sábado, 2 de enero de 2016

Un mensaje en la playa

           Amanda se había mudado hacía unos meses a aquel pequeño pueblo a pocos kilómetros al oeste de Wyndham con sus padres. Para una chica de apenas catorce años el mudarse a aquella esquina de Australia desde la gigantesca Nueva York había sido un shock, aunque sabía que sus padres eran felices con aquel cambio de vida y ella había tratado de aceptarlo lo mejor posible.

           Lo peor era el aburrimiento. En Jastonville no había mucho que hacer para los jóvenes, todo el ocio se concentraba en Wyndham, a la que tenían que ir incluso para estudiar. Aunque era un pueblo costero, no tenía una playa decente, tan sólo una pequeña cala rocosa casi a una hora de camino a pié, por lo que resultaba mucho más sencillo ir en autobús a otros pueblos cercanos. Sin embargo a Amanda le encantaba salir a pasear con su perro por lo que prefería ir caminando hasta la cala y darse un chapuzón cuando el tiempo lo permitía.

          Una tarde nublada de octubre, estaba sentada en su rincón favorito de la cala cuando Rocky vino hacia ella moviendo la cola con algo verde y alargado en la boca. Al acercarse vio que era una de esas botellas de cristal verde grueso y casi opacas que estaban casi desaparecidas de las tiendas desde hacía años. Rocky soltó su tesoro en los pies de Amanda y se quedó mirando hacia su amiga con esa mirada de adoración que solo puede tener un perro saciado de jugar.

          Amanda cogió la botella y vio que parecía muy vieja y desgastada, cómo si hubiera sido pulida por las olas durante muchos años. Poniéndola al trasluz vio que estaba vacía salvo por un extraño cilindro. Aquello parecía la nota en la botella de las historias de piratas, y sus ojos se abrieron sorprendidos al abrir la botella y encontrarse precisamente eso: una amarillenta y desgastada nota, escrita en la parte trasera de una etiqueta de vino, seguramente la original de la propia botella. La nota estaba escrita sobre el delicado papel con una letra imprecisa, de un color rojizo desvaído.

Hola, me llamo Kevin, tengo quince años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico.

Hace unos días fue mi cumpleaños, o eso creo, porque no puedo llevar bien la cuenta del día en que estoy, pero creo que ya debe haber pasado el día uno de mayo. Es curioso pero no me he acordado hasta ahora de mi cumpleaños. ¿Estarán mis padres buscándome? ¿Me habrán comprado algo para mi cumpleaños esperando para regalármelo? ¿estarán vivos? ¿Me está buscando alguien? No quiero ningún regalo, sólo quiero volver a casa con mi familia.

Por favor, si alguien lee esto que me busque, no sé cuanto aguantaré. Cada vez estoy más delgado y débil. Por suerte la herida no se me ha infectado, supongo que hasta en una isla remota hay milagros.

14/05/1957 Aprox.

           Amanda miró la nota impresionada con aquel tesoro que había encontrado. Obviamente aquella nota había llegado a aquella playa arrastrada por las corrientes, quizá después de recorrer medio mundo durante años. Aunque puede que también llevara mucho tiempo en aquella cala esperando que alguien lo encontrara mientras un niño languidecía en una isla perdida.

            Estaba anocheciendo, así que volvió a su casa, dispuesta a investigar en Internet por si encontraba alguna noticia al respecto de aquel mensaje. Durante horas navegó en la red buscando historias de naufragios, pero no encontró nada. Aquello la frustró, ya que imaginaba que los periódicos habrían publicado algo si un chaval hubiera sido rescatado de una isla desierta. 

                 Era difícil quitarse de la cabeza la historia de Kevin, por lo que Amanda pasó los siguientes días investigando e incluso acudió a la biblioteca para revisar la hemeroteca, pensando que quizá la noticia no habría sido digitalizada. Pero su búsqueda fue infructuosa. Finalmente pensó que si las corrientes habían llevado una botella a la cala quizá habrían llevado otras al mismo lugar.

            Cuando llegó el fin de semana preparó todo para pasarlo revisando la cala de un lado a otro, incluso se llevó a Rocky por si tenía suerte de nuevo, y vaya si la tuvo. En dos días encontró cuatro botellas, de las cuales Rocky fue el responsable de encontrar la mitad. Pese a su ansiedad, Amanda prefirió esperar a tener el mayor número posible y leerlas en casa con tranquilidad.

             Ya había recogido su pequeño campamento y metido todo en la mochila, dispuesta a marchar cuando algo entre las olas le llamó la atención. El sol de la tarde había rebotado en un reflejo verdoso y le había dado en la cara cómo esos niños tontos que se dedicaban a reflejar la luz del sol en sus relojes y molestar a la compañera de clase que les gusta. Al mirar hacia el mar, Amanda vio cómo las olas depositaban una nueva botella en la costa, a unos veinte metros de ella. En ese momento supo que pasara lo que pasase, independientemente de las fechas que dijeran los mensajes, esa sería la última nota que leería.

