Luego comenzó a tomar otras cosas con las que apenas había flirteado cuando era un adolescente estúpido. Por supuesto, su mujer no era estúpida y sabía que su marido se estaba hundiendo en barrena, pero cuando hablaban del tema él negaba la realidad, o aún peor, se enfadaba y se marchaba dando un portazo. Fué una de esas ocasiones cuando cometió el error definitivo.

A cambio de una noche de mal sexo con una rubia espectacular echó por la borda doce años de convivencia con una mujer que le había querido cuando apenas llegaban a fin de mes. Que le había apoyado durante la enfermedad de su padre y que le acompañaba al cine a ver Star Wars pese a no distinguir un Sith de un orco.

Esa noche tiró por la borda casi media vida, y la mitad de su dinero. La cantidad  que el juez determinó que debía entregarle a Laura tras el divorcio. El resto se fue por el cuello de la botella de vodka, en regalos estúpidos a rubias y morenas que no lo querían y en cuatro coches que consumían más gasolina que un portaviones avanzando río arriba, con las correspondientes multas de tráfico, por supuesto.

Pero sin duda el golpe definitivo fue ver en Facebook que Laura había comenzado a salir con ese médico tan guapo y talentoso que había estado detrás de ella desde la primera cena de navidad del hospital donde trabajaban.

Al menos en una cosa triunfó: probablemente fue el hombre que más rápidamente dilapidó tanto dinero. Tres años después de su divorcio se había quedado dormido llorando mientras veía fotos del hijo de Laura en el ordenador, acostado en su habitación de infancia, dónde su madre le había recogido.


Ring… Ring… Ring…



Francis abrió un ojo con dificultad…

 -Joder… ¿qué hora es?
-La hora de ir a trabajar, perezoso. Y de que apagues ese maldito despertador, que es mi día libre y quiero dormir.- Le contestó Laura
-Coño… ¡vaya mierda de pesadilla!
-Ya me la contarás después cariño, por cierto, acuérdate de coger el bonobús en mi bolso.  Ahora vete o no llegarás a trabajar… y antes dame un beso.
-Te quiero cariño.


Francis salió a toda prisa por la puerta, con el bonobús apretado fuertemente en su mano. Mientras tanto, en su cartera, olvidada en la mesita, la esquina de un boleto de lotería sobresalía entre dos billetes.


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