Amanda se había mudado hacía unos
meses a aquel pequeño pueblo a pocos kilómetros al oeste de
Wyndham con sus padres. Para una chica de apenas catorce años el
mudarse a aquella esquina de Australia desde la gigantesca Nueva York
había sido un shock, aunque sabía que sus padres eran felices con
aquel cambio de vida y ella había tratado de aceptarlo lo mejor
posible.
Lo peor era el aburrimiento. En
Jastonville no había mucho que hacer para los jóvenes, todo el ocio
se concentraba en Wyndham, a la que tenían que ir incluso para
estudiar. Aunque era un pueblo costero, no tenía una playa
decente, tan sólo una pequeña cala rocosa casi a una hora de camino
a pié, por lo que resultaba mucho más sencillo ir en autobús a
otros pueblos cercanos. Sin embargo a Amanda le encantaba salir a
pasear con su perro por lo que prefería ir caminando hasta la cala
y darse un chapuzón cuando el tiempo lo permitía.
Una tarde nublada de octubre, estaba
sentada en su rincón favorito de la cala cuando Rocky vino hacia
ella moviendo la cola con algo verde y alargado en la boca. Al
acercarse vio que era una de esas botellas de cristal verde grueso y
casi opacas que estaban casi desaparecidas de las tiendas desde hacía
años. Rocky soltó su tesoro en los pies de Amanda y se quedó
mirando hacia su amiga con esa mirada de adoración que solo puede
tener un perro saciado de jugar.
Amanda cogió la botella y vio que
parecía muy vieja y desgastada, cómo si hubiera sido pulida por
las olas durante muchos años. Poniéndola al trasluz vio que estaba
vacía salvo por un extraño cilindro. Aquello parecía la nota en la
botella de las historias de piratas, y sus ojos se
abrieron sorprendidos al abrir la botella y encontrarse precisamente
eso: una amarillenta y desgastada nota, escrita en la parte trasera
de una etiqueta de vino, seguramente la original de la propia
botella. La nota estaba escrita sobre el delicado papel con una letra
imprecisa, de un color rojizo desvaído.
Hola, me llamo Kevin, tengo quince
años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico.
Hace unos días fue mi cumpleaños,
o eso creo, porque no puedo llevar bien la cuenta del día en que
estoy, pero creo que ya debe haber pasado el día uno de mayo. Es
curioso pero no me he acordado hasta ahora de mi cumpleaños.
¿Estarán mis padres buscándome? ¿Me habrán comprado algo para
mi cumpleaños esperando para regalármelo? ¿estarán vivos? ¿Me
está buscando alguien? No quiero ningún regalo, sólo quiero
volver a casa con mi familia.
Por favor, si alguien lee esto que
me busque, no sé cuanto aguantaré. Cada vez estoy más delgado y
débil. Por suerte la herida no se me ha infectado, supongo que
hasta en una isla remota hay milagros.
|
Amanda miró la nota impresionada con
aquel tesoro que había encontrado. Obviamente aquella nota había
llegado a aquella playa arrastrada por las corrientes, quizá después
de recorrer medio mundo durante años. Aunque puede que también
llevara mucho tiempo en aquella cala esperando que alguien lo encontrara
mientras un niño languidecía en una isla perdida.
Estaba anocheciendo, así que volvió
a su casa, dispuesta a investigar en Internet por si encontraba
alguna noticia al respecto de aquel mensaje. Durante horas navegó en
la red buscando historias de naufragios, pero no encontró nada.
Aquello la frustró, ya que imaginaba que los
periódicos habrían publicado algo si un chaval hubiera sido
rescatado de una isla desierta.
Era difícil quitarse de la cabeza la
historia de Kevin, por lo que Amanda pasó los siguientes días
investigando e incluso acudió a la biblioteca para revisar la
hemeroteca, pensando que quizá la noticia no habría sido
digitalizada. Pero su búsqueda fue infructuosa. Finalmente pensó
que si las corrientes habían llevado una botella a la cala quizá
habrían llevado otras al mismo lugar.
Cuando llegó el fin de semana preparó
todo para pasarlo revisando la cala de un lado a otro, incluso se
llevó a Rocky por si tenía suerte de nuevo, y vaya si
la tuvo. En dos días encontró cuatro botellas, de las cuales Rocky
fue el responsable de encontrar la mitad. Pese a su ansiedad, Amanda
prefirió esperar a tener el mayor número posible y leerlas en casa
con tranquilidad.