               Al llegar a su casa subió a su cuarto sin saludar a sus padres y colocó las cinco botellas sobre una mesa, bajo la atenta supervisión de Rocky. Abrió las tres primeras y las colocó por orden antes de leerlas.




Hola, me llamo Kevin, tengo quince años y estoy perdido.

Salí hace dos semanas desde Australia con mis padres en su pequeño velero. Llevábamos menos de dos semanas navegando cuando una gran tormenta nos alcanzó en alta mar. No recuerdo mucho más la verdad: Recuerdo a mi madre gritándome que me quedara en el camarote. Yo mirando por la ventana de la puerta como la botavara golpeaba a mi padre y lo mandaba al agua. Me recuerdo a mi mismo llorando cuando el mundo comenzó a volverse del revés... y recuerdo despertarme en esta isla.

Ojalá supiera dónde estoy o que día es, sólo puedo decir que naufragué el día 10 de marzo de 1957 y que esta isla debe estar en algún lugar del Pacífico. Por favor que alguien venga a buscarme.

              Saber que Kevin era de Australia le sorprendió, especialmente por la ausencia de noticias sobre su desaparición o rescate en los medios australianos, pero supuso que habría sido rescatado por un barco de otra nacionalidad y por eso no había nada en las hemerotecas australianas. Una parte algo aguafiestas de su mente le dijo que aquello era una escusa ridícula, pero la espantó cómo a una mosca molesta y leyó el siguiente mensaje.

Hola, me llamo Kevin, tengo quince años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico.

Este lugar es bastante más grande de lo que pensaba. Iba a ponerle un nombre, pero creo que hacerlo sería cómo aceptar que me quedaré aquí para siempre.

He recuperado las fuerzas y el ánimo, así que llevo unos días explorando, buscando pistas sobre gente que haya podido pasar por aquí. He encontrado el inicio del riachuelo del que he estado bebiendo y hasta me he bañado en agua dulce por primera vez desde que llegué aquí. Ahora que he tenido tiempo para pensar, creo que esta isla se parece mucho a las ilustraciones sobre lugares paradisiacas que he visto en los libros y revistas de viajes de mi padre.

Hace unos días escribí un gran S.O.S. en la playa y he preparado una gran hoguera para encenderla si veo algún barco o avión. Por favor, si ves un fuego en una isla a lo lejos ven a ayudarme.

09/04/1957

Pd: ¡¡Por fin he conseguido hacer fuego!! Tengo las manos destrozadas pero por fin he podido cocinar y comer caliente.


       El segundo mensaje la llenó de ánimo y esperanza. Obviamente su amigo era inteligente y fuerte, sin lugar a dudas había sobrevivido y lo habían rescatado, ahora estaba segura. Colocó el siguiente mensaje ante sí y comenzó a leer con una sonrisa.

Hola, me llamo Kevin, tengo quince años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico.

Hace unos días tuve un accidente, me caí y rodé por una ladera. Había llovido y el terreno cedió a mi peso. Por suerte no me he hecho daño en las piernas, no se que haría si no pudiera caminar. Tengo un profundo corte en la frente y el ojo muy hinchado. Si mi padre viera en que estoy usando su alcohol me mataría, pero no tengo nada más con lo que desinfectarme la herida. Tengo mucho miedo de que se me infecte y no tengo nada con que coserme la herida, aunque creo que no sería capaz de hacerlo, soy un cobarde.

Por favor si alguien encuentra esto que venga a rescatarme, no soporto más, por favor que alguien me ayude.

20/04/1957 Aprox. (lo siento, ya he perdido la cuenta)

             Aquel mensaje era bastante preocupante, pero dado que aún quedaba al menos otro mensaje con una fecha posterior, Amanda hizo de tripas corazón, apartó su flequillo rubio manchado de salitre de la cara y continuó leyendo.

Hola, me llamo Kevin, tengo dieciséis años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico a la que he llamado Felicidad. Cuando se me ocurrió el nombre me dio un ataque de risa tan fuerte que aún me duele el estomago. Creo que es la primera vez que me río en meses.

Es extraño, pero no recuerdo mi propia cara, cuando pienso en mi veo a un anciano de dieciséis años. Pero lo que más me preocupa es que cuando pienso en mi madre la única cara que se me viene a la mente es la última que vi de ella, llorando justo antes de que mi mundo se fuera al infierno. No logro recordarla reír ni reñirme, aunque sé que eran cosas que hacía muchísmo. A mi padre, sin embargo, lo recuerdo tumbado en la cama leyendo, no sé por qué, pero cuando pienso en él esa es la imagen que me viene a la mente.

