El valle
de Khorin es uno de esos lugares sin interés para nadie salvo para
aquellos que viven en ellos. Ninguna ruta comercial importante cruzaba aquellas
montañas, no se producía nada especialmente importante y su suelo
no era fabulosamente fértil. En ocasiones las mareas de la guerra y
la política inundaban aquel suelo, pero al descender todo volvía a su lugar. Todo lo importante, al menos.
Los
ancianos decían que cuando eran jóvenes podías despertar siendo miembro de un
poderoso imperio una mañana, haber sido conquistado por algún jefecillo
guerrero a media semana y, tres días después, ser un fervoroso
seguidor de algún profeta de tres al cuarto. Todo eso sin que todo ello
cambiara para nada la vida de los lugareños, salvo en que eran bastante más pobres, ya que cada gobernante venía con sus
recaudadores de impuestos, los únicos que realmente se preocupaban
por aparecer regularmente por el valle.
Aunque
hay varias aldeas por toda la zona, la única población importante estaba a los pies de las montañas del norte y se llamaba
Garel, en honor a los primeros habitantes del valle. Nadie sabía
cuando habían llegado los garelianos, ni como había construido
aquel pueblo ni la fortaleza que se erigía en la pared de la
montaña. Las construcciones antiguas parecían surgir directamente
desde las raíces de roca del suelo, sin que los bloques de piedra
pudieran distinguirse unos de otros, como si crecieran así de forma
natural. La inquisición había declarado que la fortaleza de Garel y la
decena de pequeños templos repartidos por el valle adoraban a antiguos dioses heréticos y
debían de ser abandonadas a su suerte, para que se deshicieran en
polvo con el tiempo gracias al poder divino, aunque las
construcciones parecían empecinadas en resistir.
El único motivo
por el que la iglesia permitía que Garel siguiera habitado era por su situación privilegiada que controlaba el único paso que
cruzaba la cordillera de Erath. Más allá del paso había un
profundo bosque que se extendía durante días de marcha, y después,
tan sólo un páramo helado de cientos de kilómetros hacia el este.
Ninguna misión de exploración había vuelto, aunque las antiguas
leyendas decían que los garelianos habían llegado de más allá de
la tundra helada, huyendo hacia en este en busca de nuevos
territorios, escapando del frío.
La
familia de Marcus había vivido en una granja en las afueras de Garel
durante muchas generaciones, trabajando la tierra y tratando de
prosperar y salir adelante. El padre llevaba toda la mañana dando de
comer a los animales y preparando las herramientas para el trabajo
cuando su mujer la llamó para comer. En la mesa lo esperaba su mujer
Alicia, su hija menor, Yolanda y Marcus, el hijo mediano, que aún
estaba convaleciente por una grave enfermedad que había estado
apunto de llevárselo, por lo que no había podido ayudarlo en las
tareas de la granja en las últimas semanas. El mayor, Ángel, había
ido temprano a comprar víveres al pueblo y no volvería hasta el anochecer.
El
almuerzo fue tan magnifico cómo siempre, y Dale pensó que sin duda
su esposa podría hacer auténticas maravillas si no tuvieran una
despensa tan menguada después del invierno. Marcus se acercó a él
mientras estaba recostado, descansando un rato antes de volver al
trabajo.
—
Padre, ¿puedo preguntarle algo?
Dale,
abrió los ojos y arqueó una ceja, acostumbrado a las inquietudes
intelectuales de su hijo, algo poco habitual en los jóvenes del
valle.
— Claro
hijo, ¿Qué quieres?
— No se
bien como decirlo… ¿puede hablarme de los dioses?
— ¿De
los dioses? Bueno, ¿por qué no esperas a que acabe la semana y
vayamos al templo? Seguro que el sacerdote podrá contestarte mejor
tus dudas.
— No,
no hablo de Ra, el dios del imperio. He ido a las clases dominicales
y el sacerdote me ha contado su historia, hablo de los dioses
antiguos, de los dioses de los garelianos. Quiero que me hable de los
dioses de su padre.
— ¿De
mi padre? Mejor di del abuelo del abuelo de mi abuelo, hace cientos
de años que nadie cree en los dioses antiguos. ¿Por qué quieres
saber de ellos?
—
Simple curiosidad — Contestó Marcus —
Por favor, me interesa bastante.