Ya había recogido su pequeño
campamento y metido todo en la mochila, dispuesta a marchar cuando
algo entre las olas le llamó la atención. El sol de la tarde había
rebotado en un reflejo verdoso y le había dado en la cara cómo esos
niños tontos que se dedicaban a reflejar la luz del sol en sus
relojes y molestar a la compañera de clase que les gusta. Al mirar
hacia el mar, Amanda vio cómo las olas depositaban una nueva
botella en la costa, a unos veinte metros de ella. En ese momento
supo que pasara lo que pasase, independientemente de las fechas que
dijeran los mensajes, esa sería la última nota que leería.
Al llegar a su casa subió a su cuarto
sin saludar a sus padres y colocó las cinco botellas sobre una mesa,
bajo la atenta supervisión de Rocky. Abrió las tres primeras y las
colocó por orden antes de leerlas.
Hola, me llamo Kevin, tengo quince
años y estoy perdido.
Salí hace dos semanas desde
Australia con mis padres en su pequeño velero. Llevábamos menos
de dos semanas navegando cuando una gran tormenta nos alcanzó en
alta mar. No recuerdo mucho más la verdad: Recuerdo a mi madre
gritándome que me quedara en el camarote. Yo mirando por la
ventana de la puerta como la botavara golpeaba a mi padre y lo
mandaba al agua. Me recuerdo a mi mismo llorando cuando el mundo
comenzó a volverse del revés... y recuerdo despertarme en esta
isla.
|
Saber que Kevin era de Australia le
sorprendió, especialmente por la ausencia de noticias sobre su
desaparición o rescate en los medios australianos, pero supuso que habría
sido rescatado por un barco de otra nacionalidad y por eso no había
nada en las hemerotecas australianas. Una parte algo aguafiestas de
su mente le dijo que aquello era una escusa ridícula, pero la
espantó cómo a una mosca molesta y leyó el siguiente mensaje.
Hola, me llamo Kevin, tengo quince
años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico.
Este lugar es bastante más grande
de lo que pensaba. Iba a ponerle un nombre, pero creo que hacerlo
sería cómo aceptar que me quedaré aquí para siempre.
He recuperado las fuerzas y el
ánimo, así que llevo unos días explorando, buscando pistas
sobre gente que haya podido pasar por aquí. He encontrado el
inicio del riachuelo del que he estado bebiendo y hasta me he
bañado en agua dulce por primera vez desde que llegué aquí.
Ahora que he tenido tiempo para pensar, creo que esta isla se
parece mucho a las ilustraciones sobre lugares paradisiacas que
he visto en los libros y revistas de viajes de mi padre.
Hace unos días escribí un gran S.O.S. en la playa
y he preparado una gran hoguera para encenderla si veo algún
barco o avión. Por favor, si ves un fuego en una isla a lo lejos
ven a ayudarme.
09/04/1957
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El segundo mensaje la llenó de ánimo
y esperanza. Obviamente su amigo era inteligente y fuerte, sin lugar a
dudas había sobrevivido y lo habían rescatado, ahora estaba segura.
Colocó el siguiente mensaje ante sí y comenzó a leer con una
sonrisa.
Hola, me llamo Kevin, tengo quince
años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico.
Hace unos días tuve un accidente,
me caí y rodé por una ladera. Había llovido y el terreno cedió
a mi peso. Por suerte no me he hecho daño en las piernas, no se
que haría si no pudiera caminar. Tengo un profundo corte en la
frente y el ojo muy hinchado. Si mi padre viera en que estoy
usando su alcohol me mataría, pero no tengo nada más con lo que
desinfectarme la herida. Tengo mucho miedo de que se me infecte y
no tengo nada con que coserme la herida, aunque creo que no sería
capaz de hacerlo, soy un cobarde.
Por favor si alguien encuentra esto
que venga a rescatarme, no soporto más, por favor que alguien me
ayude.
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Aquel mensaje era bastante
preocupante, pero dado que aún quedaba al menos otro mensaje con una
fecha posterior, Amanda hizo de tripas corazón, apartó su flequillo
rubio manchado de salitre de la cara y continuó leyendo.
Hola, me llamo Kevin, tengo
dieciséis años y estoy perdido en alguna pequeña isla del
Pacífico a la que he llamado Felicidad. Cuando se me ocurrió el
nombre me dio un ataque de risa tan fuerte que aún me duele el
estomago. Creo que es la primera vez que me río en meses.
Es extraño, pero no recuerdo mi
propia cara, cuando pienso en mi veo a un anciano de dieciséis
años. Pero lo que más me preocupa es que cuando pienso en mi
madre la única cara que se me viene a la mente es la última que
vi de ella, llorando justo antes de que mi mundo se fuera al
infierno. No logro recordarla reír ni reñirme, aunque sé que
eran cosas que hacía muchísmo. A mi padre, sin embargo, lo
recuerdo tumbado en la cama leyendo, no sé por qué, pero cuando
pienso en él esa es la imagen que me viene a la mente.
