Alejandro acostumbraba a
salir tan tarde de su despacho en la universidad que lo habitual era
cruzarse tan sólo con los miembros de seguridad. Dedicaba tantas
horas a sus investigaciones como le era posible, repartiendo su
tiempo entre la biblioteca y su despacho. Lo cierto es que la
universidad le había dado todo aquello que le importaba en la vida:
su carrera, sus investigaciones y su mujer.
La vió por primera vez durante su segundo año de carrera: ella
le había preguntado por el libro que leía en aquel momento y él le
había preguntado si quería salir con él unos cuatro minutos
después. Sofía se había reído de su estupidez y le había dicho
que si, que le gustaría tomar un café esa misma tarde. Alejandro
jamás había hecho algo tan impulsivo en su vida, y afortunadamente
no volvería a tener que hacerlo.
Precisamente
era culpa de ella que hoy saliera temprano de trabajar. Habían
quedado con sus suegros para cenar por su aniversario y tenía que
recogerla en su trabajo a las ocho de la tarde en pleno centro, por
lo que más le valía salir con tiempo para no llegar tarde, como
siempre. Sofía tomaba con humor su impuntualidad porque sabía que
él perdía el sentido del tiempo cuando estaba en su despacho, pero
llevaba tiempo tratando de cambiar aquel defecto.
Su
esposa lo esperaba como de costumbre en la orilla de la acera, justo
en la parada de taxis del hotel dónde trabajaba. Llevaba un largo
vestido y unos zapatos azul marino, se protegía la larga melena
pelirroja de la fina lluvia con un paraguas blanco y con la otra mano
mantenía un bolso del mismo color. Alejandro sonrió al verla,
siempre le había impresionado su sencilla elegancia, algo que no le
costaba ningún esfuerzo, al contrario que a él, que era incapaz de
conjuntar la ropa sin una reunión de emergencia de su madre, su hermana y su esposa.
—Perdone señorita, ¿Necesita que la lleve?
—Lo
siento caballero, estoy esperando a mi marido. —Contestó ella
seriamente, aunque el humor brillaba en sus ojos castaños protegidos
por gafas — Hoy llegas cinco minutos temprano ¿Estás tratando de
ganar puntos?
—Eso nunca viene mal, nunca se sabe cuando los voy a necesitar.
—Eso nunca viene mal, nunca se sabe cuando los voy a necesitar.
—Creo
que estás en menos doce ahora mismo.
—Mira
que eres mala ¿Eh?
—Y
por eso me quieres.
Había casi una hora de
carretera secundaria hasta casa de sus suegros, así que aprovecharon
para ponerse al día. Aunque por lo general ella solía tener más
anécdotas por el contacto con los turistas, Alejandro trataba de
ponerla al día sobre sus avances y en ocasiones le arrancaba una de sus cantarinas carcajadas con algún comentario sobre sus alumnos.
Tenían mucho de lo que charlar ya que apenas habían tenido tiempo
libre en los últimos días de modo que la conversación era animada
y distendida. Quizá fue ese el motivo por el que Alejandro no vio el
camión que se saltó el stop por culpa del cansancio del conductor…
Al despertar, Alejandro
comprendió que todo había sido una pesadilla, que se había quedado
dormido en la biblioteca, y que muy probablemente se había ganado
una buena bronca de su mujer por recogerla tarde. Cinco segundos
después se preguntó cómo había llegado a la biblioteca desde su
despacho, y sobre todo por qué nadie le había despertado de su
siesta. Trás diez segundos comenzó ha hacerse una idea de su
entorno y se dió cuenta de que aquella no era la biblioteca de su
facultad.
El inmenso salón estaba
iluminado por una extraña luz dorada indirecta de la que no se podía
encontrar el origen pero que bañaba todo el entorno y daba un toque
de irrealidad a la escena. El techo era de madera oscura al igual que
las columnas, todo ello decorado con tallas de libros y pergaminos.
