Francis se
encontraba en la cama, mirando fijamente al techo sin poder dormir, perdido en
sus pensamientos. Es bien sabido que las más brillantes ideas atacan a traición
justo antes de que el cerebro se desconecte para dormir, y a veces lo hacen con
tanta violencia que logran arrancar una tregua al sueño.
“Mañana tengo
que coger el autobús para ir a trabajar, tengo el coche en el taller… a saber
lo que me va a costar la broma”
“Creo que si
alguna vez pudiera crear un arma mágica, haría una espada que corte como el
filo del papel. Con lo que corta esa mierda sería invencible.”
“Creo que este
año para ganar la liga, más que jugar con dos delanteros, vamos a necesitar un
francotirador en defensa que acabe con los del otro equipo, porque vaya racha
que llevamos”
“¿Por qué
dicen que el león es el rey de la selva, si vive en la sabana? ¿Son
republicanos los suricatos?”
“No sé si mi
novia está roncando o invocando a Cthulu, pero es curioso ver cómo hace que se
muevan las cortinas al compás de sus … respiraciones fuertes”
“¿Si le meto
mano se enfadará? Ni siquiera me apetece pero es que me aburro tanto… debería
estar por contrato que en caso de insomnio la pareja no puede romper el récord
de horas de sueño sin levantarse ni para ir al baño… creo que lleva pañales o
no lo entiendo”
“Mira… un mosquito,
el que faltaba para la fiesta. Creo que es el mismo de ayer… le voy a llamar
Rusty. Al menos me hace más caso que mi gato, y me sale más barato alimentarlo”
Al final,
perdió la batalla contra el sueño y aquellas maravillosas ideas cayeron en el
olvido, para ser reemplazadas por el sonido del despertador, apenas cuatro
horas después.
Francis se
levantó y se bañó a toda prisa. Prefería apurar el tiempo en la cama, aunque
casi siempre se arrepentía por llegar siempre apurado a trabajar. Mientras se
vestía intentó ponerle la camiseta con el sándwich aún en la boca, con el
esperado resultado de una camiseta manchada, y, cómo se daría cuenta en el
autobús, una segunda puesta del revés.
Salió por la
puerta con un yogurt en la mano y la cartera en la otra, rezando para llegar a
tiempo. Aunque ya sabía que lo conseguiría, había hecho de fichar a las 7.59
todo un arte.
Fue un día
como otro cualquiera en la factoría, y al salir decidió volver a casa
caminando, ya que hacía buen tiempo y así podría pasar por la tienda a comprobar
el boleto de la lotería y comprar el de esa semana. Nunca le tocaba, y siempre
compraba el siguiente casi sin pararse en pensarlo. Era un “quizás” semanal, un
motivo extra para levantarse cada lunes. Si lo pensabas así, eran 3 euros bien
invertidos.
La pantalla se
iluminó y Francis tardó casi dos segundos en darse cuenta que la dependienta no
le devolvía el boleto y miraba a la pantalla con los ojos del tamaño de los de
una protagonista de un ánime.
-Señor… está
premiado… es un primer premio… es… ¡¡Es usted millonario!!
Lo primero que
hizo fue llamar a su madre. Bueno, realmente fue lo segundo, lo primero fue caer
de espaldas y tirar una estantería de revistas. Después llamó a su novia Laura
y le dijo que lo esperara antes de salir a trabajar a su turno nocturno en el
hospital.
Los primeros
meses fueron de una felicidad absoluta. Se mudaron juntos a un ático perfecto,
no demasiado lujoso, a cinco minutos del centro en un precioso vecindario.
Viajaron por medio mundo en su luna de miel, después de casarse en el Caribe,
invitando a todos sus familiares a la boda. Había dado suficiente dinero a su
madre para que se retirara y aún así tenían suficiente para vivir lujosamente
el resto de sus vidas. Cien millones eran mucho dinero que gastar.
Luego
decidieron volver a cierta normalidad. Laura echaba de menos su trabajo. Aunque
ser enfermera era duro y estresante, era su vocación desde niña y lo adoraba. Él
decidió volver a la universidad, estudiar inglés y apuntarse a un equipo de
baloncesto cómo cuando tenía dieciséis años. Llevaba mucho tiempo en un trabajo
de mierda y pensaba recuperar el tiempo.
Aún así, se
aburría. Estudiar sin presión no era un reto, y su pareja estaba muy cansada
para acompañarle cuando salía de fiesta con los nuevos amigos de Francis, que
disponían de la energía de los jóvenes que no habían cumplido los veinte. Al
problema de la falta de tiempo en pareja se unieron las nuevas amistades de
Francis, la mayoría más interesada en su dinero que en él mismo. Y comenzó a
cometer errores.
Llegaba a casa
absolutamente borracho y con la tarjeta de crédito humeando. Luego comenzó a
tomar otras cosas con las que apenas había flirteado cuando era un adolescente
estúpido. Por supuesto, su mujer no era estúpida y sabía que su marido se
estaba hundiendo en barrena, pero cuando hablaban del tema él negaba la
realidad, o aún peor, se enfadaba y se marchaba dando un portazo. Fué una de
esas ocasiones cuando cometió el error definitivo.
A cambio de
una noche de mal sexo con una rubia espectacular echó por la borda doce años de
convivencia con una mujer que le había querido cuando apenas llegaban a fin de
mes. Que le había apoyado durante la enfermedad de su padre y que le acompañaba
al cine a ver Star Wars pese a no distinguir un Sith de un orco.
Esa noche tiró
por la borda casi media vida, y la mitad de su dinero. La cantidad que el juez determinó que debía entregarle a
Laura tras el divorcio. El resto se fue por el cuello de la botella de vodka,
en regalos estúpidos a rubias y morenas que no lo querían y en cuatro coches
que consumían más gasolina que un portaviones avanzando río arriba, con las
correspondientes multas de tráfico, por supuesto.
Pero sin duda
el golpe definitivo fue ver en Facebook que Laura había comenzado a salir con
ese médico tan guapo y talentoso que había estado detrás de ella desde la
primera cena de navidad del hospital donde trabajaban.
Al menos en
una cosa triunfó: probablemente fue el hombre que más rápidamente dilapidó
tanto dinero. Tres años después de su divorcio se había quedado dormido
llorando mientras veía fotos del hijo de Laura en el ordenador, acostado en su
habitación de infancia, dónde su madre le había recogido.
Ring… Ring…
Ring…
Francis abrió
un ojo con dificultad…
-Joder… ¿qué hora es?
-La hora de ir
a trabajar, perezoso. Y de que apagues ese maldito despertador, que es mi día
libre y quiero dormir.- Le contestó Laura
-Coño… ¡vaya
mierda de pesadilla!
-Ya me la
contarás después cariño, por cierto, acuérdate de coger el bonobús en mi bolso.
Ahora vete o no llegarás a trabajar… y
antes dame un beso.
-Te quiero
cariño.
Francis salió
a toda prisa por la puerta, con el bonobús apretado fuertemente en su mano.
Mientras tanto, en su cartera, olvidada en la mesita, la esquina de un boleto
de lotería sobresalía entre dos billetes.
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