—De
acuerdo, pero te aviso que no se mucho, tan sólo algunos cuentos y
leyendas. De hecho conozco sólo los principales, porque los
garelianos tenían decenas de dioses.
—Cuénteme
lo que sepa padre, se lo agradecería.
—Bien... veamos
Lo
primero que debes saber es que los nombres de los dioses
antiguos se han perdido, ya que sólo los sacerdotes de cada dios conocían su
nombre auténtico, con el que podían invocarlo y pedirle que
intercedieran por ellos. Según mi abuelo aquellos sacerdotes tenían
poder para cambiar el terreno, curar a los moribundos e incluso
invocar la tormenta desde su mano. Por supuesto seguramente
son cuentos, ya te he dicho que todo eso son cosas que él nunca vio,
pero si que creo que los garelianos estaban mas cerca de sus dioses
que nosotros.
Según las
historias existían muchos dioses: dioses de la
naturaleza, de la familia, dioses guerreros, dioses de la
sabiduría… sin embargo habían seis dioses supremos. Te contaré
la historia tal como la recuerdo:
Los dos
hermanos gemelos, los primeros en nacer del vacío, están sentados
en dos tronos en la cima de la montaña mas alta del mundo. En un
trono, el anciano de barba cana mira hacia el oeste, hacia la noche
y hacia el invierno. En el otro trono, el niño de hermosa melena
pelirroja mira al este, hacia el día y hacia el verano. Según
dicen, el primero usa un bastón tallado del primer árbol para
apoyar sus cansados brazos, mientras que el segundo juega con una
gran espada forjada con el hierro expulsado por primer volcán que
moldeó el mundo. Eran adorados y respetados por todos los dioses y
ellos controlaban el movimiento de los cielos y del tiempo.
En los
bosques vive “La Señora de la foresta”, la siguiente en poner el
pie en el mundo, justo un segundo por detrás de sus hermanos y
esposos gemelos. Junto a ellos creó la vida salvaje y las corrientes
de agua. Decían que vive danzando entre los bosques, acompañada por
un búho y un zorro dorado. Por dónde pisa nacen nuevos brotes y
allí dónde se oye su voz la primavera pervive. Todos los garelianos
la amaban y respetaban, aunque también era temida ya que la vida
salvaje siempre tiene dos caras y puede ser peligrosa incluso sin
quererlo.
De el siguiente no sé mucho, pero según mi abuelo era muy temido y se hablaba
poco de él. Fue el último en surgir del vacío por
elección propia y pese a esto los garelianos creían que en realidad era el más anciano. Decían que andaba por
los caminos de forma pausada y era el único que nunca había estado
atado a ningún tiempo o lugar. Es el único que no tiene nombre para llamarlo ni sacerdocio que le adore pues nadie quiere
tener que ver con el señor de la muerte y podredumbre. Con
apariencia de anciano decrépito pero con una fuerza imposible de
vencer, en ocasiones se le puede ver caminando encapuchado, cantando
con una voz profunda y hermosa, una trampa para cualquiera que le
preste oídos.
El dios
más adorado por los garelianos, pese a ser el único que no atiende
a los ruegos ni rezos es “El Exiliado”, también llamado “El
Creador”. Surgido de la imaginación de los cuatro grandes, el
exiliado habitó durante milenios entre las estrellas, como cualquier
otra criatura, siendo la creación más amada por los otros dioses.
Tantos fueron los dones que recibió que decidió crear el mismo un
pueblo al que devolver tanto amor, y fue así como fueron creados los
humanos. Sin embargo sus padres se horrorizaron pues había creado a
esas criaturas sin contar con su consejo ni su poder, por lo que eran
criaturas imperfectas, que traerían consigo el desorden a la
creación de los cuatro primeros, sin capacidad para crecer o morir,
los humanos estaban a punto de ser destruidos por los otros dioses
cuando el creador se interpuso entre ellos y el puño justiciero de
los dioses y rogó por su salvación, ya que aunque él mismo estaba
horrorizado por su creación, era injusto que fueran destruidos por
sus errores. Fue así como los cuatro primeros accedieron a otorgar
sus dones a los humanos, y estos pudieron integrarse en el mundo sin
poner en peligro la creación, dotados de la capacidad de crear vida,
de morir, y de elegir su camino en el proceso. Tras la crisis, el
dios se dio cuenta de que si seguía en el mundo la tentación de
volver a crear sería demasiado fuerte y pondría de nuevo en peligro
al mundo, por lo que decidió auto exiliarse, para gran pesar de su
pueblo.
