El rey Alexandros,
tercero del mismo nombre en el linaje de la casa de Dáren, se
encontraba repantigado en su trono sin hacer caso a aquellos dos
tontos que trataban de llamar su atención, aunque más les hubiera
valido ser los bufones de la corte. Al rey Zombie no le interesaban
aquellos nobles despreciables.
El monarca tenía
más de sesenta años pero conservaba un físico imponente,
endurecido por una vida entregada a la guerra y al poder. Había
ascendido al trono con apenas doce años de edad, cuando
el antiguo visir había condimentado la comida de su padre con
destilado de mandrágora, pensando que el joven Alexandros sería un
monarca mucho más influenciable. Lo cierto es que lo fue,
aproximadamente durante los diez minutos que tardó en ordenar la
decapitación del visir por regicidio y traición. La segunda gran
orden de su reinado consistió en nombrar un alto consejo formado por
generales, magos, comerciantes y otras mentes brillantes de su
reino, algunos de los cuales habían caído en desgracia en el pasado
debido a sus opiniones contrarias al gobierno de su padre.
El reino de Agtéa
había sido en el pasado un imperio glorioso, cuyas fronteras se
extendían desde el desierto de Amán al este hasta el océano
exterior al oeste, y desde las islas gélidas al norte hasta las
tierras de las grandes manadas de elefantes al sur. Sin embargo el territorio
heredado por Alexandros era uno más dentro de una decena de reinos
diseminados por toda la costa del Mar del Anillo. Aunque técnicamente
seguía siendo un reino enorme, en la práctica cada condado era
independiente, muchos de los cuales eran más populosos y ricos que
la capital, con ejércitos propios y castas de gobernantes orgullosas
y antiguas.
Alexandros podría
haber sido un monarca más, pero decidió que devolvería a su reino
toda la antigua gloria, y aunque le había llevado cuarenta años lo
había conseguido. Luchó en tantas batallas que apenas podía
recordarlas todas, en pocos años su talento cómo general era
reconocido y temido por el resto de gobernantes ya que una serie de rápidas y brillantes campañas había sojuzgado a sus reinos vecinos y extendido sus
tentáculos sobre las rutas comerciales que rodeaban el Mar del
Anillo, consiguiendo así una fuente de riquezas casi inagotable.
Pero no solamente
había sido un general incomparable, también había demostrado ser
un político extremadamente hábil: por un lado se había ganado la
lealtad de los condados que habían hecho la vida imposible de sus
antepasados, mediante pactos, cesiones de territorios, y el uso de la
mano dura cuando fue necesario, consiguió unir toda la nobleza del
reino bajo su égida, consiguiendo en menos de una década un poder
cómo el que no se recordaba en ningún monarca agteano en el
anterior milenio. Además, trató con justicia a los reinos vecinos
conquistados, y aunque no le tembló el pulso en acabar con aquellos
que se le enfrentaron, respetó a sus gobernantes cuando estos le
juraron lealtad. Estos territorios no tardaron en prosperar, ya
que Alexandros creó una legislación justa, que respetaba a todos
sus súbditos, y exigía con el máximo rigor a sus gobernadores que
cumplieran he hicieran cumplir dicha ley. Bajo su enérgico reinado
Agtéa alcanzó un esplendor nunca recordado, y los reinos
conquistados no tardaron en sentirse cómodos bajo su gobierno. Parte
de su triunfo diplomático lo cimentó en una serie de matrimonios de
conveniencia con las hijas de los nobles más poderosos y los
antiguos monarcas de los reinos conquistados. Con esta política el
rey Alexandros puso por delante el interés de Agtéa que el suyo
propio, y consiguió una gran estabilidad y una fuerte unión de
todos los gobernantes del pujante imperio.