Al ambiente arcaico, una mezcla de templo y de inmensa cabaña
ayudaban también las estanterías de casi tres metros de altura que
le rodeaban por todos lados. Al contrario que todas las bibliotecas
que había visto en su vida, aquel sitio no parecía seguir un orden
concreto, un amplio pasillo podía desembocar en una amplia
intersección con bancos y mesas, o bien terminar bruscamente en una
pared de libros. Otra cosa que le llamó la atención fue el hecho de
que todos los libros y estanterías estaban marcadas con un escudo
redondo, como el que se pueden ver en manos de los guerreros
medievales de las películas. Nada de aquello parecía tener sentido,
aunque de algún modo le resultaba familiar.
Tras casi media hora de
pasear sin observar las estanterías a su alrededor, de dar vueltas
sin sentido y de volver a la misma intersección decidió intentar
escalar una estantería. Pensó que de ese modo podría ver al menos
de forma aproximada la salida de aquel lugar tan extraño, eso si no
se despertaba antes en la cama de algún hospital junto a su esposa.
Sin embargo, el paisaje que pudo observar desafió a su mente:
realmente se encontraba en un laberinto que no parecía tener final.
Estantería tras estantería los caminos parecía extenderse en todas
direcciones, con la única distinción que parecía que la luz era
mas intensa hacia su izquierda (o lo que él había decidido de forma
irracional que era el Este) mientras que desde el Oeste parecía
llegar una especie de anochecer sin estrellas.
Justo en ese instante el
tablón que estaba apoyado cedió a su peso y calló al suelo dándose
un fuerte trastazo en la espalda, amplificado por un golpe humillante
en la cabeza de un libro de tamaño mastodóntico. Alejandro lo cogió
en sus manos con toda la intención de lanzarlo por el pasillo con
ánimo vengativo e infantil cuando creyó ver un movimiento a lo
lejos. Salió corriendo con todas sus fuerzas, aún algo mareado por
el golpe, cuando al acabar el pasillo observó el origen del
movimiento: un imponente ciervo avanzaba majestuoso por el pasillo,
con dos cuervos apoyados en su cornamenta, uno a cada lado. Pero lo
realmente increíble es que aquel animal parecía capaz de caminar
por pasillos dónde por lógica no debería haber podido pasar, y sin
embargo la punta de sus cuernos en ningún momento tocaban los libros
de los laterales, como si los pasillos se adaptaran al paso del
gigantesco animal, para luego volver a su tamaño original.
—Es majestuoso
¿verdad? Se llama Eykpyrnir, de vez en cuando nos hace una visita,
aunque no suele alejarse tanto del árbol.
Alejandro se revolvió,
cogido por sorpresa pero aliviado de oír una voz humana por fin. A
su espalda se encontraba un anciano alto y elegantemente vestido.
—Me llamo Benjamín,
¿cómo debo llamarte recién llegado? —El tono del anciano era
melodioso y ligeramente arcaico, muy a juego con el entorno.
—Yo soy Alejandro,
esto… perdone mi brusquedad pero ¿quién es usted? ¿Qué es ese
ciervo?... ¿Que es este sitio?
—Eso son muchas
preguntas ¿no crees? Es mejor que charlemos comiendo, hoy hay
jabalí, por supuesto — En el tono de Benjamín pareció detectar
cierto hastío, pero no supo detectar si era debido a sus preguntas o
al menú, de modo que se encogió de hombros y lo siguió durante
unos minutos que se hicieron eternos.
—Vayamos por partes,
como te decía, yo me llamo Benjamín, y soy lo mismo que tú, sólo
que bastante más veterano.
—No te entiendo, lo
siento.
—Ya lo harás, vayamos
despacio. Dime, ¿cuál es tu campo de estudios?
— Soy Filólogo,
especializado en mitología, especialmente escandinava… un momento
¿cómo sabe usted que soy un estudioso?
— ¡Oh!, todos lo éramos,
yo era físico, aunque hice algunas otras cosas.
— ¿Éramos?
—Aún no lo has
entendido, dada tu especialidad deberías haber entendido ya dónde
te encuentras, te daré una pista, estás muerto.
— ¿Muerto? Pero
estaba con mi mujer, no puedo estar muerto.
— Bueno, no se que ha
pasado con tu mujer, quizá ella también esté por aquí buscándote,
o quizá haya ido a los salones de la señora, o incluso esté viva y
llorando por ti. Si encuentras a alguna de las encargadas puedes
preguntarle.
