martes, 13 de octubre de 2015

El Rey Zombie


El rey Alexandros, tercero del mismo nombre en el linaje de la casa de Dáren, se encontraba repantigado en su trono sin hacer caso a aquellos dos tontos que trataban de llamar su atención, aunque más les hubiera valido ser los bufones de la corte. Al rey Zombie no le interesaban aquellos nobles despreciables.

El monarca tenía más de sesenta años pero conservaba un físico imponente, endurecido por una vida entregada a la guerra y al poder. Había ascendido al trono con apenas doce años de edad, cuando el antiguo visir había condimentado la comida de su padre con destilado de mandrágora, pensando que el joven Alexandros sería un monarca mucho más influenciable. Lo cierto es que lo fue, aproximadamente durante los diez minutos que tardó en ordenar la decapitación del visir por regicidio y traición. La segunda gran orden de su reinado consistió en nombrar un alto consejo formado por generales, magos, comerciantes y otras mentes brillantes de su reino, algunos de los cuales habían caído en desgracia en el pasado debido a sus opiniones contrarias al gobierno de su padre.

El reino de Agtéa había sido en el pasado un imperio glorioso, cuyas fronteras se extendían desde el desierto de Amán al este hasta el océano exterior al oeste, y desde las islas gélidas al norte hasta las tierras de las grandes manadas de elefantes al sur. Sin embargo el territorio heredado por Alexandros era uno más dentro de una decena de reinos diseminados por toda la costa del Mar del Anillo. Aunque técnicamente seguía siendo un reino enorme, en la práctica cada condado era independiente, muchos de los cuales eran más populosos y ricos que la capital, con ejércitos propios y castas de gobernantes orgullosas y antiguas.

Alexandros podría haber sido un monarca más, pero decidió que devolvería a su reino toda la antigua gloria, y aunque le había llevado cuarenta años lo había conseguido. Luchó en tantas batallas que apenas podía recordarlas todas, en pocos años su talento cómo general era reconocido y temido por el resto de gobernantes ya que una serie de rápidas y brillantes campañas había sojuzgado a sus reinos vecinos y extendido sus tentáculos sobre las rutas comerciales que rodeaban el Mar del Anillo, consiguiendo así una fuente de riquezas casi inagotable.

Pero no solamente había sido un general incomparable, también había demostrado ser un político extremadamente hábil: por un lado se había ganado la lealtad de los condados que habían hecho la vida imposible de sus antepasados, mediante pactos, cesiones de territorios, y el uso de la mano dura cuando fue necesario, consiguió unir toda la nobleza del reino bajo su égida, consiguiendo en menos de una década un poder cómo el que no se recordaba en ningún monarca agteano en el anterior milenio. Además, trató con justicia a los reinos vecinos conquistados, y aunque no le tembló el pulso en acabar con aquellos que se le enfrentaron, respetó a sus gobernantes cuando estos le juraron lealtad. Estos territorios no tardaron en prosperar, ya que Alexandros creó una legislación justa, que respetaba a todos sus súbditos, y exigía con el máximo rigor a sus gobernadores que cumplieran he hicieran cumplir dicha ley. Bajo su enérgico reinado Agtéa alcanzó un esplendor nunca recordado, y los reinos conquistados no tardaron en sentirse cómodos bajo su gobierno. Parte de su triunfo diplomático lo cimentó en una serie de matrimonios de conveniencia con las hijas de los nobles más poderosos y los antiguos monarcas de los reinos conquistados. Con esta política el rey Alexandros puso por delante el interés de Agtéa que el suyo propio, y consiguió una gran estabilidad y una fuerte unión de todos los gobernantes del pujante imperio.

Seguramente el mayor logro de su reinado fue llegar a una alianza con la ciudad de Korial, la legendaria urbe de los magos. Gobernada por un consejo formado por los cien hechiceros más poderosos del mundo, Korial había sido absolutamente independiente desde su fundación, cuando los fundadores de Agtéa eran aún nómadas y pastores de ovejas. El consejo de Korial se regía por las leyes de la magia y solamente respetaba a las fuerzas de la naturaleza que imponían los límites a estas leyes. Ningún monarca había conseguido jamás controlar Korial y cualquier intento de conquista había fracasado estrepitosamente. Sin embargo Alexandros había propuesto al consejo algo que no habían podido rechazar: Los magos se comprometerían a respetar las leyes de los reinos donde vivieran y jamás tratarían de controlar el poder fuera de Korial, y a cambio se les permitiría construir academias en todas las ciudades del reino, y sobre todo, los dotados nunca más serían perseguidos por sus poderes y siempre se les permitiría estudiar para controlar sus dotes. Así se forjó un pacto que cambió el mundo para siempre.

Durante toda su vida Alexándros había hecho gala de una energía y una fuerza casi sobre humana, pero ahora se había recluido en su castillo y había dejado el gobierno en manos del consejo. Apenas acudía a actos oficiales, y cuando lo hacía parecía ajeno a todo, como si algo le hubiera robado la energía para seguir viviendo. Los rumores sacudían la corte, algunos preocupados, otros interesados en medrar en el vacío de poder. Le llamaban el Rey Zombie… y la culpa era de ella.

Aquella mujer había llegado a la corte y en unos meses se había hecho con el control del monarca pese a ser la última y menos importante de sus esposas aquella extraña se había convertido en la piedra clave de la corte. Era la hija segunda de un noble menor, y pocos habían entendido el matrimonio, ya que al contrario que las anteriores, aquella unión no había aportado tierras ni ejércitos a la corona, y su padre no era lo suficientemente importante como para que su apoyo fuera necesario para el rey. Alexandros jamás había actuado movido por su capricho, así que aquel matrimonio con una mujer sin importancia treinta y cinco años menor había descolocado a todo el mundo. Y lo cierto es que ni siquiera era una mujer demasiado hermosa, de haberlo sido la corte la habría clasificado cómo mujer trofeo y habría pasado a otra cosa, pero hecho de que no lo fuera hacía la situación aún más desconcertante.

 La recién llegada se instaló y muy pronto las cosas comenzaron a cambiar. Alexandros cada vez permanecía más tiempo alejado de sus deberes de gobierno, y aunque no parecía enfermo, se excusaba constantemente para no salir del palacio en ninguna circunstancia, a pesar de que siempre había disfrutado del aire libre. Los rumores se propagaron como un incendio, la bruja se estaba haciendo con el control del reino poco a poco, aunque aún no había dado el paso, muy pronto sería ella la que se sentara en el trono y se pusiera la corona. Maga, bruja, hechicera… las acusaciones eran terribles… pero se mantenían ocultas, ya que el monarca parecía recuperar energías solamente para castigar a aquellos a los que escuchaba acusar a su nueva esposa. Sin embargo, los rumores son un monstruo de mil cabezas, cuando cortas una, diez más acuden para reemplazarla, de modo que aquella mancha se fue extendiendo: el Rey Zombie se sentaba en el trono, pero era la bruja la que gobernaba.

Le llamaban el Rey Zombie, pero no sabían la verdad, aquella mujer no había usado ningún conjuro. No se mostraba distante porque lo hubieran hechizado, sino porque aquello que había sido su vida en el pasado ahora no le importaba nada, sólo quería volver al lado de aquella mujer sencilla e inteligente que lo había enamorado. Poco podían saber aquellos que hablaban a sus espaldas que era ahora cuando realmente estaba vivo por primera vez.

Pd: No pude resistirme a esta última

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