Hace unos días me pareció ver una
vela a lo lejos, pero creo que fueron imaginaciones mías. No
quiero creer que alguien pasára tan cerca de mi y no me viera,
no puedo pensar eso o me volveré loco. Jamás saldré de aquí,
seguramente en unos años encuentren mi cuerpo y me entierren.
Espero que mis padres estén bien.
|
Sin saber cómo, Amanda terminó de
leer el mensaje abrazada a Rocky entre llantos. Aquella historia no
había acabado bien, ahora lo sabía. Ella había llegado casi
setenta años tarde recoger los mensajes de su amigo y no había
podido salvarlo. Buscando un rayo de esperanza abrió la última
botella y comenzó a leer.
Hola, me llamo Kevin, tengo
dieciséis años y estoy perdido en alguna pequeña isla del
Pacífico. Esta es la sexta carta que escribo y nadie ha venido a
buscarme. En estos tres meses me he sentido muy sólo y esta es la
única forma que tengo de hablar con alguien, aunque no me
conteste, creo que es el único motivo real que tengo para seguir
escribiendo estas cartas.
Estoy delgado y enfermo, aunque es
difícil ver mi cuerpo bajo tanta suciedad. Ya ni siquiera me baño
en el mar salvo para pescar. ¿Que más da? Me he vuelto un
experto pescador, y se que frutas y plantas puedo comer. Incluso
robo huevos a los pájaros que anidan en el acantilado del este,
pero no he podido capturar ninguno. Ahora mismo mataría por
comer carne, o por dormir en una cama, o por ver una cara que no
fuera la mía. Lo digo en serio, mataría, y me doy miedo a mi
mismo.
Me quedan pocas botellas y no sé
que haré cuando se me acaben, me volveré loco sin poder hablar
contigo, seas quien seas. En mi mente en ocasiones eres mi padre,
que me busca isla por isla en un barco nuevo y recoge mis botellas
en alta mar. Otras veces eres mi amigo Frank, que reconoce mi
letra y moviliza a todo el mundo para encontrarme. Últimamente
imagino que eres una chica rubia y guapa llamada Amanda, no es
que conozca a nadie así, pero bueno... es de las pocas ilusiones
que me quedan ahora mismo. Supongo que soy un idiota, pero por
desgracia no hay nadie para que se ría de mí por aquí.
|
Amanda sintió que la golpeaban en el
estómago cuando vio su nombre sobre aquel papel amarillento y
quebradizo. Obviamente era una coincidencia macabra, no podía ser
otra cosa. Ella siempre había sido creyente, y no podía imaginar
cómo Dios podía ser tan cruel cómo para hacer algo así. ¿Realmente
aquel chico desesperado le había mandado a ella aquellos mensajes,
sabiendo que los leería mucho después de morir? Agotada por el
llanto, se durmió, prometiéndose que nunca olvidaría a Kevin y que
algún día sabría si su amigo habría sobrevivido.
En la otra punta del mundo, en un
pequeño adosado londinense, un anciano de setenta y seis años
dictaba a su nieto sus memorias. En ellas relataba cómo había
perdido a sus padres, cómo había sobrevivido a solas en una isla,
cómo se había hecho aquella profunda cicatriz en la frente y cómo
había sido rescatado por un barco inglés mucho tiempo después. En
el libro se relataba cómo había trabado amistad con los marineros
del barco mercante y cómo había sido aceptado en la tripulación,
que lo había adoptado cómo si fuera un hijo de todos ellos.
El anciano, casi ciego por la edad,
continuó su relato esperando que algún día ayudara a alguien, y
quien sabe si lo leería algún miembro de su familia o amigo que lo
había dado por perdido. En su regazo, el anciano tenía una botella
cerrada, dentro de la que había un papel escrito, el único recuerdo
que se había llevado de la isla.
Hola, me llamo Kevin, tengo
dieciséis años y hoy me han rescatado. Según el capitán hoy es
diecinueve de agosto, así que he pasado cinco meses en Felicidad.
Me han dicho que me llevarán a mi
casa y me ayudarán a volver con mis padres si están vivos,
aunque yo estoy seguro de que no lo están, de modo que creo que
seguiré con ellos si me lo permiten. Supongo que no me veo con
fuerzas para estar sólo de nuevo, al menos por ahora.
Aunque no he sido más feliz en mi
vida, por algún motivo me cuesta sonreír, sólo puedo llorar y
mirar a mi alrededor temiendo que todo desaparezca, que sea un
sueño. Para recordarme que realmente he escapado estoy
escribiendo este mensaje. Lo guardaré para siempre en la última
botella de mi padre, y cada vez que lo vea recordaré que estoy
vivo y libre.
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