—Encargadas… ¿pero
de que estas hablando? ¿Me estas diciendo que esto es el Paraíso y
que le pregunte a un ángel o algo así?
—Jajajaja no, no creo
que esto sea el Paraíso, y si se te ocurre llamar “ángel” a una
de esas rubias probablemente te arranque la cabeza de un golpe.
Créeme no lo hagas.
—Entonces, ¿dónde
estoy?
—Fíjate en el dintel
entre aquellas dos estanterías, ¿Qué es lo que ves?
—Parece una pluma
estilográfica tallada, aunque una un poco rara la verdad.
—Fíjate de nuevo.
—Mm… es… ¿Una
lanza?
—Exacto, concretamente
es Gungnir, la lanza de Odín, y estás en el Valhala.
Alejandro observó
atentamente a aquel hombre que le decía aquella sarta de estupideces
de forma tan calmada. No podía negar que se encontraba en un lugar
extraño, pero aquello era demasiado. Simplemente no podía
aceptarlo.
—Supongamos que te
creo… El Valhala es para guerreros, dónde los valientes se
preparan para la batalla final, para luchar en el Ragnarok al lado de
Odín… y yo no soy ningún guerrero.
— ¿Nunca has oído
que la pluma es más fuerte que la espada? El origen de esa frase
proviene de estos salones. Odín es sabio, el señor de las runas, y
sabe que ninguna guerra se gana solamente con las armas, se necesitan
generales, ingenieros, sabios que busquen las
debilidades del enemigo e incluso poetas que eleven la moral de las tropas. Existen casi tantos Valhalas cómo elegidos.
¿De veras crías que el Valhala era un gran salón dónde los
guerreros comían y bebían atendidos por las valkirias día tras
día?
— Ya, pero aún así…
esto no tiene nada que ver con los mitos.
— Los vikingos eran un
pueblo guerrero, y es lógico que imaginaran el más allá de acuerdo
a su idiosincrasia. De hecho estoy seguro de que si tú hubieras sido
un soldado ahora mismo estarías emborrachándote al lado de algún
chavalote llamado Björn o algo así.
—Esto es ridículo, yo
ni siquiera creo en Dios, soy ateo desde siempre.
—No tengo la respuesta
a eso, no sé si hay más dioses, o uno sólo con diferentes caras,
no tengo ni idea. Yo sólo sé que en el centro de este lugar,
sentado en un trono bajo el árbol hay alguien que lo ve
todo y que te ha seleccionado para la batalla final, que cree que
puedes aportar algo para evitar el invierno eterno.
—Yo sólo quiero
volver con mi esposa, la echo de menos.
—Ya te he dicho todo
lo que sé, ahora debo volver a mis estudios. Deberías aprovechar,
en estas bibliotecas está todo aquello que ha sido escrito o que lo
será. En una ocasión encontré el original de Romeo y Julieta, y te
aseguro que era bastante más picante de lo que se publicó después.
Por supuesto también puedes intentar hablar con el jefe, pero no
conozco a nadie que haya llegado al centro de este sitio, aunque si
ves a uno de sus cuervos puedes preguntarles la dirección.
Tras esto, Benjamín se
levantó, se despidió en silencio llevándose el dedo índice a la
frente y se alejó por un pasillo lateral mientras silbaba
“Suspicious Minds”.
Alejandro pasó varios
días totalmente perdido en sus pensamientos. Durante este tiempo la
luz dorada aumentaba y disminuía siguiendo un ritmo constante, y
cada vez que sentía hambre o sed en aquella mesa dónde había
charlado con Benjamín aparecían bandejas repletas de comida y
jarras con la bebida que deseara. Probablemente fue aquella pequeña
demostración de magia lo que le convenció por fin de que lo que le
habían contado era real.
En ese momento decidió
que pasaría el resto de la eternidad tratando de encontrar el centro
de aquel laberinto, caminando en busca de Odín para preguntarle por
el paradero de su mujer, buscando en cada libro y cada pergamino
cualquier pista sobre su amada. No iba a desfallecer porque sabía que pasara lo que pasase,
en el final de los tiempos, a su derecha se encontraría su esposa, y
frente a él, los enemigos que tratarían de separarle nuevamente de
ella.
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