Seguramente el
mayor logro de su reinado fue llegar a una alianza con la ciudad de
Korial, la legendaria urbe de los magos. Gobernada por un consejo formado por
los cien hechiceros más poderosos del mundo, Korial había sido
absolutamente independiente desde su fundación, cuando los fundadores de Agtéa eran aún nómadas y pastores de ovejas.
El consejo de Korial se regía por las leyes de la magia y solamente
respetaba a las fuerzas de la naturaleza que imponían los límites a estas leyes. Ningún monarca había conseguido jamás controlar Korial
y cualquier intento de conquista había fracasado estrepitosamente.
Sin embargo Alexandros había propuesto al consejo algo que no habían
podido rechazar: Los magos se comprometerían a respetar las leyes de
los reinos donde vivieran y jamás tratarían de controlar el
poder fuera de Korial, y a cambio se les permitiría construir
academias en todas las ciudades del reino, y sobre todo, los dotados
nunca más serían perseguidos por sus poderes y siempre se les
permitiría estudiar para controlar sus dotes. Así se forjó un
pacto que cambió el mundo para siempre.
Durante toda su
vida Alexándros había hecho gala de una energía y una fuerza casi
sobre humana, pero ahora se había recluido
en su castillo y había dejado el gobierno en manos del consejo.
Apenas acudía a actos oficiales, y cuando lo hacía parecía ajeno a
todo, como si algo le hubiera robado la energía para seguir
viviendo. Los rumores sacudían la corte, algunos preocupados, otros
interesados en medrar en el vacío de poder. Le llamaban el Rey
Zombie… y la culpa era de ella.
Aquella mujer
había llegado a la corte y en unos meses se había hecho con el
control del monarca pese a ser la última y menos importante de sus
esposas aquella extraña se había convertido en la piedra clave de
la corte. Era la hija segunda de un noble menor, y pocos habían
entendido el matrimonio, ya que al contrario que las anteriores,
aquella unión no había aportado tierras ni ejércitos a la corona,
y su padre no era lo suficientemente importante como para que su
apoyo fuera necesario para el rey. Alexandros jamás había actuado
movido por su capricho, así que aquel matrimonio con una mujer sin
importancia treinta y cinco años menor había descolocado a todo el
mundo. Y lo cierto es que ni siquiera era una mujer demasiado
hermosa, de haberlo sido la corte la habría clasificado cómo mujer
trofeo y habría pasado a otra cosa, pero hecho de que no lo fuera
hacía la situación aún más desconcertante.
La recién
llegada se instaló y muy pronto las cosas comenzaron a cambiar.
Alexandros cada vez permanecía más tiempo alejado de sus deberes de
gobierno, y aunque no parecía enfermo, se excusaba constantemente
para no salir del palacio en ninguna circunstancia, a pesar de que
siempre había disfrutado del aire libre. Los rumores se propagaron
como un incendio, la bruja se estaba haciendo con el control del
reino poco a poco, aunque aún no había dado el paso, muy pronto
sería ella la que se sentara en el trono y se pusiera la corona.
Maga, bruja, hechicera… las acusaciones eran terribles… pero se
mantenían ocultas, ya que el monarca parecía recuperar energías
solamente para castigar a aquellos a los que escuchaba acusar a su
nueva esposa. Sin embargo, los rumores son un monstruo de mil
cabezas, cuando cortas una, diez más acuden para reemplazarla, de
modo que aquella mancha se fue extendiendo: el Rey Zombie se sentaba
en el trono, pero era la bruja la que gobernaba.
Le llamaban el Rey
Zombie, pero no sabían la verdad, aquella mujer no había usado
ningún conjuro. No se mostraba distante porque lo hubieran
hechizado, sino porque aquello que había sido su vida en el pasado
ahora no le importaba nada, sólo quería volver al lado de aquella
mujer sencilla e inteligente que lo había enamorado. Poco podían
saber aquellos que hablaban a sus espaldas que era ahora cuando
realmente estaba vivo por primera vez.
Pd: No pude resistirme a esta última
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