Hace unos días me pareció ver una vela a lo lejos, pero creo que fueron imaginaciones mías. No quiero creer que alguien pasára tan cerca de mi y no me viera, no puedo pensar eso o me volveré loco. Jamás saldré de aquí, seguramente en unos años encuentren mi cuerpo y me entierren. Espero que mis padres estén bien.

3/07/1957 Aprox.

             Sin saber cómo, Amanda terminó de leer el mensaje abrazada a Rocky entre llantos. Aquella historia no había acabado bien, ahora lo sabía. Ella había llegado casi setenta años tarde recoger los mensajes de su amigo y no había podido salvarlo. Buscando un rayo de esperanza abrió la última botella y comenzó a leer.

Hola, me llamo Kevin, tengo dieciséis años y estoy perdido en alguna pequeña isla del Pacífico. Esta es la sexta carta que escribo y nadie ha venido a buscarme. En estos tres meses me he sentido muy sólo y esta es la única forma que tengo de hablar con alguien, aunque no me conteste, creo que es el único motivo real que tengo para seguir escribiendo estas cartas.

Estoy delgado y enfermo, aunque es difícil ver mi cuerpo bajo tanta suciedad. Ya ni siquiera me baño en el mar salvo para pescar. ¿Que más da? Me he vuelto un experto pescador, y se que frutas y plantas puedo comer. Incluso robo huevos a los pájaros que anidan en el acantilado del este, pero no he podido capturar ninguno. Ahora mismo mataría por comer carne, o por dormir en una cama, o por ver una cara que no fuera la mía. Lo digo en serio, mataría, y me doy miedo a mi mismo.

Me quedan pocas botellas y no sé que haré cuando se me acaben, me volveré loco sin poder hablar contigo, seas quien seas. En mi mente en ocasiones eres mi padre, que me busca isla por isla en un barco nuevo y recoge mis botellas en alta mar. Otras veces eres mi amigo Frank, que reconoce mi letra y moviliza a todo el mundo para encontrarme. Últimamente imagino que eres una chica rubia y guapa llamada Amanda, no es que conozca a nadie así, pero bueno... es de las pocas ilusiones que me quedan ahora mismo. Supongo que soy un idiota, pero por desgracia no hay nadie para que se ría de mí por aquí.

2/06/1957 Aprox.

              Amanda sintió que la golpeaban en el estómago cuando vio su nombre sobre aquel papel amarillento y quebradizo. Obviamente era una coincidencia macabra, no podía ser otra cosa. Ella siempre había sido creyente, y no podía imaginar cómo Dios podía ser tan cruel cómo para hacer algo así. ¿Realmente aquel chico desesperado le había mandado a ella aquellos mensajes, sabiendo que los leería mucho después de morir? Agotada por el llanto, se durmió, prometiéndose que nunca olvidaría a Kevin y que algún día sabría si su amigo habría sobrevivido.

               En la otra punta del mundo, en un pequeño adosado londinense, un anciano de setenta y seis años dictaba a su nieto sus memorias. En ellas relataba cómo había perdido a sus padres, cómo había sobrevivido a solas en una isla, cómo se había hecho aquella profunda cicatriz en la frente y cómo había sido rescatado por un barco inglés mucho tiempo después. En el libro se relataba cómo había trabado amistad con los marineros del barco mercante y cómo había sido aceptado en la tripulación, que lo había adoptado cómo si fuera un hijo de todos ellos.
El anciano, casi ciego por la edad, continuó su relato esperando que algún día ayudara a alguien, y quien sabe si lo leería algún miembro de su familia o amigo que lo había dado por perdido. En su regazo, el anciano tenía una botella cerrada, dentro de la que había un papel escrito, el único recuerdo que se había llevado de la isla.

Hola, me llamo Kevin, tengo dieciséis años y hoy me han rescatado. Según el capitán hoy es diecinueve de agosto, así que he pasado cinco meses en Felicidad.

Me han dicho que me llevarán a mi casa y me ayudarán a volver con mis padres si están vivos, aunque yo estoy seguro de que no lo están, de modo que creo que seguiré con ellos si me lo permiten. Supongo que no me veo con fuerzas para estar sólo de nuevo, al menos por ahora.

Aunque no he sido más feliz en mi vida, por algún motivo me cuesta sonreír, sólo puedo llorar y mirar a mi alrededor temiendo que todo desaparezca, que sea un sueño. Para recordarme que realmente he escapado estoy escribiendo este mensaje. Lo guardaré para siempre en la última botella de mi padre, y cada vez que lo vea recordaré que estoy vivo y libre.

Pd: No lo creerás, pero el barco que me ha rescatado se llama Amanda's Kisses.


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