"El
Guardián" fue el hermano menor del creador. Fue este el que le enseñó
la belleza del universo junto a el exploró toda la creación. Fue sin duda
el dios que mejor conoció los secretos del universo, más incluso
que sus padres, y aunque su poder no le permitía alterar o recrear
la creación de estos, decidió que sería él el encargado de
proteger el mundo, ya fuera de los peligros nacidos del vacío, o
bien de cualquier criatura malvada y peligrosa. Para los garelianos
era el dios de la guerra y de la justicia, el encargado de castigar a
los criminales y proteger a los débiles. Además, justo antes de
partir, el creador le pidió a su hermano que extendiera su
vigilancia a los humanos, pues sabía que existen males que ni
siquiera los dioses conocen y sus criaturas necesitarían ayuda en su
ausencia. El vigilante, que compartía el temor, prometió
mantenerse a la espera de cualquier peligro y soplar su cuerno para
alertar a los humanos cuando el enemigo llegara.
Mi abuelo
me habló de algunos más, el herrero, el soñador, los amantes y
algunos otros pero eran poco importantes y ya mi abuelo sabía poco de ellos. Puede que el anciano Morel de
la granja vecina pueda contarte más historias, aunque no creo que
sea bueno que vayas preguntando estas cosas, ya sabes que los curas
son un poco sensibles, podrías ganarte un buen cogotazo si el
sacerdote te escucha hablado sobre estos temas. Pero dime ¿por qué
me preguntas sobre los dioses?
—Por
nada importante — Contestó Marcus tras una ligera duda,
encogiéndose de hombros.
—No me
engañes, has encontrado algún libro de tu abuelo en el desván o
algo así ¿verdad? —añadió cariñosamente su padre.
— Que
va, es una tontería en serio, es que anoche tuve un sueño sobre
uno de esos dioses, supongo que había oído alguna vez algo sobre
ellos, aunque no recuerdo cuando.
— ¿Un
sueño? Que raro... ¿y con cual soñaste?
— Por
su descripción creo que fue “El Guardián”.
— Y...
¿Que pasaba? — Preguntó Dale con un tono extraño.
— No
pasaba gran cosa, simplemente él estaba de espaldas, mirando hacia el
cielo apoyado en un árbol. Cuando traté de acercarme desapareció, sentí que aparecía a mi espalda.
Intenté darme la vuelta pero no pude, no llegó a tocarme pero de
algún modo me impidió mirarlo. Entonces me dijo una palabra, no
recuerdo cual, y me desperté. Como dije, era una tontería, sólo tenía
curiosidad.
— Bueno
hijo, son sueños simplemente, en otro momento volvemos a hablar,
déjame descansar un rato ¿vale?
—
Gracias padre, que descanse.
Mientras
su hijo se alejaba, Dale permitió que la inquietud que sentía
llegara a su expresión. Había una historia sobre los dioses
antiguos que no había contado a su hijo, algo que su abuelo le había
relatado cómo una canción infantil, como una nana para dormir a los
niños.
Ve a la cama a descansar mi niño,
y no huyas de los dioses.
Estos te conocen,
y saben lo que en la vida te espera.
Sueña con
el anciano, cariño mío,
y largos años vivirás.
Duerme y
mira al niño,
y hermano
pronto tu tendrás.
Si la dama
en sueños te visita
el amor
sin duda conocerás.
Soñar con
el creador,
descanso
reparador te dará.
Ver al
vigilante,
Guerra,
muerte y sangre traerá.
A muchísimos
kilómetros, sentado en una alta rama, una figura ataviada con una
armadura de cuero oscuro que parecía rielar y adaptarse a las
sombras, vigilaba más allá de los límites del bosque. Sus
cambiantes ojos, que pasaban de ser unos hermosos ojos humanos de
color violeta a otros sesgados y amarillos semejantes a los de los
reptiles observaban sin descansar buscando las señales que tanto
temía, y por primera vez estaba encontrándolas. Nervioso,
jugueteaba con un largo cuerno que tenía entre sus manos, sabiendo
que muy pronto llegaría el momento de llamar a las armas a aquellos
destinados a luchar por la supervivencia de la humanidad.
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